Cuando giramos la esquina de la calle San Bernardo para acercarnos a la sala Albéniz nos topamos con tremenda cola. Dos llenos, dos, en noche de viernes y sábado, certificaron los León Benavente en Gijón, donde cruzaron el Huerna de vuelta al norte con su ' ... Nueva sinfonía sobre el caos' aún calentita en el maletero. «Esta es nuestra segunda casa», reconocía el vigués Abraham Boba, sabedor de que Luis Rodríguez jugaba en casa. Se arrancó la banda por 'Úsame/tírame' poco después de las 21 horas, la hora fijada, cuando a los últimos de la cola no les había dado tiempo ni a pillar una cerveza en la barra. Entre la audiencia, bastante talludita, había ganas de fiesta y baile, y lo cierto es que la combinación de techno-pop y punk guitarrero disfrazado de 'indie' de los leones invita al salto y al desenfreno. El sonido, al menos en la parte de atrás de la sala, era perfecto. Las letras de los leones son de esas que merecen ser escuchadas, y la voz sonaba nítida sobre cristalinos 'sintes' y teclados, poderosa guitarra, un bajo sustantivo y la energética batería.
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Tras dos o tres temas, cuando sonó 'Estado provisional', la maquinaria ya estaba perfectamente engranada y el concierto subió de intensidad. Después caerían, entre otras, 'Ánimo valiente' y 'La canción del daño'. 'California' elevó la tralla hasta niveles legendarios, y a continuación un atronador galope de caballos nos convocó a un 'Baile existencialista' con el que Abraham Boba se tiró –por primera vez– a la pista para compartir una danza macabra con el público, ya metido de lleno. 'Mítico', dijo el demonio desde las profundidades del infierno. Tras la descarga de 'Su verso' (tremendo al bajo Edu en estas dos últimas), llegó el turno de que la guitarra de Luis se alzase imponente con 'Tipo D'. Sin duda, es un hit. Qué cruel que todo se estuviese ya acabando, aunque, tras una pausa para dar las gracias a su equipo técnico, llegó el momento de la escalada final. La aventura de ser brigadas (olé, César) en tan tremendo festín nos supo a gloria, no sé si me explico. El resultado, una sonrisa en la boca y un temblor en las piernas camino de casa (o del 'next whiskey bar', que diría Morrison), tras una hora y media de música perseguidos por una locomotora. León Benavente no es ya una autovía llena de baches. Es el Ave a toda marcha, sin frenos, traqueteando sobre vías conocidas, pero muy bien engrasadas. Una «preciosa aventura», dijo Boba, dos micrófonos en boca, recorriendo toda la sala para cerrar el bolo con la bandera de Asturias al hombro. Un gran directo.
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