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MIGUEL LORENCI
Miércoles, 25 de noviembre 2020, 00:08
El 25 de noviembre de 1970, en una soleada y fresca mañana, Yukio Mishima blandía contra sí una espada corta para poner fin a su vida con el ritual del 'sepukku'. Poco después Masakatsu Morita, uno de los cuatro veinteañeros que le acompañaba en su teatral 'hara-kiri', decapitaba al escritor tras tres intentos fallidos. Con 45 años, Mishima era el autor japonés más conocido y celebrado en Occidente. Una controvertida figura de culto, una suerte de Da Vinci nipón de tendencias fascistoides, dotado para casi todas las artes, que mezcló fanatismo, nacionalismo y misticismo e incluyó su vida en su poliédrica obra. Con su suicidio quiso denunciar la podredumbre moral del Japón moderno y ajustar cuentas consigo mismo.
Se cumplen 50 años de su desafiante final y al calor del aniversario aparece 'Yukio Mishima. Vida y muerte del último samurái' (La Esfera de los Libros), ensayo biográfico en el que el profesor Isidro-Juan Palacios desvela «el misterio envuelto en arte» que a su juicio fue Mishima. Explicar cómo «en la cima de la celebridad y la gloria, pudo morir como lo hizo».
«Quiero hacer de mi vida un poema», repetía Mishima, que se abrió el vientre en una preparada performance, culmen de una carrera que cercenó escoltado por jóvenes uniformados, en una instalación militar y conforme al milenario ritual de los guerreros samurái. Poeta y esteta, no soportaba ver cómo su mundo simbólico se venía abajo. Matándose rechazaba a la sociedad nipona de posguerra que consideraba corrompida, sin espíritu, alejada de la tradición que la hizo gloriosa.
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