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Txani Rodríguez (Llodio, 1977) recordaba durante la presentación de su última novela, 'La seca', (Seix Barral) en la Semana Negra, las casi veinte ediciones del festival que cubrió como periodista cultural, un oficio que sigue ejerciendo en Radio Euskadi y como columnista de 'El Correo' y de 'El Diario Vasco'. Convertida hace tiempo en una autora de referencia, la extraordinaria acogida de su anterior título, 'Los últimos románticos', supuso un punto de inflexión, como es prueba la película rodada sobre esta historia que se estrenará en unos meses y en la que l escritora hace un cameo.
El nuevo libro de la alavesa nos lleva de las brumas del norte al sur luminoso del Parque Natural de los Alcornocales en Cádiz, el lugar del que proviene su familia, un mundo basado en la extracción del corcho y amenazado por el cambio climático con el avance de 'la seca', una enfermedad que acaba con los alcornoques. En ese escenario sitúa la crisis de una joven que regresa al pueblo donde pasaba sus vacaciones de niña, presa de la angustia, marcada por la relación con su madre y un antiguo amor de verano. Para Rodríguez se trata de «una historia que habla del miedo a la soledad y cómo el paisaje arropa a la protagonista, del consuelo a la pertenencia a una parte del mundo».
En conversación con EL COMERCIO, la escritora ahondaba en ese protagonismo del entorno: «Aquí el paisaje tiene intención narrativa, un árbol es para mí un personaje, y también tiene la intención de reflexionar sobre cómo nos ayuda a transitar por territorios conocidos o reconocidos encontrar un sentido a esta vida tan extraña que nos llena de pérdidas. La chica protagonista tiene miedo de perder incluso el paisaje en ese verano que lo está pasando tan mal», apuntaba.
Por lo que respecta a la mirada de lo rural desde una perspectiva urbanita en esencia, Rodríguez opinaba que «oscilamos entre las visiones buenistas y las tremendistas. Me da rabia que a veces vamos a los pueblos a dar lecciones cuando ni siquiera somos capaces de ser coherentes en lo mínimo. He querido huir de ese tono radicalmente». La identidad vuelve a estar muy presente en esta novela, algo sobre lo que ironiza la autora: «A ver si en el siguiente ya no, porque creo que lo he tocado muchísimo», afirma quien se autodefine como vasca, euskalduna y también andaluza: «Me ha marcado tener esas dos raíces y esos dos arraigos», expresaba.
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