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PABLO A. MARÍN ESTRADA
GIJÓN.
Martes, 19 de mayo 2020, 00:16
Ahora que los bares y restaurantes necesitan todo el apoyo posible, Rodrigo Cuevas dice orgulloso de Vegarrionda, la aldea de Piloña donde vive, que tiene «el únicu chigre de la parroquia». Allí se reúnen los vecinos para hablar de sus asuntos, circulan las noticias, se organiza la fiesta y tiene el río al lado «pa bañate en verano y tomar una botellina». Al músico y agitador folklórico le gusta especialmente que «no tien internet ni wifi y puedes tar sentáu nuna mesa, tener tu charla aparte, pero la conversación ye colectiva, de todos, algo que contrasta con ese modelo urbano en el que cada uno está a lo suyo y sin relacionarse con los demás». En ese sentido, considera que el de Vegarrionda «como todos los de los pueblos» cumple la función de «centru social intergeneracional, tan importante». Los bares lo han sido en su vida personal y artística, hasta el punto de reconocer que, en la segunda, «la mitad de mi carrera se fraguó en chigres».
De su infancia en Ciudad Naranco recuerda oír cantar a los paisanos en los establecimientos del barrio «cuando era lo normal» y de los años adolescentes la memoria le devuelve «los inviernos lluviosos y fríos d'Uviéu, donde les tardes podíen ser muy llargues y pasábamos munches echando la partida en La Calleja la Ciega, La Deva, bares como esos que había un montón y fueron desapareciendo». Echa de menos otro tipo de locales que le tocó conocer algo más tarde, «de tipo cultural como La Caja Negra. De aquella no había Netflix y poníen ciclos de cine con debates, una cosa hoy impensable que te apaguen la luz y pongan una peli. Taba muy bien» y de la noche desvela que «más que de meteme en un bar, era de callejear y plazear, gustábame más dar la lengua por les places, por lo menos en esi tramu que iba entre les 12 y les 3 de la mañana. Después ya acababes en sitios como La Santa, más divertíos y de bailar». En Barcelona le sorprendió, al principio «ver que la xente al salir de clase no iben a tomar algo», pero pronto descubriría «la vida de guateque, xuntase nes cases de los amigos». Y en Galicia se reencontró con la cultura del chigre: «En la aldea donde vivía había una taberna-tienda, allí daba clases de pandereta y terminábamos todos comiendo empanada y cantando, era una cosa muy alegre».
Se curtió como artista en bares «donde a veces no sabíen lo que taben llamando y el público tampoco parez que quería escuchate» y en otros donde el ambiente sí era propicio: «El teatro ye ideal, pero en localinos así hay más relajación de la xente y del actor, faes coses más provocadores y agradécente esa cercanía. Incluso acabes falando con ellos, que tamién puede ser peligroso (rises)». Como parroquiano tiene claras su preferencias: «Un sitiu donde se coma bien y si además la xente ye agradable, pueden pasar coses muy interesantes, sí».
Su deseo ahora: «Ojalá los bares vuelvan a tar llenos porque eso siempre ye un signu de que ta bien tolo demás».
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