Martín Díaz trocó Tarna por el Cielo
Taramna. ·
El pueblo más alto del Nalón fue cedido por su señor a los monjes benedictinos de Eslonza para garantizar la salvación eterna de su almaSecciones
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Taramna. ·
El pueblo más alto del Nalón fue cedido por su señor a los monjes benedictinos de Eslonza para garantizar la salvación eterna de su almaCorría el año del Señor de mil y ciento y cuarenta y dos cuando el rey leonés Alfonso VII, conocido como El Emperador, dictó en un decreto que «a tí, Martín Díaz, el mejor servidor de mi casa, por el servicio que me has hecho y el que me haces, con plena libertad y alegría de doy como herencia aquella villa que llaman Taramna (Tarna), situada entre los grandes montes del río Nalón, para que edifiques allí un hospitium transeuntibus (albergue de caminantes) (...) Por debajo de estos límites te concedo todo lo que encuentres, para que lo roturéis y labréis empleando los medios a vuestro alcance tú y tus hijos, y todos aquellos a quien les queráis entregar dicha heredad».
Martín Díaz de Prado, natural del pueblo casín de Bueres (o de Nieves, según versiones), se había ganado la confianza y el aprecio del Emperador leonés como submayordomo (un cargo eminentemente militar) en su batallar contra los musulmanes cordobeses. Y no lo debió hacer mal, porque cuatro años más tarde también le cedió la iglesia y dominios de Velerda, en Caso, y las villas leonesas de Anciles y Albires, con todos sus términos. Este Martín Díaz, en la práctica, acabó siendo el señor de todo Caso, incluyendo Nieves y San Salvador de Sobrecastiello, y sobrevivió a su señor, que rindió su vida a Dios en 1157. No menos de un cuarto de siglo fue Martín Díaz de Prado señor de los dominios más altos del Nalón y de buena parte de las zonas inmediatas al sur de la cordillera. Pero al final la parca cumple con su obligación de igual modo para con nobles y siervos. ¿Tuvo herederos don Martín en su familia? No consta de forma directa, si bien un Hernando de Prado, señor de Valdetuéjar, estaba en posesión del documento de cesión del Emperador.
Con la perspectiva actual, cuesta imaginar que tales señoríos terrenales no se transmitiesen a herederos de la misma familia, hijos u otros deudos. Pero estamos en pleno siglo XII (o principios del XIII), y todo tiene un significado y un sentido religioso. Reyes y vasallos exponen sus vidas en una larga contienda con motivaciones, al menos de forma confesa, basadas en las diferencias de fe. Y más o menos convencidos, buscan con ello la salvación eterna de sus almas. Por cualquier medio. Martín Díaz de Prado no es ajeno a esa forma de ver la existencia como un camino hacia el paraíso... o hacia la condenación eterna.
Sor Visitación es la abadesa de Santa María de Gradefes. Suave y firme en el trato, es una cisterciense a la que la vocación le fue «invadiendo el corazón» muchos años después de profesar. Ama su cenobio y lo deja traslucir en cada frase: «Esto es una delicia, era mucho más duro antes». Hoy son 17 monjas en el monasterio, una de ellas incorporada esta misma semana, y pronto serán 18. Pero hacia 1880 el convento estuvo a punto de desaparecer. El traslado desde el monasterio de San Bernardo de Avilés de la práctica totalidad de la congregación existente entonces a Gradefes salvó la continuidad de este último, que desde su fundación en 1168 solo había quedado sin ocupación durante tres años en el siglo XVI, tras el concilio de Trento.
Y poderosas razones tuvieron que ser las que le hicieron buscar un enterramiento en terreno lo más sagrado posible, aunque ello le costase ceder sus dominios temporales de Caso a los avispados monjes benedictinos del monasterio de Santa Olaja de Eslonza. A cambio de una tumba. Que no era, para él, solo un lugar de reposo, sino una garantía de salvación eterna.
No es algo tan extraño, durante siglos la Iglesia vendió bulas para todo tipo de pecados, desde romper el ayuno pascual a permitir bodas reales entre familiares muy cercanos, al punto de que ese mercadeo estuvo en la base de los motivos que llevaron a Martín Lutero a colgar sus 95 tesis en Wittenberg y a romper con Roma.
