El historiador asturiano Enrique Moradiellos. E. C.
«Hace mucho tiempo que Franco debería estar fuera del Valle de los Caídos»
Enrique Moradiellos. Historiador. Publica 'Franco, anatomía de un dictador' ·
«La familia no es tonta y usará los recursos de la democracia», asegura sobre el traslado del dictador el Premio Nacional de Historia
AZAHARA VILLACORTA
OVIEDO.
Jueves, 1 de noviembre 2018, 00:49
¿Cómo explicarle quién fue Francisco Franco Bahamonde a un inglés? Eso es lo que se propuso el historiador Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961) en 2016 animado por su amigo Paul Preston y ahora, convenientemente traducido y adaptado, ese volumen se publica en España editado por Turner bajo el título 'Franco, anatomía de un dictador'. Una obra que huye de todo lo que el catedrático de la Universidad de Extremadura detesta: el trazo grueso, la simplificación, la hagiografía o, por contra, la demonización. El Premio Nacional de Historia 2017, una de las máximas autoridades en la materia, presenta aquí un retrato de «un fantasma incómodo pero muy real y muy presente en la vida política y cultural española».
-Un fastasma al que, según las encuestas que refleja en su libro, los españoles no conocemos bien.
-Hay unas encuestas fantásticas. Una concluye que el 99% afirma saber quién fue Franco, pero luego hay mucha gente que no sabe muy bien cómo llegó al poder. Y otro sondeo entre alumnos de enseñanza media evidenciaba su dificultad para situarlo en un momento preciso de la historia, con respuestas como que era el rey que había antes de Juan Carlos. Hay mucha desinformación y mucho conocimiento mitologizado.
-¿Cómo vemos al dictador?
-La cosa está polarizada: o Franco fue muy malo o muy bueno. O blanco o negro. Y las cosas son más complejas. Para unos, Franco es el salvador de España, que evitó que cayéramos en las garras del comunismo; el hombre preclaro y estadista que evitó que entráramos en la Guerra Mundial; el gobernante perspicaz que hizo que España diese el salto de la modernización y nos colocó entre las diez primeras potencias industriales.
-¿Y para los otros?
-Piensan que fue un miserable, un asesino y un perjuro que inicia la contienda prácticamente solo y porque quiere; que además mata todo lo que puede como si estuviese solo, no en un contexto de guerra. Y que, con ayuda del fascismo, permanece, gracias a una combinación de buena suerte y represión, otros cuarenta años.
-¿Su conclusión?
-No digo que no hubiese componentes de ambas cosas, pero yo lo que quiero es comprender a Franco. Por ejemplo, sabemos que fue un buen militar, lo que no quiere decir que yo sea franquista. Te pongo un ejemplo: el general Rojo, jefe del Estado Mayor de la República, su oponente, escribe que fue un competentísimo militar que consiguió hacer frente a todas sus trampas. Lo reconoce su enemigo. Y Azaña, que es presidente de la República, encarnación del régimen contra el que se levanta, dice: «No es Napoleón, pero, dado lo que tenemos, es lo más parecido». Si ellos lo afirman, a lo mejor hay que conceder que Franco no era un inepto. ¿Cómo va a ser inepto e incompetente un general que gana la guerra?
-Asturias fue muy importante en su biografía.
-Muchísimo. Él pide ir al frente de guerra, a una unidad de choque. No todo el mundo lo hacía. Eso es algo que denota valentía. Y Asturias es el primer destino peninsular que tiene. Lo envían a Oviedo y allí es 'el comandantín'. Pero no es una figura antipática ni mucho menos. La gente de Oviedo lo mete enseguida en sus círculos y allí conoce a Carmen Polo, una chica de dieciséis años, y se enamora. Es evidente que hay enamoramiento. Aquellos que dicen que era un homosexual reprimido están en un error. Ahora sostiene Pilar Eyre que, según un médico que lo trató, solo tenía un testículo. No lo sé. Yo no he conocido a nadie que dijera tal cosa previamente, pero podría ser una explicación a por qué tenía ese tipo de voz atiplada, una menor pulsión sexual... Pero de lo que no hay ninguna demostración es de que fuera homosexual. Es ridículo. También las derechas decían que Azaña era homosexual, Negrín... Las izquierdas decían que eran homosexuales Franco, Primo de Rivera, Gil Robles... Todo el mundo era homosexual. Era muy fácil, en aquella España tan machista, intentar destruirte de esa manera.
