LAURA SAIZ
Sábado, 3 de junio 2017, 22:09
El cantante puertorriqueño Ricky Martin llegó a primera hora de la tarde al Hotel Bal de Quintueles, apenas a unos pocos kilómetros de su destino final: el patio de la Laboral, donde dentro de unos minutos, comenzará a sonar su música. Poco a poco, según pasaban las horas, y ante el movimiento de tres grandes furgonetas negras con los cristales tintados por la zona, ya hubo quien sospechó que era la estrella internacional quién había elegido ese lugar como centro de operaciones antes del concierto. Hacia las seis y media de la tarde, un masajista entró camilla en ristre, supuestamente para preparar los fornidos músculos del cantante de cara al show de esta noche. Finalmente, hacia las nueve y media de la noche, Ricky Martin salió sonriente por la puerta del hotel, donde le esperaban ya una veintena de fans cámara en mano unos, otros en busca de un autógrafo. Todo fue muy rápido. Un saludo furtivo, bajo una gorra negra y una capucha, a juego con todo su vestuario. Y después, se subió a uno de los vehículos junto a sus dos hijos, otros miembros de su equipo y su personal de seguridad, camino de Gijón. No queda nada para que comience el espectáculo.
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