«La clase política es uno de nuestros principales problemas. Es terrorífica»
Antonio Muñoz Molina, Escritor ·
El aclamado autor jienense, Premio Príncipe de las Letras, participa este martes en el Aula de Cultura de EL COMERCIOAntonio Muñoz Molina, Escritor ·
El aclamado autor jienense, Premio Príncipe de las Letras, participa este martes en el Aula de Cultura de EL COMERCIOIGNACIO DEL VALLE
MADRID.
Domingo, 21 de febrero 2021, 02:00
Fue un encuentro agradable en el club Matador, en Madrid, un lugar luminoso y con un silencio conventual. Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956), con un café delante, habla con un tono pausado, pautado por sonrisas. Sus respuestas son muy calibradas, señal de que ... ha reflexionado mucho lo que escribe, y repasamos su carrera y sus obsesiones, diagnósticos políticos, ensayos sociales, epifanías literarias, siempre el laberinto neoyorquino al fondo, y, aparte, aficiones, lecturas, paseos, recuerdos, pasiones... El martes estará en el Aula de Cultura de EL COMERCIO, a las 19.30 horas, un acto que podrá seguirse en directo en ELCOMERCIO.es.
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-Empecemos por el final. Su última publicación, 'El miedo de los niños' (Seix Barral, 2020, con dibujos de María Rosa Aránega), es un relato, y me da pie para hablar de dos cosas: su concepción del cuento y la desaparición de los niños de las calles al tiempo que los espacios públicos, junto con las enfermedades que campaban por sus respetos.
-El cuento nació de una imagen sobre la que yo había escrito mucho, que era ese recuerdo de los tísicos en Úbeda, esa eterna posguerra que a mí me dio tiempo a vivir. Eso dio forma a una especie de leyenda, de un arquetipo narrativo, unos seres que, por ejemplo, un amigo me contaba que se reproducían en Mallorca: allí se decía que los «chuetas», los judíos, eran quien robaban la sangre a los niños. Luego, respecto a los cuentos, hay una cosa formal que a mí me gusta mucho, que es la cuestión de construir una historia con los mínimos elementos posibles. Esa duración narrativa que está entre el cuento corto y la novela, porque tienes cierta amplitud, pero al mismo tiempo tienes límites espaciales muy fuertes. Eso hace que sea muy visible la forma. Ha de haber una economía narrativa muy estricta, y economía no significa necesariamente escasez, sino buena administración. Tienes que medir muy cuidadosamente cada elemento de la historia. Es un desafío. Sí, es muy importante tener un sentido de la forma.
-Pasa de los grandes panópticos como 'Sefarad' o 'La noche de los tiempos' a narraciones más intimistas como 'Tus pasos en la escalera' (Seix Barral, 2019). La parábola de Bruno, su protagonista, entrevera el mito, la mentira, la soledad y una mirada pesimista al futuro. Usted parecía augurar 2020...
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-Es curioso. Cuando empezó la pandemia y yo volví a 'Tus pasos en la escalera', me dije: «Pues es verdad». Esa actitud del narrador que empieza diciendo: «Me he refugiado aquí para esperar el fin del mundo». Realmente, la novela entera nació de esa frase, que se me ocurrió de repente, y yo creo que el impulso de escribir una novela es más inconsciente que consciente. Al igual que 'Un solitario andar entre la gente', ambas beben de la noción de un mundo insostenible, y muy frágil. Insostenible en términos ambientales, y de una fragilidad muy grande por su propio desarrollo tecnológico. Ayer leía en 'The New York Times' un artículo escalofriante sobre los ataques continuos que reciben las infraestructuras básicas de Estados Unidos por hackers de Rusia, de China y de Corea del Norte. El hecho de que una sociedad sea muy avanzada y esté muy conectada también la hace muy frágil, porque imagínate que hackean el servicio de aguas de una gran ciudad o la red eléctrica. Creo que casi todos sentimos ese desasosiego que, para mí, que yo recuerde, empezó en 2001 con las Torres Gemelas. En 2001 fue el golpe político, y en 2008 fue el golpe económico, y, a poco que se esté atento, eso trastorna un poco tu sentido de la estabilidad, y todos necesitamos algo de estabilidad. Y a eso se le añade la emergencia climática, porque aquí hay gente que todavía piensa que ese problema está inventado por izquierdistas blandos, pero casi todos los días medios como el 'Financial Times' hablan de las necesidades y las posibilidades de la economía verde. ¡El 'Financial Times'!, ¿te imaginas?
-Hablando de 2020, releí su ensayo 'Todo lo que era sólido' (Seix, 2013), y encontré que casi todo podía aplicarse indistintamente tanto a 2020 como al año corriente. En especial, la transformación de la política en «comunicación», en un relato. Se crea un simulacro, un espejismo para el vedetismo político.
