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RAMÓN AVELLO
GIJÓN.
Sábado, 27 de noviembre 2021, 03:00
James Rodhes, el escritor y pianista de origen británico que recientemente accedió a la nacionalidad española, es una personalidad mediática en nuestro país. Por mediático ... entendemos que sabe vender y venderse. En español ha publicado una autobiografía bastante cruda, 'Instrumental: memorias de música, medicina y locura', y otros libros de vivencias y autoayuda con fondos musicales. En la publicidad del concierto de ayer en la Laboral, se anuncia que Rodhes «convierte el concierto clásico tradicional en una auténtica experiencia inclusiva». También se nos dice que el pianista «consigue que cada uno de los miembros del público se conecte con él y con los grandes compositores que presenta e interpreta». Emocionado a priori por esta «experiencia inclusiva» y la promesa de conexión espiritista, tan relacionada con la música como con la hechicería, acudí ayer ilusionado al ritual-concierto de Rodhes en la Laboral. Indudablemente, Rhodes atrae a un público diferente, más joven y, propablemente, menos formado musicalmente que el que va a los conciertos clásicos. Eso, para mí es un mérito. El patio de butacas estaba casi mediado.
Luces apagadas, no en penumbra, como exige Sokolov, sino a oscuras. Solamente un foco sobre el piano. Sale Rhodes con una camiseta negra que dice 'Bach', se sienta y empieza a tocar el preludio en mi menor de 'El clave bien temperado' de este compositor. Una versión muy plana, intencionadamente minimalista. Tras los aplausos, empieza a hablar. Nos dice que «soy español, coño», la gente aplaude y vive. «Asturias es un sitio de puta madre» (aplausos y risas». Y contó que en Gijón tocó hace cinco años y reciente mente, hace unos meses, estuvo en Asturias de viaje de novios. «Se come cojonudamente bien» (Risas). Una vez hecha la presentación, comienza a hablar de Beethoven, quien «tuvo una infancia de puta pena», y después aborda la 'Sonata n.º 27 en mi menor, opus 90', de Beethoven, obra poemática en dos movimientos. El primero, hace los contrastes de dinámica fuerte piano, pero en vez de tener un sentido expansivo y progresivo, que simbolizaría la lucha entre el corazón y la razón, queda una versión diseminada, que romple un poco el hilo. El segundo movimiento, nos da la idea de un Beethoven un tanto blando. Fue una versión muy mediocre, pero aplaudida.
Tras Beethoven, un díptico de Brahms. La 'Rapsodia en sol menor' y el 'Intermezzo en mi bemol mayor'. La rapsodia la perpetró. Todo ese sentido heroico de Brahms desaparece. Respecto al intermezzo, fue tocado con una lentitud de suspiro de vieja, nada que ver con la versión de esta misma obra que escuchamos a Benjamin Grosvenor hace cuatro días en Oviedo.
Luego, vuelta al Beethoven de una de sus sonatas más emblemáticas: la 'Sonata en do mayor, op. 53', conocida como 'Aurora' o, por su destinatario, 'Sonata Waldstein'. Según Rhodes, «un tío pijo». Aunque tenía intención de fuerza, careció de intensidad dramática y de dinámicas en expansión, que es lo que se sugiere con el título de 'Aurora'. El público aplaudió generosamente, y el correspondió con una primera propina: el 'Improntu n.2' de Chopin. Una version ciertamente tediosa.
Rhodes es un fenómeno mediático, atrae público y puede desarrollar sensibilidades de un concreto sector de la población, es espontáneo, pero su manera de tocar no me llevó a sentirme incluido en la experiencia prometida ni tampoco vi la luz de esa «conexión» con los grandes intérpretes que tocó.
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