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Los grandes personajes de la historia no lo serían tanto si no fuera por los misterios y leyendas que les rodean. Agrandan sus figuras, sin contar con las acciones que realizaron para pasar a los libros de Historia. La muerte de Napoleón en la isla ... de Santa Elena es uno de estos casos con diferentes teorías. Algunos investigadores sostienen que el emperador francés murió intoxicado por el arsénico que contenía la pintura verde de la casa en la que vivía exiliado.
Una idea alimentada porque este elemento se encontró en su cuerpo tras ser exhumado para su traslado a Los Inválidos. «Su cadáver se enterró en una tierra rica en arsenicales y por eso se impregnó. Lo más probable es que Napoleón muriera de cáncer de estómago como su padre. De ahí la posición característica de su brazo», explica Roberto Pelta Fernández. Este alergólogo y divulgador repasa la historia de los tóxicos y la forma de usarlos para matar en 'Puro veneno' (La Esfera de los Libros). También habla sobre los grandes personajes de la historia afectados por las ponzoñas.
El doctor Pelta analiza las principales herramientas para ayudar a la parca en sus funciones y los orígenes de los productos -animal, vegetal, mineral o química-, que se usaron en Grecia, Roma -Tito Livio recuerda a las «veinte damas» que envenenaron a decenas de personas- o el Renacimiento, donde el uso de los venenos se convirtió en un verdadero arte. El viaje, además, sirve para aclarar leyendas como la de Napoleón o la de Cleopatra.
Es casi imposible que la reina egipcia muriera por una picadura de áspid y, en cambio, es más probable que falleciera por culpa de otra sustancia. «Poseía un jardín con plantas venenosas que probaba en condenados a muerte», asevera el doctor. Tampoco se sabe a ciencia cierta, pero es casi seguro que Alejandro Magno no murió envenenado sino más bien por una pancreatitis hemorrágica fruto de la comilona de la noche anterior.
Los tejemanejes de las cortes europeas, las muertes extrañas de los Trastámara, el arsenal tóxico de Catalina de Medici, los fallecimientos de Sócrates, Descartes o Paganini (posiblemente envenenado por el plomo que contenía el pescado del Danubio que comía en exceso); el caso de la marquesa de Brinvilliers-La Motte, una de las mayores envenenadoras de la historia, o el polonio 210 usado contra Alexander Litvinenko son algunos de los casos que se repasan. En algunos se pone luz a la oscuridad de su fallecimiento; en otros, como el de Marilyn, se mantiene.
Cuando falleció en 1962, la autopsia desveló que en su cuerpo había una cantidad de barbitúricos equivalente a más de ochenta comprimidos. A pesar de su cercanía en el tiempo, el doctor Pelta asegura que va a ser imposible saber «con certeza» si la actriz se mató o la ayudaron a morir. «Hay todavía documentos secretos y algunos que seguro que la CIA hizo desaparecer», señala.
A lo largo de la historia ha habido muchas maneras de matar, pero la sustancia preferida por los malhechores ha sido el arsénico. «Es el rey de los venenos», sentencia el escritor. Su popularidad se debía a que era un elemento fácil de conseguir ya que se usaba de raticida. Además, es insípido y de color blanco, lo que permitía ser vertido en cualquier bebida para acabar con alguien. «Era fácil hacerlo pasar por azúcar hasta que se decidió darle un toque azul. Y un químico, James Marsh inventó en el siglo XIX un método para detectarlos en los cadáveres», explica Pelta. Se le llamaba el 'polvo de sucesión'. Un verdadero juego de tronos en las cortes europeas.
El autor de 'Puro veneno' destaca otras sustancias como la cocaína, la morfina -su descubridor, Friedrich Sertüner, se convirtió en un adicto- o el mercurio. «Se usó como medicamento contra la sífilis. Al final hubo más mortalidad por intoxicación por mercurio que por la propia enfermedad», añade.
Pelta, médico adjunto de Alergología del hospital general universitario Gregorio Marañón de Madrid, también repasa aquellas sustancias que no se perciben como peligrosas. El fósforo hizo auténticos destrozos en los trabajadores de las fábricas inglesas del siglo XIX por las insalubres condiciones laborales que tenían. «Ese fósforo se absorbía a través de la piel y les necrosaba el hueso de la mandíbula», apunta el doctor, que también destaca el uso de la insulina por parte de Agatha Christie en sus novelas. «Cogió mucha experiencia al trabajar en la farmacia de un hospital», añade. «Sería un veneno que puedes disimular en teoría, como la belladona», comenta el doctor Pelta. «Pero el veneno perfecto no existe porque gracias a la ciencia se ha avanzado mucho», remacha el autor.
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