MIGUEL ROJO
GIJÓN. «
Domingo, 2 de enero 2022, 02:04
¿Dónde hay una farmacia?», preguntaba Paco Ignacio Taibo II un día en la última Semana Negra del año que se acaba de ir. «También necesito un cargador para el móvil, porque mi 'pinche' enchufe no sirve para España», decía, descamisado y contrariado ante el ... Hotel don Manuel. «Tira por esta calle y hay una tienda de todo a 100, la farmacia más allá todavía, a mano izquierda», le indicaba Ángel de la Calle, mientras Rosa Montero tomaba un café en la terraza. Yolanda Díaz, como hiciera Monedero, triunfó en su intervención semanera, y los libreros hablaron de edición histórica en cuanto a ventas junto al Muelle. Era la 34 edición, en marcha está ya la 35 que, pendiente de la pandemia, duda aún si extenderse de nuevo a bares, noria y caballitos en los antiguos astilleros de Naval Gijón, repetir edición limitada en el Muelle, como el año pasado, o recluirse de nuevo -que no parece- en el Antiguo Instituto, como hace dos temporadas. Sea como sea, lo hará como flamante poseedora de la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, que les acaba de conceder el Gobierno central.
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Por el camino, 35 años de genial locura, que empezaron en 1988 de la mano de Paco Ignacio Taibo II y Tini Areces, que se empeñaron en que Gijón se convirtiese en sede, antes que Barcelona, de este festival literario que nacía con la intención de romper moldes, unir cultura con fiesta y transgresión, y que contó con maravillosas aportaciones de Juan Cueto y Chus Quirós. Ante los ojos admirados de quien hoy es su director de contenidos, Ángel de la Calle, que como la actual presidenta, Susana Quirós, lleva al pie del cañón desde aquella primera edición que se celebró en El Musel, nacieron aquellas letronas primigenias que daban la bienvenida al recinto en plan 'Hollywood', el emblemático cartel con la silueta que aún hoy es su logotipo, el 'Rufo', que es su mascota, una y muchas, más compleja aún que la Santísima Trinidad, pues lo mismo es hombre que mujer, ladrón que músico. El circo de Ángel Cristo estaba instalado junto al recinto y un aguacero a punto estuvo de dar al traste con el concierto de Gabinete Caligari, que tocaba aquel año en el festival. Mucho ha llovido desde entonces, y mucho se puede contar. Otras muchas cosas, no.
Centrémonos en lo primero. Aquella de 1988 estrenó el famoso Tren Negro, que llegaba de Madrid cargado de escritores, hasta que la pandemia obligó a, de momento, mantenerlo en vía muerta. Y la de aquel año fue la única manifestación que pilló por sorpresa a la organización de la Semana Negra. Era de taxistas, y se montó un buen jaleo en la estación. Desde entonces, las manifestaciones y protestas están consensuadas. Esto es: se llega a un acuerdo con los convocantes para que protesten lo justo. Muestra de ello fue esta última edición, sin tren pero con protesta de pensionistas ante Yolanda Díaz, en la que, según testigos presenciales, «los manifestantes tiraban la pancarta para abrazarla». Todo puede pasar en la Semana Negra.
Que se lo digan a Paco Ignacio Taibo II, a quien no se le ocurrió mejor cosa un año, ya con el festival en su 'sede' del parque de Isabel la Católica, que 'fichar' a dos elefantes del circo que se había instalado ante El Molinón para el corte de cinta con los políticos. «Que haya un elefante a cada lado sosteniendo la cinta», propuso. Dicho y hecho. «A ver si nos van a pisar a un concejal», le advirtieron. «Pues para que estén confiados, yo vendré montado en uno de ellos», tranquilizó. Dicho y hecho otra vez, allí llegó el cerebro de la Semana Negra sobre un paquidermo, del que se bajó por su pata sin demasiada elegancia, momento que captó nuestro fotógrafo. «¿Cómo superamos lo del año pasado?», preguntó en la siguiente edición. Superar no sé, pero al corte de cinta llevaron una boa constrictor de más de seis metros, que no tuvo tanto éxito como los elefantes.
