El escritor Manuel Astur, en su casa de Sama de Grao. MARIO ROJAS

«No tengo miedo a la página en blanco»

Manuel Astur, exitoso autor de 'San, el libro de los milagros' se refugia para escribir en la casa familiar de Sama de Grao

P. A. MARÍN ESTRADA

Viernes, 8 de enero 2021, 01:37

Manuel Astur (Sama de Grao, 1980) se crió en una casa llena de pilas de amigos de tinta y papel «hasta en el baño». Su padre, el recordado Antonio G. Areces, amaba la literatura. En ese calor creció el novelista y colaborador de EL COMERCIO. ... La vocación de escribir, en todo caso, señala que «me viene de mi abuela materna, una cuentacuentos nata. En la familia cuando se reúnen se ponen a contar historias. Me viene de los dos lados: el respeto a los libros de mi padre y de la oralidad, el desvelo por las historias bien contadas». En ellas encuentra la raíz original de su concepción de la narrativa: «Como tales historias no me interesan sino el por qué se contaban. Ya sea en China, Oregón o en Grao, casi todos esos relatos que se cuentan junto al fuego se parecen mucho y su núcleo poético común es la explicación del mundo. Es lo que yo busco cuando escribo, un cuento que intenta explicar el mundo junto al fuego», afirma.

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Aunque reside en Logroño, su lugar de trabajo «ideal» y real está en la casa familiar de Sama de Grao. Aquí escribió 'Seré un anciano hermoso en un gran país' y su nueva novela: «En la ciudad me resulta difícil hacerlo, me distraigo constantemente porque me gusta mucho divertirme. Me encantaría poder escribir en cualquier lugar, pero necesito uno como este, en la naturaleza». Y hay otra razón más poderosa: «Venir a escribir al pueblo es regresar al hogar. Si hubiese nacido en Malasaña, me habría ido allí, porque es donde vuelvo a ser niño, soy yo mismo, descanso, veo de nuevo las cosas con esa mirada inocente y primigenia que es desde la que tenemos que escribir», subraya.

Su horario y ritmo de faena lo define como «dedicación de 24 horas, vivo en ello y para ello. Estoy siempre pensando en escribir, filosofando, leyendo, apuntando cosas. Luego la labor de escribir, es el final del proceso, a lo que menos tiempo dedico. Mi modo de escritura lo comparo al del pintor taoísta que está tres días mirando el lienzo y luego va y le pega un brochazo perfecto». De ese impulso detalla que nace «el primer borrador, que es casi un poema inconsciente, pero luego dedico mucho tiempo, a veces años, a corregir y dar forma a ese bloque de barro que me ha salido. Trabajo cada frase como un verso, para que todo sea perfecto y podo, quito muchísimo». El secreto final de la receta para cocinar joyas como 'San, el libro de los milagros', es «dejarlo descansar un tiempo, como un año sin verlo. Luego lo vuelvo a leer con nuevos ojos y empiezo a corregir y a reescribir», revela.

Confiesa no sentir la fobia más tópica del literato: «No tengo miedo a la página en blanco sino a escribir cosas que no me interesen, dejarme llevar por mi facilidad y llenar páginas de cosas que me la soplan, a que llegue un momento en que no me interese ni a mí mismo. Ese día me asustaré mucho», zanja. No lo teman sus lectores.

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