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Mientras buceaba en internet a la caza de inventos curiosos, a la abogada y escritora Mónica de Cristóbal (Madrid, 52 años) le saltó un nombre completamente desconocido para ella, el de la estadounidense Mary Anderson (1866-1953), inventora del limpiaparabrisas en 1902. Mónica se preguntó ... por la cantidad de vidas salvadas gracias a aquella mujer y a partir de ahí empezó a buscar información sobre la inventora americana, de la que apenas hay «cuatro datos» pese a que cambió para siempre la seguridad mundial por tierra, mar y aire.
«He querido rescatar y difundir su figura porque fue una mujer fascinante de la que se sabe muy poco», cuenta Mónica, que compagina el ejercicio del derecho laboral y civil con la literatura de cuentos. Y lo ha hecho en 'El viaje en tranvía de Mary Anderson' (Istarduk Ediciones), su tercer libro tras los éxitos de 'La nube blanca' y 'El escalón de hojalata', en los que aporta una mirada optimista a dos trastornos como el alzhéimer y la acondroplasia.
Mary Anderson fue una emprendedora que se ganaba bien la vida como promotora inmobiliaria en su Alabama natal. En un viaje que hizo a Nueva York en el invierno de 1902, tomó un tranvía y sentada en primera fila observó con perplejidad los problemas con que lidiaba el conductor para poder ver los raíles entre la lluvia, el aguanieve y el barro que se acumulaban en el parabrisas. Cada dos por tres, aquel pobre hombre tenía que detener el vehículo para limpiar el cristal y ganar visibilidad, lo que irritaba a los pasajeros que protestaban porque llegaban tarde al trabajo y les entraba agua y frío dentro del coche.
Testigo de aquella desigual batalla del chófer contra los elementos, a Mary se le encendió la bombilla y de regreso a su hotel se puso a dibujar lo que había imaginado en su inquieta cabeza: un brazo metálico con una lámina de goma resistente pegada al cristal que se podría accionar desde el interior del vehículo mediante una palanca manual. Ese fue el primer limpiaparabrisas de la historia, el que luego ha facilitado la vida a la humanidad al volante.
Mary solicitó una patente de 17 años para su ingenio y lo ofreció a distintas empresas. «Se burlaban de ella y le decían que iba a distraer a los conductores y que provocaría accidentes», recuerda la escritora. En 1913 nada menos que Henry Ford incorporó de serie el limpiaparabrisas a sus Ford T «sin pedir permiso a su inventora».
Nunca protestó por semejante usurpación, ni reclamó ningún honor. Jamás le reconocieron el invento de poder conducir seguro bajo la lluvia. Por eso hoy queremos que le lluevan los aplausos... sin limpiaparabrisas que los barra. «No tuvo un reconocimiento público ni económico, pero creo que no lo necesitaba. No era una mujer de egos, estaba contenta de haber ayudado a la gente y eso le bastó», reflexiona la autora de 'El viaje en tranvía de Mary Anderson', que está narrado como un cuento para grandes y pequeños y viene ilustrado con los dibujos de Davide Ortu y Silvia Alberdi.
Pese a que resulta difícil imaginar cuántas vidas habrá salvado el artilugio ideado por Mary y convertido hoy en un instrumento de incalculable valor para el mundo del transporte, ni calles ni plazas con su nombre recuerdan a la inventora, que tampoco recibió en vida honores de científica. «Por eso, este libro quiere darle el valor que le corresponde y su lugar en el mundo», resalta Mónica de Cristóbal, que reconoce que nunca había oído hablar de Anderson hasta que le saltó su nombre buscando a mujeres inventoras por internet.
Ahí descubrió que hubo otras grandes innovadoras en el mundo de la automoción, como Florence Lawrence, una estrella de cine de principios del siglo XX que inventó la luz de freno, o Dorothy Levitt, una famosa piloto de carreras que ideó el retrovisor por aquella misma época. A Dorothy, por cierto, el machismo le afeó su invento «porque sólo quería mirarse en el espejo por coquetería femenina«, recuerda la escritora.
Ambas inventoras triunfaron en sus otras facetas, una en el cine y la otra en las carreras de coches (Levitt ganó todas en las que participó) y gozaron del reconocimiento social que se hurtó a Mary Anderson, lo que de alguna forma ha animado a Mónica a ajustar cuentas con la historia. «Sabemos quién inventó la electricidad, pero no el limpiaparabrisas que ha salvado tantas vidas«, dice la autora, que desliza un secreto: «Tengo la sensación de que Mary me ha ido dictando su vida mientras escribía el libro«. Quién sabe... igual en la segunda fila de aquel tranvía neoyorquino iba sentada una abogada a la caza de una buena historia para alimentar su vocación literaria.
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