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Una Semana Negra que, por cierto, se presentó también una vez en Nueva York. Aquel 1988, una foto llegó a EL COMERCIO en la que se notificaba que Taibo, Manuel Lombardero y Silverio Cañada, que habían coincidido en Estados Unidos, montaron una presentación en Manhattan, en la librería Partners & Crime. Librería, cuenta De la Calle, que «ya no existe, porque estaba en la zona cero de los atentados del 11-S».
Hablemos de nombres. Porque, ¿quién no ha pasado por la Semana Negra? Desde su inauguración, calcula la organización, han sido invitados unos 3.000 escritores y artistas. Algunos tan relevantes como Leonardo Padura, que antes que el Nacional de Literatura de su país (2012) y el Premio Princesa de las Letras (2015), recibió en Gijón su primer Hammet en 1998 por 'Paisaje de otoño'. Pero no era su primera visita a Gijón. Cuando presentó 'Fiebre de caballos' (1988) en la Semana Negra, se sentó a la mesa para firmar libros. Solo acudieron dos personas: Tini Areces, que se llevó un ejemplar, y la asistente de Areces, que compró otro porque le daba penita que aquel pobre cubano al que nadie conocía no interesase a nadie... Hoy son muchos los que presumen de que, aquel año, le conocieron en la Semana Negra. Porque el festival es mito, y además de crecer desde su nacimiento -aquella primera edición no fue un gran éxito de público-, también creció hasta hacerse leyenda en la memoria y los recuerdos de quienes la vivieron. En los de Manuel Vázquez Montalbán, Andreu Martín, Juan Madrid, José Luis Muñoz, Mariano Sánchez Soler, Fernando Martínez Laínez, Francisco González Ledesma, Julián Ibáñez, David Hall, el ruso Yulián Semionov, el americano Donald E. Westlake -autor de 'A quemarropa', novela protagonizada por Parker de la que tomó el nombre el periódico de la Semana Negra y una de las carpas-, Julian Rathbone, la japonesa Masako Togawa, Juan Sasturain... así hasta 60 nombres que pusieron la pica en Flandes en 1988. Muchos ya no están. Y en esta última edición, el diario EL COMERCIO unió en una foto histórica a cuatro supervivientes de la primera edición: Taibo, Andreu Martín, José Luis Muñoz y Juan Madrid. Póker de pesos pesados.
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Por el camino quedaron tantos otros, como el añorado Luis Sepúlveda, el gran Ángel González -brutales las velada poéticas que protagonizó, con botella de whisky obligatoria, con Joaquín Sabina y Paco Ignacio Taibo I y Luis García Montero-, Ana María Matute, la recientemente fallecida Almudena Grandes, el pintor Eduardo Úrculo, el cineasta Vicente Aranda, el escritor británico de ciencia ficción Brian W. Aldiss...
Y allí presentaron sus primeros libros autores asturianos hoy consagrados como Ignacio del Valle y Ricardo Menéndez Salmón -que compartieron mesa- y Miguel Barrero -que también cubrió como becario de este periódico la Semana Negra-, por citar solo algunos. Un festival, en definitiva, que lo mismo traía a Rubén Blades que a Alaska, a Milo Manara que a Juan José Plans. Que lo mismo ponía a George R. R. Martín a posar con un alien -antes de que escribiese 'Juego de Tronos'- que a Georges Moustaki a jugar al ping pong. Un festival que salía en los periódicos porque un feriante había mordido a una pasajera del tren de la bruja que había intentado quitarle la escoba o porque un perro había sido atropellado «en las inmediaciones de la Semana Negra». O porque se les quemaba un autobús, o porque, durante una representación teatral, los actores disfrazados de miembros del Ku Klux Klan casi ahorcan de verdad -por accidente- a un actor negro que hacía de víctima.
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Lo resumió muy bien el filósofo italiano Nanni Balestrini, un año en el que el viento acercaba el olor a parrilla a su presentación, en las proximidades de El Molinón. «Si la literatura no puede sobrevivir al olor del chorizo y la sidra, quizás no valga la pena».
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