FULGENCIO ARGÜELLES
Viernes, 20 de marzo 2020, 00:07
La literatura es imaginación y memoria, es sensibilidad y arte en el contar. Todo eso es la literatura y a buen seguro que muchas cosas más. A las pocas páginas de este milagroso libro de Manuel Astur (1980) me sentí impregnado por la atmósfera y ... el frescor de la buena literatura. Hay quien sitúa a Astur en el neorruralismo, que no sé muy bien lo que es. A mí me gusta más hablar de Literatura de la Tierra. Ciertamente, esta novela está agarrada -tanto en los paisajes y las formas de vida que describe como en las imágenes y las palabras que utiliza- a la tierra, al monte, al barro, a los helechos, al musgo de las piedras y al humo de las cocinas de los pueblos que un día practicaron la economía de autosuficiencia y hoy se quedan desamparados y vacíos. Pero los pueblos son las personas que los habitan. Marcelino -protagonista de 'San, el libro de los milagros'- es un ser puro e inocente que contempla el mundo como si él y el mundo acabaran de nacer. Maltratado desde la infancia por un padre desalmado y borracho, sufre un retraso que lo singulariza, lo aparta, lo señala, lo ata a la mano de la madre como el único asidero seguro y posible. La tierra es maltratada. La madre es humillada y maltratada. En el hijo diferente se consuman y se funden los maltratos de la madre y de la tierra. Soltarse de esa mano, suponerla alejada o perdida equivale al dolor, al terror, a la muerte, porque la madre es el principio y el final, es lo originario, es el vientre caliente y amable, es la tierra. Bien sabe Astur que las mitologías -presentes siempre en la memoria de la tierra- son reflejos de los sentimientos humanos, de los impulsos, de las emociones y los deseos, de los miedos, y por ello están presentes en el relato como la referencia constante de lo que está más allá de lo explicable.
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En la Literatura de la Tierra la superstición es ingrediente inevitable. Esta novela es mucho más que la historia de un fratricidio, mucho más que el relato de un crimen rural. Es la constatación de una forma de vida. Es un poema en prosa sobre la soledad de los diferentes, sobre la derrota de los débiles, sobre el dramático paisaje de los rincones de la tierra que ya no importan.
Astur despliega las palabras sobre la vieja baranda del triste corredor de los milagros, no como banderas que separan, sino como sábanas al sol que arropan a los desconcertados. Manuel Astur ha llegado a la Literatura de la Tierra para quedarse. Esta novela hermosa huele a musgo y a piedra, tal vez a cucho, pero huele sobre todo a placenta que humea, a hojarasca que nutre, a bosque que salva y a milagro literario que nos salva.
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