Celosa guardiana de la pureza de la obra del escritor Jorge Luis Borges, uno de los más brillantes cuentistas y poetas de la literatura universal, María Kodama ha fallecido este domingo a los 86 años, víctima de un cáncer de mama, según confirman medios argentinos. ... Vivía en Buenos Aires y mantenía la supervisión de las actividades de la Fundación Jorge Luis Borges, que ella fundó en 1988, dos años después de casarse con el creador de relatos perfectos como 'Las ruinas circulares' o 'Funes, el memorioso'. Nacida en 1937, la viuda de Borges estuvo activa con encuentros privados con jóvenes escritores locales y estaba atenta a las redes sociales. Incluso ayer actualizó su cuenta de Instagram.
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Tanto los derechos de autor, y por tanto las cesiones y traducciones, como la biblioteca de Borges eran cuidados por Kodama, que vivía en Buenos Aires y que viajaba con frecuencia a España y otros países, siempre en calidad de representante del universo borgiano, sesiones en las que mezclaba opinión con anécdotas de aquel autor mayor, ciego y de mal andar, que ella conoció y acompañó hasta su muerte en Ginebra. A pesar de la ceguera, «escribía con letra muy pequeña», recordaba. Ella era 38 años menor. Se casó con él en Paraguay, menos de dos meses antes de su muerte. Así ambos se aseguraron de que el legado del poeta y prosista quedara en sus manos.
Cuando visitó Madrid en mayo de 2018, para presentar una edición faxímil con páginas de libros que pertenecieron al autor y que había garabateado, aseguró: «'El Aleph' es tremendamente banal, y se lo dije». Cuando se conocieron Borges ya había construido la mayoría de su gran trabajo literario. Juntos firmaron un cuaderno de viajes, titulado 'Atlas', de crónicas breves y poéticas.
Entre el afamado y excéntrico escritor y la joven estudiante comenzó una relación sentimental como pocas se le conocían a Borges. Ella fue primero lectora y acompañante del autor de 'Ficciones' o 'El libro de arena', y se convirtió en su guardián, dueña de las llaves del reino. Recorrieron el mundo, y quienes conocieron a la pareja, y obtenían el permiso de Kodama para acercarse a Borges, la recuerdan como alguien generosa y determinada.
Sin embargo, ella no evadía la polémica, que rozaba la censura, cuando impedía por medio de advertencias y de procesos judiciales que otros escritores reescribieran alguno de los cuentos de Borges, como sucedió hace varios años con el español Agustín Fernández Mallo, cuyo 'El hacedor (de Borges): remake' desapareció de la noche a la mañana de las librerías, o del largo proceso del argentino Pablo Katchadjian, por 'El Aleph engordado', que tenía una edición casi artesanal.
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En la edad tardía Borges encontró el amor. El hombre que escribía sobre libros ocultos, bibliotecas octogonales, posibilidades infinitas del cosmos vivía también en ese universo de ficción, dentro del hogar y la protección materna hasta muy entrada la madurez, rodeado de amigos que le admiraban en lo literario y le sometían a la displicencia en lo personal. Sus veladas parecían reducidas a la tertulia literaria. En 'Borges a contraluz', el libro de Estela Canto, único enamoramiento conocido previo a María Kodama y a la que dedicó 'El Aleph', se le retrata como alguien introvertido y caballeroso, casi incapaz de ir más allá de un apretón de manos, incluso con episodios sonrojantes narrados por la mujer que inspiró a la Beatriz Viterbo de aquél cuento visionario.
Pero llegó Kodama, a la que el ya viejo Jorge Luis conocía por sus padres y convertida en mujer, para redimir tanto su condición humana como su obra literaria, de la que ella, profesora de literatura y traductora, era gran admiradora. Ella, a la que se recordará con su larga melena canosa y sus enormes gafas que ocultaban sus ojos de rasgos japoneses, era ajena al círculo de amigos y llevó a Borges, como ella también le llamaba, por sus propios derroteros. Como sucede en toda historia de amor, crearon un mundo íntimo y aislado. Probablemente el más sorprendido era el propio Borges, ya para entonces volcado a los sentidos del gusto, el olfato y el tacto.
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Aquellos amigos de Borges denostaron a Kodama. Bioy Casares, que se llevó la mejor parte de una colaboración con el maestro, quería que muriera en Buenos Aires y se lo dijo por teléfono poco antes. En una frase, algo así como «para morir es igual cualquier sitio», Borges se retrató como 'el otro', ése que era él en libros, ese héroe místico pero algo «compadrito» que quizás había alcanzado en la realidad por fin gracias a su relación con Kodama. Él prefirió la placidez y discreción de Ginebra, solo él y su esposa, y allí siguen sus restos. Kodama, en cambio, se quedó a morir en Buenos Aires.
María Kodama cuidó del hombre y su obra. Borges, con ella, quizás fuera feliz. Lo parecía, dicen quienes les acompañaron. En todo caso, ella destinó su existencia casi entera a velar por una escritura consagrada en lo más alto de la literatura universal, sin ganar jamás un gran premio ni escribir una novela.
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