-Sostiene que, en política, era un posibilista que se llevaba bien con todos: con los tradicionalistas, la CEDA, falangistas, monárquicos...
-Efectivamente: ¿cómo es posible que si fuese tan tonto e incapaz como algunos dicen el suyo sea el régimen de mayor duración en la historia de la España contemporánea con un solo personaje a la cabeza del Estado?, ¿que estuviese más tiempo en un trono sin corona que Alfonso XII o Alfonso XIII? Fue un político muy hábil. Se demostró en cómo dominó las situaciones y enfrentó a unos grupos contra otros, en cómo hizo gobiernos de equilibrio. Pero, sobre todo, tuvo la enorme virtud, apoyado por las circunstancias extremas de una guerra, de conseguir encarnar los deseos y las expectativas de aquella España reaccionaria que tenía miedo a la democracia y, sobre todo, pavor a la revolución. Y, como él los encarnó, creó una institución para durar mientras esa misma España no quisiera arriesgarse a perder los beneficios y los frutos de la victoria.
-¿Hubiesen sido posibles esos cuarenta años sin el apoyo de la Iglesia?
-Yo digo que la Iglesia no colaboró con el franquismo, sino que la Iglesia era franquismo. El franquismo era un régimen sobre tres pilares: el ejército, que es el principal, los encargados de las armas y del uso de la violencia legítima; la Iglesia, un Estado católico que incorpora como propio el Derecho Canónico, nada de 'yo pasaba por allí', y la Falange, la organización de sus partidarios civiles para proveerlo de cantera, de donde salían todos los cargos. Ese era el régimen: tres patas institucionales y un vértice que es el generalísimo de los Ejércitos, cruzado por la fe de Cristo, enviado de la Divina Providencia y jefe nacional del Movimiento. Esa persona se llama Francisco Franco y se designa con una palabra: caudillo, que fusiona las tres legitimidades de poder.
-¿Qué hacer ahora con el Valle de los Caídos?
-No estoy de acuerdo con la opinión de grandes historiadores como Santos Juliá, que dice que hay que destruirlo, que es imposible resignificarlo. Yo creo que un monumento histórico no debe destruirse. Eso es una barbaridad. Es Patrimonio Nacional.
-¿Y con su cadáver?
-Los restos deben estar fuera. Hay tres grandes razones que no son pasionales, que están argumentadas. La primera: el Valle de los Caídos está previsto para caídos en la guerra y Franco no cayó en la guerra. Segunda: está enterrado en el trascoro de una basílica, el lugar de honor de un edificio cristiano que solo se reserva a un santo, un cardenal o un arzobispo titular. Que Franco esté en una basílica hace de ella un mausoleo de esa persona. Y yo creo que ese mausoleo ni a la Iglesia ni al país les viene bien. Y la tercera razón: el Valle de los Caídos es Patrimonio Nacional. Y, por lo tanto, no es posible que Patrimonio Nacional esté a cargo del mantenimiento de la tumba de Franco como no está a cargo de la de Azaña.
-La familia ha amenazado con presentar batalla hasta el final.
-La familia, que tampoco es tonta ni sus asesores tampoco, sabe que puede utilizar los recursos de la democracia para defender sus posiciones aunque no sean democráticas. Yo, como demócrata, me pongo nervioso, pero tienen fórmulas legales. Esa decisión yo la hubiera tomado de otra manera. Hace mucho tiempo que Franco debería estar fuera. Con tranquilidad, con discreción. Porque, además, la hija del dictador sostuvo que la decisión de que estuviese allí no fue de la familia. Carmen Polo compró un panteón, pero el Gobierno decidió que fuese al Valle de los Caídos con honores de Estado y le metieron al Rey un gol, porque además ese era un problema para el futuro.
-¿Qué me dice que trasladar los restos a La Almudena?
-No podemos olvidar que es una cripta privada. No sé si será mejor o peor. Franco es un espectro del pasado. La mayoría de la población es indiferente a su futuro y, con el tiempo, espero que deje de tener tanto peso en la actualidad mediática y de utilizarse como arma arrojadiza entre partidos.
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