Philippe Boxho, forense y autor de 'Los muertos tienen la palabra' con el que se ha convertido en 'best seller'. Bernard Babette

«Lo mejor es morirse de un infarto en plena noche cuando uno está durmiendo»

El forense belga Philippe Boxho recopila sus autopsias más curiosas en 'Los muertos tienen la palabra', un libro con el que ha triunfado en su país y en Francia

Domingo, 2 de febrero 2025, 01:12

Más de treinta años como forense y con cerca de tres mil autopsias a sus espaldas (la primera a un conductor que salió despedido por el parabrisas en un accidente de tráfico y fue decapitado por un guardarraíl), el doctor y profesor belga Philippe Boxho (Lieja, 59 años) desembarca en España con 'Los muertos tienen la palabra' (Plaza y Janés), el primero de sus tres libros –todos ellos 'best sellers' en su país y en Francia– en el que invita a acompañarle en su trabajo diario por los escenarios del crimen y la sala de autopsias. A lo largo de una veintena de capítulos, Boxho combina anécdotas de su día a día, con divulgación sobre la práctica forense e historias de 'true crime' en las que se ha visto inmerso por su profesión. Todos son casos reales presentados a sus alumnos de Medicina Forense en Lieja y aderezados con un toque de humor, en el que, eso sí, «nunca me burlo del cadáver». El carismático forense ya cuenta con un millón de lectores, goza en Bélgica de la fama de una estrella de rock y Netflix llama a sus puertas para hacer una serie sobre sus libros.

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Las cifras de venta indican que la muerte interesa a la gente, «seguramente por el tabú y el misterio que la rodean», pero a Boxho le gustaría aprovechar el tirón para sacar a la luz una profesión que solo parece moverse bajo el sombrío ambiente de las morgues.

Cuenta el doctor que su oficio nunca le deja de sorprender y que la última sorpresa es el caso de un hombre que afirma haber matado a su mujer atravesándole el corazón con un boli Bic. «No creo que esto se pueda hacer con un boli y lo estamos investigando».

Escalpelo en mano, Boxho ha practicado autopsias inverosímiles, como lo demuestra el título de los capítulos en los que ha diseccionado el libro para agilizar su lectura. En 'Casi asesina' cuenta el caso de la joven Marie, a la que salvó de la cárcel, porque acribilló a tiros a su padre que no aceptaba que fuera lesbiana mientras éste dormía sin percatarse de que el hombre lleva muerto unas horas tras sufrir un ictus, como lo demostró en la autopsia. «Para matar a alguien hace falta que esté vivo. Marie tuvo mucha suerte».

En 'El hombre que quería morir' describe los intentos por quitarse la vida de varios suicidas, entre ellos uno que trató sin éxito de taladrarse el pecho a la altura del corazón, luego quiso electrocutarse pero saltaron los plomos, hasta que finalmente se ahorcó colgándose del techo «y eso ya funcionó».

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En 'Instinto básico' el forense admite que se precipitó al pensar que el orificio en el corazón del muerto procedía de una bala cuando en realidad el arma del crimen era un picahielos que una amante le había clavado en el pecho, igual que el de la película del cruce de piernas más famoso del cine.

Y en 'Muertos vivientes' narra la historia de Lucette, fallecida de muerte natural a los 85 años, según el certificado de defunción del médico. «La familia llamó a la funeraria, que preparó el cuerpo, lo lavó, lo vistió y lo colocó en el ataúd en su casa. Al empezar las visitas, entró Jeannine, su vecina y amiga de toda la vida, y justo cuando esta se encuentra frente a ella para presentarle sus respetos, Lucette se incorpora y le dice 'Oh Jeannine ¡qué bien que te hayas pasado a verme!'. Jeannine se desplomó fulminada por un ataque al corazón». Boxho explica que Lucette había sufrido «un largo episodio de catalepsia» que el médico había confundido con una muerte real, un caso similar al de la anciana que el pasado mes de diciembre resucitó en Mallorca tras ser declarada muerta y del que Boxho no había oído hablar.

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Ataúdes arañados

El caso de Lucette lleva al forense a hablar de los supuestos enterrados vivos y de los sistemas de apertura interior (y de campanillas) que se instalaron en los ataúdes, sobre todo en la época victoriana cuando se empezó a hablar de la catalepsia. Para tranquilidad de los lectores, asegura que él nunca ha visto un ataúd arañado por dentro y que, en todo caso, la supervivencia bajo tierra apenas supera los quince minutos «porque no hay casi oxígeno». Estas y otras leyendas, como la erección de los ahorcados, las quiere desmontar en un próximo libro, el cuarto de la serie.

Boxho se reafirma en que los muertos nunca mienten. «Dicen siempre la verdad de cómo han muerto, pero si alguno trata de mentir, al final el forense acaba sacando la verdad». Recuerda el caso de Pierre, un joven que murió entre vómitos de sangre cuyo origen nadie entendía, hasta que la autopsia reveló que se había tragado un tenedor de plástico que le había perforado el esófago y la aorta.

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Asegura el doctor que los cadáveres le han enseñado que no hay que temer a la muerte, pero que hay que escoger «muy bien» la forma en que uno muere. «Lo mejor es morirse de un infarto en plena noche cuando uno está durmiendo. Eso es perfecto». ¿Y lo peor?, le preguntamos. «En primer lugar que te quemen vivo y en segundo, morir ahogado, ambas son terribles», resume con una profesionalidad que deja helado.

– Y ya puestos, ¿qué diría su cadáver de usted?

– Que he vivido muy bien.

Lázaro el resucitado y la autopsia de Kennedy

Estudioso de la Sábana Santa de Turín (quiere escribir un libro sobre la reliquia), sorprende saber que con 18 años Boxho era un joven católico muy devoto hasta que perdió la fe. «La fe es un don y yo no lo tengo». Por eso confiesa que, como científico, no cree en los milagros «o al menos yo no he visto nunca uno». Tampoco en el de Lázaro, al resucitado más conocido tras Jesucristo. «Quizá tuvo una catalepsia. Habría que haber estado allí». Y añade a modo de reflexión: «Hay algo que siempre me ha inquietado un poco. Se dice que Cristo fue la primera persona resucitada. Pero Lázaro resucitó también. Entonces Lázaro sigue viviendo en algún sitio a día de hoy porque una vez resucitado uno no se vuelve a morir». Boxho, por otro lado, admite que le habría gustado hacer la autopsia a Kennedy para desterrar definitivamente la teoría de que un solo proyectil (la famosa 'bala mágica' de la Comisión Warren) causó las heridas que mataron a JFK. A su juicio, hubo dos tiradores, lo que desmonta la historia oficial («una chorrada») de que sólo hubo uno, Lee Harvey Oswald.

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