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-Es una cuestión muy universal, pero en España tiene rasgos específicos y muy graves, porque es un país con muy poca solidez institucional, y también con poca sociedad civil. Eso hace que el dominio de los partidos políticos y la primacía de sus intereses por encima de los intereses generales sea más grave. Yo creo que el espectáculo de la política española y del Parlamento español desde que empezó la pandemia hasta ahora es una de las cosas más desoladoras que he visto. En una crisis que es la peor que hemos tenido desde la guerra civil, que la clase política española (la mayor parte de ella), en vez de buscar maneras de arrimar el hombro para salir adelante (porque para salir de esta necesitamos una especie de gran acuerdo nacional), haya dedicado el año o gran parte de él a exagerar al máximo todo su sectarismo, toda su estrechez de miras, toda esa obsesión obscena que tienen por el poder, sea como sea, me parece una de las cosas más tristes que han ocurrido en España. ¿Qué se debate en el Parlamento español?, ¿qué se debatió en la campaña catalana?, ¿se está hablando de sanidad pública?, ¿de cómo hacer sostenible este sistema?, ¿se está hablando de cómo cambiar un sistema económico que hemos visto que era de una fragilidad pavorosa? No se habla de nada, y de cultura menos, y eso que la cultura tiene mucho que ver con esto. Además, da la casualidad de que España una de las pocas cosas competitivas que tiene es su patrimonio cultural, y un idioma, y digo idioma no en términos nacionalistas, sino en términos prácticos, es decir, un idioma que es universal, y eso ofrece posibilidades de prosperidad económica muy grandes.
-Volviendo a 'Todo lo que era sólido', recuerdo a un amigo diciendo que la tendencia española al cainismo nos viene de los godos. Bien, yo no soy tan preclaro, pero usted ya hablaba de la aspereza verbal del país, y esa obsesión por vivir en 1936, cuando los 2000 nos ofrecían un bienestar jamás alcanzado en la historia de España.
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-Yo creo que esas continuidades históricas, esos esencialismos son muy exagerados, qué tenemos nosotros que ver... Es como esa idea tan dañina de que las naciones vienen de la antigüedad, el nacionalismo catalán o vasco, que se remontan a los orígenes de algo... Y, en cuanto a vivir en el pasado, lo que yo creo es que hace falta es conocimiento histórico verdadero. Evidentemente, hay una operación política detrás de todo esto, que es la operación de deslegitimar el sistema democrático. Cada vez que oigo el «régimen del 78», como se lo oí a una señora de la CUP, yo le diría que este régimen es en virtud del cual tú tienes un gobierno y un grado de autonomía que el estatuto de 1932 no te dio nunca. Yo creo que hay dos cosas que son perfectamente compatibles: una, reconocer el valor de la tentativa de experiencia democrática que hubo en España en los años 30 en la República; dos, aceptar que ese experimento fue destruido por una sublevación militar que contó con el apoyo, nada menos, que de la Alemania nazi y de la Italia de Mussolini, sin las cuales no habría habido guerra civil, y que dio lugar a una dictadura sanguinaria, muy cruel. Bien, ahora, a partir de 1977 se crea un sistema democrático en España que está acreditado según criterios internacionales como perfectamente legítimo, y de una calidad democrática muy superior a la de muchos países y muy superior a la calidad democrática del propio régimen republicano de 1931.
-¿Qué es el maoísmo digital?
-Se refiere a esa actitud de lanzarse en masa y ferozmente contra alguien para aniquilarlo. Es como la revolución cultural china cuando a una persona por tener gafas o por haber leído determinado libro o por cualquier cosa se le hacía un linchamiento, incluso físico. Es una agresión masiva contra alguien que está solo.
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-En cuanto a esta pandemia que sufrimos, ¿Qué es lo más destructivo que ha identificado usted en todo el proceso?
-Lo más destructivo es comprobar la tremenda fragilidad estructural que padecemos. Un sistema sanitario en el que hay médicos y enfermeros que pueden encadenar en un año doscientos contratos, un sistema de residencias en que se ha visto que eran prácticamente pudrideros, un sistema económico de una fragilidad tremenda que se basaba en el turismo de masas y en el consumo. Y luego, un sistema de gobierno, y me refiero a un sistema de gobernanza, que es muy incompetente en muchos casos, por dificultades de coordinación, de lealtad, y porque tenemos una clase política que es terrorífica. No es que tenga dificultades para arreglar problemas que son muy difíciles: es que la clase política es uno de los principales problemas.
-Nueva York fue una etapa de su vida importante. En 'Ventanas de Manhattan' (Seix, 2004) usted habla de la ciudad. Cuando se recorre Nueva York, «se produce un corte geológico de una gran cantidad de mundos posibles».
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-Son mundos cada vez más marcados en sus diferencias, porque las diferencias sociales crecen cada vez más. Entonces la ciudad es cada vez más cruel, porque cada vez es más cara, más difícil, para quien no tiene mucho dinero. Se ve bien en las memorias de Patti Smith, 'Éramos unos niños', donde cuenta su adolescencia y primera juventud bohemia en Manhattan con Robert Mapplethorpe, en las que dice que eso ya es imposible. En los bastantes años que yo he ido y venido a Nueva York, he visto el agravamiento de las dificultades y las diferencias.
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