IGNACIO DEL VALLE
GIJÓN.
Viernes, 10 de julio 2020, 02:12
Fermín Goñi hizo ayer los honores a una novela sobre un tema «abyecto», dice, se mire por donde se mire. Al hablar de esclavismo, muchos miran a los campos de algodón en los que laboraba Kunta Kinte, pero lo teníamos todo más cerca, tanto como ... en la mismísima España, en los campos de caña de azúcar de Cuba, en Puerto Rico. Locura, historia, cadenas, sangre, y dinero, mucho dinero, auténticas fortunas. La vida de Pedro Blanco, el gran mongo, el rey de la trata de esclavos: un señor de Málaga que se forró como negrero, a medio camino entre el Chapo Guzmán y Pablo Escobar. Es la historia que ayer presentaba en la Semana negra el escritor y actor Carlos Bardem, de la mano del Aula de Cultura de este periódico, representada por su coordinadora, María de Álvaro.
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Escrita en primera persona, 'Mongo Blanco', la obra en cuestión, es una confesión que descarga una mochila de atrocidades, la síntesis de inteligencia y crueldad extrema, la memoria de una época terrorífica, blanqueada por cierta historiografía oficial, el esclavismo como pilar de un sistema económico: grandes plantaciones algodoneras, pequeños talleres, colmados, todos necesitaban mano de obra negra para funcionar. Un volumen de negocio que ofrecía 20 dólares por ser humano en África, para aumentarlo al otro lado del Atlántico hasta 400 dólares. Negros como objetos, como bienes muebles; esclavos que se pueden cambiar por mesas, por sillas. Un negocio redondo del que todos se beneficiaban: la reina María Cristina era la mayor propietaria de esclavos de España, el arzobispo de Toledo invertía las rentas de la iglesia en los esclavos con la excusa de que mejor en Cuba bautizados que en las selvas africanas.
También le llevó trabajo al autor la recreación del lenguaje ampuloso de la época mediante un filtrado que lo impulsase a la contemporaneidad. Bardem nos habla de la voracidad con la que leyó para recrear una época, la construcción de la memoria, la exégesis de la locura de un personaje. Una novela de aventuras, afirma, en la que la muerte llega, no como en las canónicas, muy ingenua y burguesa. Dice que pertenecemos a «una humanidad que ya ha visto los campos de exterminio y Ruanda y ya no podemos contemplar los periodos históricos desde la ingenuidad».
Goñi pregunta por el sufrimiento durante el proceso de escritura, por la inmersión en los personajes: Bardem responde que «han sido cinco años viviendo en ese mundo, dos y medio de documentación y dos y medio de escritura». Un personaje novelesco que revolucionó la trata de esclavos, cínico, inteligente, depredador sexual, un «tío muy bueno en lo que hacía, aunque fuera una atrocidad». Propone una feroz travesía, sin paños calientes, desde el punto de vista del monstruo, y el reto de Carlos Bardem era darle humanidad, comprender, que no justificar, para que fuese verosímil. También afirma que el mongo no crea el sistema, sino que el sistema crea el mongo, y se perfecciona a través de él, debido a las enormes necesidades de un mundo que se industrializa a pasos forzados. España fue el último país europeo que abolió la esclavitud, uno de cada dos barcos negreros era financiado por España: la ideología universal era el esclavismo, traer «bozales» de África, negros sin desbastar para continuar nutriendo la cadena capitalista. Una novela que, cree Bardem, quiere ser una llamada de atención sobre la famosa «banalidad del mal».
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