Antonio Díaz estaba ayer desaparecido en combate. «No me contesta el teléfono ni a mí», decía su encargado de prensa. La traca final de dos funciones diarias con la que ha bajado el telón de Broadway remata una odisea de cuatro meses entregado en cuerpo ... y alma a teletransportar a Nueva York su espectáculo de «Nada es imposible», con un resultado tan espectacular como su propio show.
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Todos los magos saben que para conquistar la atención del público necesitan empezar con un golpe de efecto. El del mago catalán ocurrió en el programa de NBC Today Show el 2 de agosto, cuando teletransportó en directo a cuatro personas al otro lado de la Plaza Rockefeller. «Eso fue un antes y un después», confiesa por escrito. A partir de ahí se desbordaron la taquilla y las ofertas. Si ya estaba sobrepasado con los preparativos del show que ha presentado en el Teatro Barrymore de la calle 47, a partir de ahí tuvo que dedicar cada minuto libre que le dejaban los ensayos a revisar ofertas de negocios. A todas las que le han planteado continuar el espectáculo más allá de las dos semanas contratadas, la respuesta ha sido no. Ni una semana más, que es lo que planteaba el grupo Shubert, propietario del teatro.
Díaz lleva dos años sin cogerse vacaciones. Lo ha dado todo en su debut neoyorquino, con el que ha cumplido su sueño de la infancia y tiene otra temporada esperándole en casa en octubre en el Teatro Victoria de Barcelona, así que ahora solo sueña con descansar con su familia en la playa barcelonesa de Masnou, digerir el éxito y ponerse manos a la obra de nuevo. Le había costado hacerse un hueco en Broadway. La pandemia se interpuso en las fechas concertadas y para cuando los teatros reabrieron se habían acumulado tantos espectáculos que tuvo suerte de conseguir el Barrymore, con asientos para algo más de mil espectadores. «Ahora todo el mundo nos quiere», saborea su equipo.
El descorche en el programa de Today Show, que ven siete millones de personas, le catapultó de inmediato al éxito. «¿Te gusta la magia?» Preguntó a Erica, una pequeña que sacó el domingo al escenario. «No», respondió tajante la niña. «¿Tus padres se han gastado 300 dólares en traerte a un espectáculo de magia y no te gusta la magia?», le cuestionó él entre risas. Habría que haberle preguntado a Erica si cambió de opinión tras esa hora y media de asombro intensivo, pero la niña no le perdonó el trago y ni siquiera quiso volver a subir para compartir la ovación final del público. «¿Os creéis que porque no me miréis no os voy a ver?», bromeaba él cuando buscaba a sus víctimas.
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Erica estaba en desventaja. Cuando pidió que levantasen la mano los niños menores de diez años, fue la única en el cuerpo principal de la orquesta. Aunque la magia juega con la inocencia de los niños, el Mago Pop, con su look moderno y su sentido del humor, ha conseguido conectar con el escepticismo de los adultos, que a menudo solo buscan desmontar sus trucos. Por el camino se encuentran con que Díaz es un mago con mensaje que pone a prueba la lógica y les deja con la moraleja de no poder explicar lo que parece imposible. Son sus palabras, sus miedos y sus creencias los que les limitan, les dice.
En Nueva York el cielo es el límite. A pesar de todas sus creencias, el mago catalán de 37 años que aspira acompañar a Houdini y David Copperfield en el panteón de los grandes no tuvo suficiente fe para creer que iba a triunfar en Broadway y se compró un teatro en Branson (Missouri), que ahora tendrá que encajar en su universo mágico. Sus manos volverán a barajar cartas en Broadway, como sus pasos se encaminarán por el High Line, uno de sus paseos favoritos que suele acabar con almuerzo en Little Spain. Como gran fan de los musicales, no se ha perdido la versión de Macbeth que hace «Sleep No More», pero el que realmente le dejó entusiasmado fue «Regreso al Futuro», a donde tendrá que tele transportarse en algún momento no muy lejano. Antes de acabar el recorrido neoyorquino de este verano también tendrá que devolverle la visita al tenista Carlos Alcaraz en el US Open, que acudió a verlo en el Barrymore, como el alcalde de Nueva York Eric Adams.
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«La verdad es que estoy en una nube», confiesa. «El teatro lleno cada noche, la gente esperándome a la salida… Es mucho más de lo que había soñado». Y si suele decir que lo importante de los sueños es tenerlos, cumplirlos es de otra galaxia.
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