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La Royal Concertgebouw Orchestra, también llamada Orquesta del Concert-Gebouw de Ámsterdam (Gebouw es el nombre de la sala en la que actúan desde 1888, ... año de su fundación), está considerada como una de las seis mejores orquestas europeas. Ha contado con directores titulares como Bernard Haytink o Riccardo Chally. Ayer por primera vez en Oviedo, esta fabulosa formación holandesa exhibió en el Auditorio Príncipe Felipe su musicalidad excelsa y versátil, bajo la batuta de Klaus Mäkelä y con la violinista Janine Jansen como solista.
Mäkelä, un finlandés de veintinueve años recién cumplidos, es uno de esos casos prodigiosos de precocidad y buen hacer con la batuta. Un músico de un carisma e intuición musical sorprendente. Dirige con una claridad en el gesto y en el movimiento asombrosa. También transmite conocimiento e interiorización de las obras, de hecho, la segunda parte la tocó de memoria; y posee un sentido del movimiento interno de las obras y de la dinámica que dan vida a las versiones. La orquesta es una maravilla en todas las familias, le sigue con facilidad hasta en los tiempos más extremos.
Cada obra del programa –el 'Concierto para violín' de Britten y la 'Segunda sinfonía' de Schumann– estuvo precedida de dos páginas del barroco y renacimiento inglés, constituyendo una especie de introducción. Por ejemplo, la marcha de la 'Música para el funeral de la Reina Mary' de Purcell, una obra para tambor, trompetas y trombones, servía de introducción a la obra de Britten. De hecho, el toque del tambor con el que finaliza esta marcha se transforma en un dibujo de timbal con el que empieza la obra de Britten.
No es la primera vez que escuchamos a la violinista holandesa Janine Jansen en el Auditorio. Recordamos su magistral versión de Prokófiev con la Orquesta Europea, en la que la capacidad técnica estaba al servicio de la fantasía sonora. Ayer, nos volvió a sorprender con la versión del 'Concierto para violín', de Benjamin Britten, una obra de carácter cíclico, compuesta en tres movimientos, de los cuales el segundo es un 'vivace' y el último, un tiempo lento. La versión de Janine fue muy brillante, lírica en los movimientos extremos, virtuosa en el tiempo central. Sorprendente la claridad con la que se enhebraban los motivos de la orquesta con el violín. Versión impecable de una obra que a veces cae en cierta monotonía, pero salvada por una interpretación siempre atractiva.
La obra culminante del concierto fue la 'Segunda sinfonía' de Schumann, precedida por la pavana para cuerda 'Lachrimae Antiquae' del laudista John Dowland, una melancólica danza lenta interpretada por dos violines, dos violas y un violonchelo. Esta introducción dio paso sin continuidad al 'sostenuto assai' con el que comienza la sinfonía de Schumann. A partir de aquí todo fue un hechizo absoluto, una fascinación total. Vertiginoso hasta el límite el 'vivacce', segundo movimiento, y un lirismo ensalzado, emocionante y nunca cursi en el maravilloso adagio. Hemos escuchado un Schumann de referencia, aplaudido y 'braveado' con insistencia. El joven Klaus se dirigió al público: 'Estoy encantado de estar en Oviedo'. Y para relajar ese ambiente tan emocional de Schumann interpretó con un sentido ideal de las melodías, el fragmento central de 'Rosamunda', de Franz Schubert. Con ello terminó uno de los grandes conciertos de la temporada. Ojo con Mäkelä, va a ser el Bernstein del siglo XXI.
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