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P. A. MARÍN ESTRADA
GIJÓN.
Jueves, 4 de abril 2019, 00:26
Una historia de intriga en la mejor tradición del género, además de un auténtico viaje a las tinieblas que nos sumerge en los abismos de la condición humana y las formas del mal de nuestro tiempo son las señas de identidad de la nueva novela ... de Juan Manuel de Prada: 'Lucía en la noche' (Espasa), presentada ayer en un acto organizado por el Aula de Cultura de EL COMERCIO en colaboración con el Ateneo Jovellanos que llenó el salón de actos del Antiguo Instituto para escuchar al escritor.
Alejandro Ballesteros, uno de los dos personajes principales de su anterior título, 'Mirlo blanco, cisne negro', es rescatado ahora como un novelista que -al igual que su autor- conoció el éxito muy joven y en su madurez atraviesa una profunda crisis creativa y vital, en medio de la cual conoce de forma casual a Lucía, una joven misteriosa por la que se sentirá irremediablemente atraído. Ese es el punto de partida de este thriller trepidante en el que se rinde un explícito homenaje a Alfred Hitchcock y a su filme 'Vértigo', pero también a la música y la figura de Shostakovich encarnando en ellas el dolor universal. De todo ello charló el autor de 'Lucía en la noche' con la coordinadora del Aula de Cultura de este periódico, María de Álvaro, en un enjundioso diálogo que mostró en toda su plenitud la capacidad de analizar la realidad con certero ojo crítico de este novelista que se autodefine a sí mismo -lo recordó el vicepresidente del Ateneo, Luis Rubio Bardón en su presentación- como «perro verde» y «verso suelto» del panorama literario actual.
Los aparentes rasgos comunes que comparte Alejandro Ballesteros con el propio Juan Manuel de Prada abrieron la conversación. El escritor desveló que el personaje de Lucía estaba inspirado en alguien real que se había visto obligado por determinadas circunstancias a vivir oculto de todos, una vivencia que latía desde entonces por ser narrada. Las posibles correspondencias con Ballesteros las admitió como «la necesidad de contar cosas desde dentro de ti» a partir de cierta edad («de joven prefieres lo exótico»), especialmente las que dejan «poso en la vida». La gloria literaria alcanzada pronto por él y por su personaje le valió para reflexionar ahora que «el éxito es mal compañero para un escritor. Lo aparta de su trabajo y lo destruye».
El amor les sirvió a ambos para recuperar la ilusión por la vida y la escritura. Es uno de los asuntos de esta novela que pretende acercarse, en palabras de De Prada, «a la verdad humana» y «arrojar un poco de luz a los males de la sociedad contemporánea».
El novelista tendría ocasión de extenderse sin pelos en la lengua y con gran sentido común («a veces creo que ya no todos lo entienden») sobre algunos de estos males, sustentados en la desinformación interesada de los centros de poder: «los bulos difundidos como verdad oficial». Puso de ejemplos las guerras de Irak, Libia o Siria («países que mantenían a raya al islamismo y donde se respetaba a los cristianos») o la polémica por las denuncias falsas de malos tratos («ciertas informaciones dan alas a los extremistas»). «¿Tiene cura esa enfermedad?», preguntó De Álvaro y el escritor sugirió su remedio: «ejercer el discernimiento» y recordar el mandato evangélico: «La verdad os hará libres». Sobre las libertades daría ácidos titulares: «No soy partidario de la libertad de expresión a granel» y «la censura se adapta a los tiempos. Yo mismo tengo miedo porque hoy quien disiente se convierte en un apestado». Alertó del arrinconamiento de las humanidades y ridiculizó modas como la educación bilingüe: «No es para que tu hijo sea ejecutivo de Iberdrola, sino un currito al que pueden mandar a Albacete o Shanghai», argumentó. Una amena forma de invitar a los lectores a reflexionar disfrutando de esta novela, en la que como, en su verbo oral, está el mejor De Prada.
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