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Hubo un trío de rock llamado Nirvana. Su líder era el guitarrista y cantante Kurt Cobain. Fueron parte del sonido de garaje que impulsaron varios grandes sellos discográficos norteamericanos al empezar la década de los noventa, el grunge. Su canción más conocida tenía un vídeo ... de bajo presupuesto que el canal MTV reproducía una y otra vez, llamado 'Smells Like Teen Spirit' (Huele a espíritu adolescente) donde Cobain ya lucía como lo haría para el resto de su vida: camiseta andrajosa, pelo desteñido por los hombros, atormentado y dueño de una furia seductora. Aquel disco de 1991 se llamó 'Nevermind', era su segunda producción (el primero se llamó 'Bleach') y le siguió otro, 'In utero'.
Con 27 años y adicto a la heroína Cobain se disparó en la cabeza en 1994. Esos son los hechos de esta historia. Después vino otra. De pleitos legales, mitos, culpas, recopilatorios y, cómo no, subastas. En los cuatro años que existió la banda, sobre todo cuando alcanzaron la fama, Cobain destrozó numerosas guitarras, siempre Fender Stratocaster para zurdos. En los conciertos, contra el suelo o los amplificadores descargaba su fuerza hasta romperlas de manera irreparable. En un gran concierto se recuerda su «Hi, Axel», para despreciar al ídolo del grupo más popular del momento, que les quería de teloneros, Guns N' Roses.
Ya entonces los instrumentos inservibles se convirtieron en objeto de deseo y ahora se subastan. La última de ellas se ha vendido por más de medio millón de euros. Es negra y estaba dedicada por los tres de Nirvana a su colaborador Mark Lanegan. «Hell-o» (juego de palabras con 'hell', infierno), escribía Cobain, que firmó «Kurdt Kobain». Era costumbre suya escribir mal incluso su propio nombre.
El precio de salida era diez veces inferior pero llegó a 596.000 dólares en el Hard Rock Café de Nueva York. La memorabilia da sorpresas. Sin embargo, no es el instrumento más caro que se haya vendido de Cobain. Hace tres años, la guitarra que usó en un concierto televisado alcanzó la cifra de casi seis millones de euros. Era una Martin&Co electroacústica de 1959, que estaba entera. Es decir, no tuvo la misma suerte que las rotas con un brazo o dos, a patadas, contra el bajo o la batería, o con lanzamientos lejanos al aire.
Aquellos seis millones los pagó el fundador de los micrófonos Rode, pero esta vez no se sabe quién puso los 500.000 euros sobre la mesa, ni quién los recibió. En todo caso, no se trata de alguien que la quiera para volver a tocar las canciones de Nirvana, porque esta guitarra jamás volverá a sonar. Su destino será decorar una pared.
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