El grupo de investigación histórica Los Bribones, del Alto Nalón, lleva años estudiando lo que se conoce de Martín Díaz de Prado, y recientemente ubicó su tumba en la iglesia del monasterio cisterciense de Santa María de Gradefes, en el mismo municipio leonés en el que se encuentran las ruinas -gravemente expoliadas hasta por la propia Iglesia, aunque eso es otro asunto- del monasterio benedictino de Santa Olaja de Eslonza. Esta misma semana, el experto en historia y exalcalde de Caso Juanchi Estrada, el genealogista Nacho Lago, y los investigadores Arcadio Noriega, Monchu Calvo y Mar Muñoz acudieron a Santa María de Gradefes para comprobar que, según los últimos datos encontrados en su investigación, la presunta tumba del Martín Díaz de Prado de finales del siglo XII era, en realidad, la de otro Martín Díaz de Prado, de mediados del siglo XIV, también de origen casín y del que todos los datos apuntan a que se trata de un descendiente de aquel primer señor de Caso.
Habían pasado casi dos siglos entre uno y otro fallecimiento, pero en cuestiones de fe y de sentido transcendente de la vida los avances no habían sido demasiado evidentes. Consta que el segundo Martín Díaz de Prado también se garantizó estar entre los 144.000 elegidos para la salvación en el Juicio Final por el nada módico precio de 400 maravedíes (aproximadamente la mitad del valor de los dominios en Caso del primer Díaz de Prado). Sus hijos, Mayor Gómez y Martín, no sucumbieron a la tentación de litigar con las religiosas por tan sustanciosa herencia, sino que se presentaron ante la abadesa Teresa de Chaveces y su comunidad y, ante el notario público de Rueda Don Alfonso Martínez y varios testigos, comprobaron efectivamente que el enterramiento de su padre se llevase a cabo tal y como se había estipulado. El acceso al Cielo de su progenitor seguía valiendo más para ellos que las posesiones terrenales.
Hoy, los restos mortales del segundo Martín Díaz siguen custodiados por las monjas cistercienses del monasterio de Santa María de Gradefes, en la entrada de la iglesia, junto a los de los fundadores, García Pérez y su esposa, Teresa Petri, quien también cedió al Císter todos los bienes de la pareja tras fallecer su esposo sin hijos, para fundar el monasterio y garantizarse a ella unos reposados y seguros días postreros y una vía directa a la gloria celestial. Con su donación, el Cister fundó el que era en ese momento su segundo monasterio fuera de Francia, tras el de Tulebras, en Navarra.
¿Para qué querían los benedictinos los dominios de Caso? Durante siglos, los monjes recorrieron el camino real entre Eslonza y Caso, donde los siervos les pagaban sus tributos como se los habrían abonado a los descendientes de Martín Díaz de Prado, de haber heredado ellos los dominios. Consta entre la documentación que en su día se custodiaba en el monasterio de Eslonza un fuero por el que los vasallos de Soto de Caso y Belerda pagaban sus tributos al monasterio en cera, si bien la miel y el quesu casín eran aceptados.
Esa relación se mantuvo durante siglos, generando una fuerte vinculación entre territorios tan alejados como Caso y Gradefes. No se ha perdido del todo, y no solo Los Bribones, sino los ayuntamientos de ambos municipios han querido revivir esa vinculación. En un primer momento, en 2004, preparando la celebración del 1100 aniversario del monasterio de Eslonza (fundado en 912 por el primer rey de León, García I, y la reina Doña Munia) con un primer tanteo hacia un hermanamiento. Ahora, con la confirmación de la tumba del segundo Martín Díaz y con la insistencia en la búsqueda de la del primero, que de haber estado, como todo apunta, en el monasterio de Eslonza estaría probablemente perdida a causa de su grave y continuado expolio, iniciado en 1836 con la desamortización de Mendizábal, tras la que se vendió por 40.000 reales. Cerrando el círculo astur-leonés, en 2010, los herederos del monasterio, la familia asturiana Álvarez Estrada, lo cedieron al Ayuntamiento de Gradefes.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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