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AZAHARA VILLACORTA
OVIEDO.
Martes, 31 de mayo 2022, 02:10
«Me encuentro en el mejor momento de mi decrepitud. Estaremos aquí hasta que el cuerpo aguante y el público diga», promete con guasa andaluza ... Carlos Álvarez (Málaga, 1966), que tiene fechas anotadas en su agenda hasta 2025, pero que, de momento, actuará este sábado en el Campoamor junto a la soprano Rocío Ignacio y el tenor Jorge de León -y con Óliver Díaz a la batuta de Oviedo Filarmonía- en una gala de zarzuela (20 horas) que promete ser inolvidable. Uno de los platos fuertes del Festival de Teatro Lírico Español. Considerado uno de los mejores barítonos del mundo, atrás han quedado los «tiempos de zozobra» en que tuvo que alejarse de los escenarios por una grave lesión en las cuerdas vocales, de la que, tras varias operaciones, su prodigiosa voz salió ilesa.
-Lleva más de tres décadas sobre los escenarios, con una pandemia incluida y entrenando la voz a diario «como un atleta de élite». ¿No está cansado?
-Como diría mi paisano Antonio Banderas, estoy para entrar a vivir (Ríe).
-He leído que se reivindica como un obrero...
-Sí. Yo tengo conciencia de clase, soy de clase obrera. Lo tengo clarísimo. Esto es un trabajo. Como somos cantantes líricos, todo el mundo piensa que somos gente realmente importante, pero no: somos gente normal.
-¿Y el glamur que se le supone a la ópera?
-Cero glamur. La gente, desde sus butacas, puede ver que sudamos. Que, para que se dé un momento que puede ser mágico -porque estamos pulsando directamente la emoción y la voz es el instrumento más emocionante-, tiene que haber antes todo un proceso de trabajo honesto, estudio, esfuerzo... Y todo eso es lo que luego nos permite ser glamurosos encima de un escenario.
-Mojarse con sus opiniones y confesarse ateo y de izquierdas, ¿le ha acarreado algún problema?
-En absoluto. Fundamentalmente, porque nosotros somos juzgados por el trabajo que hacemos encima de un escenario. Por eso estoy en contra de la concepción que se tiene de la palabra divo.
-Explíquese, por favor.
-Divo, que viene de divino, tiene más que ver con la excelencia del trabajo que con el capricho de alguien que quiere servilletas de color rojo en su camerino. ¡Ojalá tuviéramos servilletas en los camerinos! (Risas).
-¿No se ha encontrado con caprichos entre sus colegas?
-No. Me encuentro muchos más divos fuera del mundo de la lírica que entre mis compañeros. Sin duda. En la tele, en la música pop... Quizá porque hoy puede cantar todo el mundo utilizando el autotune. Con que te muevas un poquito bien, puedes crear un espectáculo muy atractivo para la gente. Eso, junto a una educación que busca más la apariencia que el fondo, permite que haya gente que se comporte de manera caprichosa sin que se cumplan los requisitos para poder ser llamados divos. Y eso sucede en ámbitos que no tienen que ver con la lírica. El mundo de la música clásica se ha convertido en un mundo serio. Y no por aburrido, sino porque somos conscientes de que tenemos una responsabilidad, mientras que otros se pueden dar el capricho de no hacer bien los deberes y acabar siendo convertidos en estrellas por el mercado.
-Presume de que ustedes son «los últimos analógicos». ¿Escucha a artistas como Rosalía?
-Claro. Me gustó mucho más su disco anterior que este. Este, que sigue siendo un disco conceptual, no me gusta. No vivo en una burbuja. Ten en cuenta que tengo dos hijos de 24 y 21 años y, entonces, uno no se puede dormir en los laureles. Y no solo por Carlos y Alejandra, sino porque la vida es tan intensa... Hoy en día, alguien que diga que se aburre, y hay mucha gente que se aburre, no tiene perdón de Dios. Y esto te lo digo desde mi más profundo ateísmo. ¡No puede ser! La vida te ofrece todas las oportunidades del mundo. Con que te especialices en una sola, ya está todo hecho.
-Usted iba para médico y la medicina salvó su carrera y su vida, evitando que su lesión derivase en un cáncer de laringe.
-Y fue la medicina pública. Cuando el negocio lo cubre todo, estamos perdidos. Porque no es lo mismo nacer en una familia de obreros, como yo, que alguien que, por nacer en una determinada familia, puede tener una serie de derechos que no le pertenecen. Eso es ideología y lo puedes llevar a cualquier situación. Al final, te das cuenta de que es muy importante tener un pensamiento crítico y formado.
-Hablando de pensamiento crítico. ¿Cómo tratamos a la música en este país?
-Precisamente ayer recibía un WhatsApp de una amiga que es profesora diciendo que hay un borrador en el que pone que la música solo va a ser obligatoria hasta Primero de la ESO. Los profesores están desesperados. Es terrible. Eso no puede suceder. Vamos hacia atrás.
-¿Por qué es tan grave?
-Porque, si tú no permites a alguien que conozca algo, va a ser imposible que se enamore de ello. Si tú no le das a la gente la oportunidad de conocer la música en todas sus manifestaciones, va a ser imposible que tenga un criterio y que se pueda acercar a ella con conocimiento de causa. Que pueda decir: «Esto es bueno o esto es malo».
-Usted recibió excelentes críticas cuando se metió en la piel de una mujer...
-Aquello fue increíble. Primero, porque fue maravilloso el parecido que tenía con mi tía (Ríe). Y después, por el hecho de ver cuántas dificultades tienen todavía hoy las mujeres. Lo importante es que todos tengamos los mismos derechos. Y, si hay que hacer más esfuerzos porque seamos iguales, hagámoslos.
-Parece simple, pero hay quien aún no lo asume. ¿Por qué?
-Porque hay algo que aún no está desarrollado, que es la empatía. La empatía es fundamental. Pero no solamente de boquilla.
-¿Está harto de que le pregunten por su amigo Plácido Domingo?, ¿empatiza con él?
-No estoy harto en absoluto. Es mi amigo y, como amigo, soy capaz de ser objetivo. Aquí hay una cuestión fundamental. El Rey emérito no ha dado explicaciones y la Fiscalía ha archivado cualquier investigación. En Inglaterra existe denuncia, en España no. Bueno, pues tenemos la sensación de que eso no se ha terminado de solucionar. En el caso de Plácido, es que no había ningún tipo de denuncia. Solo hubo una denuncia social. Ha pedido disculpas y yo creo que, en ese sentido, el asunto está zanjado. Sobre todo, porque los griegos hicieron algo que llevamos asumiendo desde hace mucho tiempo: una identificación absoluta entre belleza y verdad, entre belleza y bondad. Y no siempre es así. La belleza puede tener un sentido que no se corresponde directamente ni con la verdad ni con la bondad. Es algo que tenemos que admitir, porque, desgraciadamente, es así.
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