El puro arte de contar
Amaba a sus personajes, los creaba con esa técnica psicológica tan endiablada que es el amor. Nadie como él sabía transmitir la épica del pasado
xuan bello
Viernes, 17 de abril 2020, 16:04
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xuan bello
Viernes, 17 de abril 2020, 16:04
No preguntes por quién tocan las campanas, tocan por ti. Cada vez que muere un ser humano, muere la humanidad entera. Son los tópicos, estos dos, que mejor describen esta pena que siento por el fallecimiento de Luis Sepúlveda, y sin embargo sé que ... dejan a un lado algo esencial pues la verdad es que cuando muere un contador de historias muere, de alguna manera, la Historia misma.
Me cuesta mucho decir que Luis Sepúlveda era. Pero así es. Era un magnífico contador de historias. Cuando te las contaba en la sobremesa, un poco de licor de medio, se volvía volcánico y, arborescente en el detalle, nunca perdía el hilo del interés; cuando las escribía se volvía mucho más estilizado, buscaba algo más que la anécdota, y en cada palabra latía la vida. En las dos facetas, en la oral y en la escrita, era un contador magnífico y, aunque sabía que las reglas del juego eran distintas en cada caso, sabía que el fin era el mismo: seducir al oyente, seducir al lector.
La opinión, las profundas vetas de su ideología, las daba por compartidas en ambas disciplinas y en las dos se aplicaba con amor. Un día, al llegar a Gijón buscando casa, se encontró con alguien en un chigre que le dijo: «Mira, hay dos clases de gente: los hijos de puta y nosotros». Luis Sepúlveda siempre hablaba para ese nosotros en el que se presume, con todas las contradicciones, la raíz de la bondad. Ese nosotros que es la humanidad entera y contra la que algunos conspiran. Ahora que recuerdo, nunca le oí hablar mal de nadie que no fuese un demostrado hijodeputa, como Pinochet, y aunque sus opiniones tendría prefería callar antes de echar sal a una herida.
Amaba a sus personajes, los creaba con esa técnica psicológica tan endiablada que es el amor. Nadie como él sabía transmitir ese amor por la vida y si en sus historias orales la épica del pasado –la dictadura militar de su Chile, el exilio de tantos de los suyos– se hacía presente, en sus escritos era la lírica del detalle la que había que el mundo volviese a nacer.
Se encontró en la vida con tipos asombrosos, caminó por la nieve del exilio, le quitaron la patria y no faltó quien le injuriase. Además de su oficio de escritor, dirigió en su Gijón de adopción el Salón del Libro Iberoamericano donde las mejores voces de Latinoamérica se reunían hasta que una decisión municipal de los que venían a inventar no sé cuántas cosas nuevas acabo con él. Supo lo que era la injusticia y toda su vida tuvo claro que para alcanzar la justicia el mundo tenía que cambiar de base. A eso se aplicó con bonhomía, junto a Carmen Yáñez, sin perder nunca la sonrisa.
La pena con la que expresamos tiene siempre algo de egoísmo, aunque sea un egoísmo bueno y esencial. El mundo que vendrá tras esta epidemia que se ha llevado a Lucho, que se ha llevado a tantos, no va a ser el que fue. Algunos tememos que mucho de lo logrado en el terreno de la justicia se vaya por el garete y cómo voy a echar de menos la voz de Luis Sepúlveda analizando el porvenir.
Dejó una obra hecha y transmitió a los suyos, que éramos todos, una noción de ética alegre y aguerrida a un tiempo. Esa obra seguirá siendo leída, traducida a todas las lenguas, y muchos lectores futuros seguirán disfrutando de 'Un viejo que leía historias de amor'. A quienes lo conocimos nos faltará su voz guiándonos en la amistad.
Un día les dije, a Luis y a Carmen, que siempre me había resultado perfecta su elección de residencia. A fin de cuentas, Chile –en mi imaginación– sólo tiene Norte y Sur y Asturias sólo Oriente y Occidente. Paradojas de la vida: quien pudo con dictadores no pudo con un minúsculo bicho. Son tiempos muy raros estos, muy raros. Ha pasado el tiempo pero nada se entiende.
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