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Manuel Paz (Ujo, 1960) enseña orgulloso el meñique de su mano izquierda, donde los cirujanos del HUCA le implantan un dedo del pie tras la ... amputación que sufrió cuando cepillaba madera. «No sabemos lo que tenemos», piensa en alto sobre nuestra sanidad pública este guitarrista que ha logrado tocar «al mismo nivel» que antes del accidente. Profesor en el Conservatorio del Nalón, integrante del cuarteto entreQuatre y director de la Orquesta de Cámara de Siero (OCAS), el primer viaje que tiene a la vista será a Bosnia, con el programa 'Vínculos' de la agrupación, que lleva música a los lugares más desfavorecidos del planeta. Y, por si todo eso fuese poco, lidera 'Canteros del sonido', un proyecto que identifica instrumentos labrados en iglesias medievales y se propone reconstruirlos.
-Menudo ritmo. ¿No para ni en verano?
-El verano son cosas que surgen. Y, además, a mí me gusta mucho la improvisación.
-¿Hay algún viaje que le haya marcado?
-Dos. Con mi mujer, Maribel, y mi hija Alba. En el primero, fuimos a Italia, saliendo en coche desde Asturias. Brutal. Nos enamoramos de Nápoles. Y, dos años más tarde, cogimos un ferry desde Barcelona a Civitavecchia y después cruzamos a Croacia y Bosnia. Fueron dos viajes muy intensos y también muy íntimos. Ahora, si pensamos en los viajes con la OCAS y con entreQuatre, estaría tres días hablándote de momentos absolutamente deslumbrantes.
-¿Cómo lleva lo de hacer maletas?
-(Risas) Soy un desastre. Es horroroso. Siempre las hago veinte minutos antes de salir para el aeropuerto. Y, al final, descubres que cualquier maleta para un mes se podría resolver con cinco prendas. Eso es lo que aprendes a lo largo de la vida. Pero, aunque lo sabes, no hay manera. Y, además, siempre acabas poniendo el mismu pantalón.
-Dígame alguna canción que le transporte a esta época.
-Juan Luis Guerra me lleva al verano y 'Eva María se fue', a la preadolescencia, a la piscina de Valencia de Don Juan.
-¿Iban a Castilla a secar?
-Sí. Recuerdo algún verano allí definitivo, porque era justo cuando empezabas a escapar de los lazos familiares y a cortejar con todas las que podías (Ríe).
-¿Le tocó ir a la yerba?
-¡Claro! Tengo recuerdos alucinantes. Uno es el olor a yerba recién segada, porque, además, me tocó segar a guadañu y los segadores teníamos un estatus. Te llevaban la comida, la bota de vino... Y tenía que ser vino. No podías beber sidra, porque la sidra te daba vagancia. Mi güelu Pepe era el que mejor cabruñaba de toda la zona. Aquel guadañu era un bisturí. Se podía operar con él. Y, después, había que cargar la yerba con aquellos calores... Sudabas como un bestia. Y, luego, a calcar en la tená. Hice vares de yerba como un llocu y mi tíu Sabino las remataba. Era todo un mundo hoy casi extinguido, un ritual agotador pero maravilloso.
-¿Playa o montaña?
-Escoger ahí es imposible. Soy montañeru y, además, hijo de un montañero míticu, nudista y protoecologista. Y luego soy buceador. Bucear es abrazar el mar por dentro. La capacidad del mar de cambiar es subyugante. Yo soy un disfrutón en Canarias o en Colloto. Una helada en el puerto de La Ballota es algo insuperable. Y una caipiriña en Fuerteventura. ¿Por qué vas a renunciar a algo? Además, hace mucho tiempo que tengo una edad en la que no me puedo permitir el lujo de no ser feliz permanentemente.
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