Fue la estrella de 2006. Aquellos enormes ojos dejaron huella en Oviedo. La literatura de Paul Auster se elevó entonces al olimpo de los Príncipes de las Letras y en octubre se le aplaudió en Asturias como correspondía. En 2019, el escritor más ... neoyoquino de New Jersey volvió al lugar del éxito para acompañar a su mujer Siri Husvedt a recoger el homónimo galardón, convertido entonces en Princesa de las Letras.
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Participó en múltiples actos, habló de libros y cine y fue en el Campoamor donde pronunció un discurso de certezas y dudas respecto a la literatura que dio forma a su vida y a otras múltiples: «No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo», dijo ante el Campoamor. Proclamó así su necesidad habitar las letras, pero habló al tiempo de forma nada complaciente y ciertamente contundente del arte de narrar y su escasa utilidad: «Un libro nunca ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejore. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?».
Claro que, en realidad, reivindicó después esa maravillosa inutilidad del arte. Ese don, esa magia. Y habló también de la necesidad de historias que tiene el ser humano, ya sea entre líneas o en las pantallas que él también frecuento como director de cine. «Las necesita casi tanto como el comer, y sea cual sea la forma en que se presenten, resultaría imposible imaginar la vida sin ellas».
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Javier Varela
Por eso miró a la novela con optimismo, porque es una colaboración entre escritor y lector que es comunión necesaria: «Constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad. Me he pasado la vida entablando conversación con personas que jamás conoceré, y así espero seguir hasta el día en que exhale mi último aliento».
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Ese aliento exhalado alienta ya a nuevos lectores. Y alimenta el recuerdo de quienes le vieron en Oviedo y advirtieron otro don más allá del literario: era un tipo tratable, amable, simpático y cercano. Y guapo, muy guapo.
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