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Juan Fernández-Miranda echa de nuevo la vista atrás en 'Objetivo: democracia' para analizar uno de los procesos clave de la historia de España: la ... transición. En este libro, que presenta el 23 de enero en el Antiguo Instituto a las 19.30 horas –de la mano de la Fundación Neos–, hace una crónica de los hechos que se fueron sucediendo en aquellos diecinueve meses, en los que nuestro país mudó su piel y alcanzó la democracia casi «de milagro». No fue un proceso sencillo y necesitó de un «triángulo virtuoso» formado por el Rey Juan Carlos, Torcuato Fernández-Miranda y Adolfo Suárez, quienes estuvieron secundados por una sociedad, sedienta de libertad, que ahora se dibuja, negro sobre blanco, con el rigor periodístico de Fernández-Miranda.
–¿Esos diecinueve meses de transición, que transcurren entre el 20 de noviembre de 1975 y el 15 de junio de 1977, fueron los más intensos de la historia reciente de España?
–Fue la época más intensa políticamente de la historia reciente de España, sí. Fueron diecinueve meses con una intensidad absoluta y con una cantidad de sucesos de todo tipo que fueron una amenaza.
–Quería desmentir con este libro mitos y falicias extendidas sobre esa época. ¿Qué creencias considera que han calado en nuestra sociedad de aquel tiempo que sean falsas?
–Desde 2014 se están diciendo muchas falacias sobre la transición como que es un proceso de continuidad del franquismo y que al Rey lo puso Franco y decir eso es una simplificación absoluta. Como conjunto de todo ello, hay quien dice que la democracia española no es una democracia plena. Por eso en este libro hago una crónica de los hechos que sucedieron.
–¿Sin Juan Carlos I, Torcuato Fernández-Miranda y Adolfo Suárez nuestro país sería en estos tiempos totalmente diferente?
–Sin lugar a dudas. Hay que hacer una reivindicación abierta y valiente del Rey Juan Carlos. Él es la principal figura de la transición. Fue quien recibió todo el poder y quien lo entregó al pueblo. Torcuato Fernández-Miranda diseñó el proyecto y Adolfo Suárez lo pilotó.
–¿Hacer en estos tiempos en su libro esa defensa de Juan Carlos I le está costando muchas críticas?
–Es algo curioso. Los que hemos criticado los errores del Rey Juan Carlos y valoramos los aciertos, nos sentimos muy libres y muy seguros. Yo creo que, desde una opinión pública libre, se puede reconocer el gran papel que tuvo sin negar que después cometió errores.
–¿Cuáles cree que fueron las decisiones fundamentales de esa tríada para alcanzar la democracia?
–Yo creo que hay que destacar del Rey que el 21 de noviembre era una persona que estaba absolutamente sola y vigilada y, sin embargo, supo rodearse de personas inteligentes y preparadas, con las que consiguió llegar a buen puerto. Fernández-Miranda, por su parte, fue el guionista y el arquitecto del proceso. Supo diseñarlo y convencer sobre todo al franquismo para que diera un paso atrás. Y por último, Adolfo Suárez puso la audacia.
–En alguna ocasión dijo que no entiende por qué la izquierda no reivindica la transición. ¿Es un proceso del que más bien se enorgullece la derecha? ¿La izquierda lo rechaza?
–A mí lo que me parece terrible es que la izquierda reniegue de sus padres y de sus abuelos. Especialmente, la izquierda que representan Sumar y Podemos y también una parte del socialismo. Que nieguen el trabajo que hizo la izquierda en aquel momento me parece que es una traición y una injusticia histórica.
–Después de analizar ese proceso histórico y a estas tres figuras fundamentales, ¿echa de menos que existan personas como aquellas en la política actual?
–Por supuesto. Con todos los matices porque el contexto también ayudó entonces: los aires de modernidad y el anhelo de libertad que había empujaban a la clase política a estar a la altura y ahora, sin embargo, estamos en una democracia consolidada. Igualmente, la clase política de la transición estuvo de sobresaliente. La transición fue hecha por personas y fue maravillosa porque fue la primera vez en 200 años de la historia de España en la que la clase política arrastró a la ciudadanía hacia la concordia. Eso no se pudo decir en la segunda república ni, por supuesto, en la dictadura y eso tampoco se puede decir hoy en día. Esa fue la primera vez que vimos que los políticos podían arrastrarnos hacia algo bueno.
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