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RAMÓN AVELLO
OVIEDO.
Martes, 22 de febrero 2022, 02:13
Algunas columnas del Auditorio Príncipe Felipe están bautizadas con el nombre de grandes directores que actuaron en Oviedo. Tenemos a Maazel, a Metha, al simpático ... Riccardo Mutti, al aristocrático Gardiner, y tal vez alguno más. Pero no está Jonathan Nott, el director británico al que ya habíamos escuchado en el Auditorio dos sinfonías de Mahler –la 'Primera' y la 'Tercera'– y que ayer volvió por sus fueros mahlerianos con la 'Quinta'. Nott es, como hace un siglo Bruno Walker, un pilar sinfónico de la música de Mahler. Merece su nombre en una columna, como recuerdo imperecedero de conciertos como el de ayer. Al frente de su Orquesta de la Suisse Romande, Nott nos zambulló en un viaje desde la sombra espectral, a la luz, pasando por la lucha, la agonía por la vida, y las fluencias del sentimiento amoroso, en el primer recital de su gira por España. Esta orquesta adopta la colocación vienesa: contrabajos a la izquierda del director, enfrentados con las violas y las trompas, que están a su derecha. En el centro, los violonchelos. Este tipo de colocación reafirma cierta rotundidad sonora, especialmente en los graves. El recital congregó a un público numeroso, donde destacaban estudiantes muy jóvenes, alumnos de los conservatorios del Nalón y de Oviedo.
Como buscando una complementaria y elegante intrascendencia previa a Mahler, el concierto de ayer comenzó con el 'Concierto para flauta y orquesta' de Jacques Ibert, compositor francés de entreguerras, con el flautista Enmanuel Pahud como solista. Pahud, a quien escuchamos hace años en Oviedo al frente de Les vents francais, es un flautista directo, caudaloso y que tiene, como los peces, el don de respirar por la piel. Es un intérprete de gesto elegante, muy empático con la orquesta y el público –habla un correcto español–, pero sobre todo es un gran músico que domina las articulaciones y consigue algo muy difícil en la flauta: 'filatos' por los que el sonido se va apianando, disminuyendo, en notas muy agudas, por ejemplo al final del segundo movimiento, y potencia en las notas graves. Su versión fue una fiesta. Después ofreció como propina la obra 'Airlines', de Alexandre Desplat. Una composición breve que explora todos los recursos sonoros de la flauta: silbidos, gruñidos, soplos de aire y notas prolongadas, entre otros.
Decía Mahler que componer una sinfonía era crear un mundo. Sin embargo, en la 'Quinta', más que crear un mundo lo que hace es esbozar una vida, y, probablemente, su vida. La 'Quinta' se ha popularizado sobre todo por el 'Adagietto', escrito para cuerdas y arpas, que cinematográficamente se asocia a 'Muerte en Venecia', el film de Visconti. Parece que Mahler lo concibió como una declaración a Alma, su mujer, como muestra de las zozobras de la pasión amorosa. La versión de Nott está muy cercana a la música expresionista del siglo XX. En ese sentido es menos postromántica y más descarnada y actual. Dirige Nott de memoria, con muchísima flexibilidad en el tiempo y subrayando las dinámicas, siempre rotundas, potentes, como un terremoto. La orquesta responde siempre a un Mahler muy interiorizado y de una gran variabilidad emocional.
Por otra parte, hay una continuidad expresiva por la que las ideas reiterativas, las repeticiones, parecen derivarse de una idea anterior. El primer movimiento, la marcha fúnebre, fue especialmente tenso, expresivo. El segundo, atormentado y agitado, resultó fogoso, demoníaco. En el 'scherzo', Mahler se impregna de la música folclórica austriaca, con ritmos de landler en tres por cuatro, y una expresión danzante. En el cuarto movimiento, el famoso 'Adagietto', Nott consigue una cuerda vibrada, delicadamente sutil, y una expresión melancólica y nostálgica, pero alejada de la sensiblería con la que a veces se interpreta. El movimiento final, el rondó, es una apoteosis de la vida, de la naturaleza, y una alegría vital con la que se cierra la sinfonía más optimista de Mahler. Se oyeron muchos bravos, muchos aplausos, muy merecidos por este Mahler apoteósico e irrepetible.
Como buscando una complementaria y elegante intrascendencia previa a Mahler, el concierto de ayer comenzó con el 'Concierto para flauta y orquesta' de Jacques Ibert, compositor francés de entreguerras, con el flautista Enmanuel Pahud como solista. Pahud, a quien escuchamos hace años en Oviedo al frente de Les vents francais, es un flautista directo, caudaloso y que tiene, como los peces, el don de respirar por la piel. Es un intérprete de gesto elegante, muy empático con la orquesta y el público –habla un correcto español–, pero sobre todo es un gran músico que domina las articulaciones y consigue algo muy difícil en la flauta: 'filatos' por los que el sonido se va apianando, disminuyendo, en notas muy agudas, por ejemplo al final del segundo movimiento, y potencia en las notas graves. Su versión fue una fiesta. Después ofreció como propina la obra 'Airlines', de Alexandre Desplat. Una composición breve que explora todos los recursos sonoros de la flauta: silbidos, gruñidos, soplos de aire y notas prolongadas, entre otros.
Decía Mahler que componer una sinfonía era crear un mundo. Sin embargo, en la 'Quinta', más que crear un mundo lo que hace es esbozar una vida, y, probablemente, su vida. La 'Quinta' se ha popularizado sobre todo por el 'Adagietto', escrito para cuerdas y arpas, que cinematográficamente se asocia a 'Muerte en Venecia', el film de Visconti. Parece que Mahler lo concibió como una declaración a Alma, su mujer, como muestra de las zozobras de la pasión amorosa. La versión de Nott está muy cercana a la música expresionista del siglo XX. En ese sentido es menos postromántica y más descarnada y actual. Dirige Nott de memoria, con muchísima flexibilidad en el tiempo y subrayando las dinámicas, siempre rotundas, potentes, como un terremoto. La orquesta responde siempre a un Mahler muy interiorizado y de una gran variabilidad emocional.
Por otra parte, hay una continuidad expresiva por la que las ideas reiterativas, las repeticiones, parecen derivarse de una idea anterior. El primer movimiento, la marcha fúnebre, fue especialmente tenso, expresivo. El segundo, atormentado y agitado, resultó fogoso, demoníaco. En el 'scherzo', Mahler se impregna de la música folclórica austriaca, con ritmos de landler en tres por cuatro, y una expresión danzante. En el cuarto movimiento, el famoso 'Adagietto', Nott consigue una cuerda vibrada, delicadamente sutil, y una expresión melancólica y nostálgica, pero alejada de la sensiblería con la que a veces se interpreta. El movimiento final, el rondó, es una apoteosis de la vida, de la naturaleza, y una alegría vital con la que se cierra la sinfonía más optimista de Mahler. Se oyeron muchos bravos, muchos aplausos, muy merecidos por este Mahler apoteósico e irrepetible.
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