En el fondo, la ópera es un teatro muy peculiar en el que la música y especialmente la voz humana tienen, por así decirlo, la ... última palabra. Los aficionados tendemos a valorar los aspectos musicales por encima del fondo dramático, pero a veces en una representación nos rendimos ante una unidad absoluta por la que se enlazan firmemente esos dos aspectos, el teatral y el musical. La representación de 'Adriana Lecouvreur' que cierra la 74 Temporada de Ópera, y concretamente en el tercer y cuarto actos, nos ha sumergido en esa doble raíz dramática y musical que es la esencia de la ópera. La concepción de Rosetta Cucchi, muy arriesgada y con notables licencias, la más llamativa el alejamiento escénico del tenor en el cuarto acto, lo que provoca que todo el capítulo sea un delirio amoroso de Adriana, posee, además de una desgarradora expresividad estética, la virtud de volver a unir música y teatro. En definitiva, hacer una ópera total, sobre una obra, 'Adriana Lecouvreur', que, pese a la belleza de algunas de sus arias, siempre se consideró de segunda fila.
En un comentario anterior publicado ayer en EL COMERCIO, comenté estos aspectos escénicos por los que Adriana se trasladaba, en cada acto, a un tiempo diferente. La Adriana original de la Comedia Francesa del siglo XVIII; la Adriana romántica, tal vez inspirada en la figura de la actriz Sarah Bernhardt, intérprete también de 'Fedra', de Racine; la Adriana de los años veinte del siglo pasado, diva del cine y recreada en un tercer acto en el que se reencuentran música, teatro, cine, baile y acrobacia, y la descarnada y desolada Adriana del acto final, ambientado en mayo del 68. Lo interesante es que estos traslados se hacen con coherencia escénica y concordancia musical, gracias a la tensa y bella concepción de Daniele Callegari al frente de Oviedo Filarmonía.
De los protagonistas, ha sido memorable Ermonela Jaho en el último acto. ¿Y antes? Estuvo algo reservada. Su aria de salida 'Io son l'umille anchela' (Soy la humilde servidora), una especie de 'Vissi d' arte', tuvo cierta frialdad, aunque estuvo bien fraseada. Sin duda, si Callegari hubiese indicado una brevísima pausa, los aplausos del público hubiesen roto esa atmósfera fría. La declamación de 'Fedra' en el tercer acto, ya metida en el alma de Adriana, fue emotivo y directo y todo el último acto, sublime y conmovedor.
El tenor gijonés Alejandro Roy interpretó un Maurizio de cierta fortaleza, y algo doliente. Algo discreto en su aria de presentación, 'La dolcissima effigie', un tanto acelerada, brillante y potente, pero, a veces, algo plana en matices. Y muy bien, aunque fuera de escena, en el cuarto acto. Roy es una voz tenoril de hondo calado, que con el tiempo ensanchó su voz, pero al que le convendría matizar y apianar en sus agudos poderosos. Nancy Fabiola Herrera fue una mala muy buena en el papel de la princesa de Bouillon. Con dominio en todos los registros, incluso en el agudo, su aria 'Acerba voluta' en el segundo acto fue impecable, con fuerza vocal y expresividad teatral, que la llevó a culminar el tercer acto.
La concepción escénica de Rosseta Cucchi mima el rol de Michelet, muy bien recreado por Luis Cansino. Aunque no posee un aria característica, el papel de Michelet, fiel enamorado de Adriana, es rico en fraseos, declamaciones y sobre todo, presencia teatral. Cansino fue un Michelet convincente, emotivo, tristemente resignado y sobre el que recayó, especialmente en el último acto, el apoyo y el consuelo de Adriana Lecouvreur.
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