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A. V.
Miércoles, 27 de noviembre 2019, 00:09
Víctor Manuel abarrotó ayer la biblioteca de El Fontán de un público deseoso de escucharle cocinar a fuego lento sabrosas anécdotas en un acto organizado por el la Librería Cervantes en colaboración con el Aula de Cultura del diario EL COMERCIO. Un encuentro en el que estuvo flanqueado por el colaborador de este periódico Fulgencio Argüelles y por su editor, Gonzalo Albert, y en el que hubo tiempo para todo. Para recordar los palos que llovieron en un concierto en El Berrón («los guardias civiles se pusieron a saco»), donde una paisana les espetó antes de rayarle el coche: «Rojos, vencidos, hijos de puta». O de su poca inclinación por Nacho Vegas: «No me acaba de gustar ese feísmo. Es muy raro».
Hubo intimidades, como cuando contó que «Ana (Belén) ponse muy nerviosa» cuando lo ve improvisar ante los fogones mientras ella espera a los invitados. O que «el que más afición» tiene a lo de comer de entre sus amigos es Miguel Ríos «excepto si viene con su mujer, que lo somete a un marcaje estricto».
Habló de lo «feliz» que es cuando cocina para ellos en su casa de Menorca, porque, además, «todos son negados» para el arte culinario, y de que nunca ha guisado para políticos: «Una vez que vino Felipe González pedimos la comida fuera».
Y, entre bromas y veras, cargó contra la fronteras («un artificio de los hombres para separar a la gente») y las banderas: «Al PP le gusta mucho colocar banderones grandes. Un disparate copiado de México, donde son muy nacionalistas, pero que aquí es una pérdida de tiempo y de dinero».
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