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PABLO A. MARÍN ESTRADA
NIEMBRO.
Sábado, 17 de febrero 2018, 00:30
Con bajamar en la ensenada, la neblina enredando el mediodía y a la sombra tutelar de la iglesia de los Dolores de Niembro, la tumba donde reposan los restos de Celso Amieva volvió ayer a sentir el calor de sus paisanos y de sus familiares más cercanos. Una ofrenda floral de los ayuntamientos de Llanes y Ribadedeva, depositada por sus alcaldes Enrique Riestra y Jesús Bordás, agradecía la fidelidad del poeta a la tierra de su infancia, y una lectura de sus versos servía para recordarla en el primer acto del homenaje que conmemora el 30 aniversario de su muerte. Una conferencia en Colombres de Ángel Gutiérrez Avín y la colocación de una placa en la calle que lleva su nombre en la capital ribadedense completaron la jornada.
José María Álvarez Posada (1911-1988), el hombre que firmaba como Celso Amieva, dejó escrito en uno de sus poemas su deseo de descansar en el cementerio de Niembro (su Cadexana). Son los versos que figuran sobre el mármol donde sus cenizas comparten lugar con los restos de su hermano Andrés y otros miembros de su familia: «Zagal si es que en villa muero / que no me entierren en villa. / Entiérrenme en Cadexana, / camposanto de la ría». Allí volvieron a escucharse en las voces del recitador Julio Ruenes y de su sobrino-nieto Darío Ares Álvarez.
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Al gran poeta del Oriente asturiano le tocó un tiempo, el de la guerra civil («si todas son malas las civiles son las peores», apuntaría el primer edil llanisco en sus palabras), que le llevó a exiliarse y a vivir la mayor parte de su vida lejos de la patria. Siempre la añoró y siempre quiso volver a ella. Su sobrina Alicia Álvarez Gutiérrez evocaba el momento en que pudo hacerlo en 1975 y fueron a recibirlo al aeropuerto de Barajas. «Nunca lo habíamos visto, pero lo reconocimos de inmediato: tenía las mismas manos y el mismo pelo de nuestro abuelo». Desde entonces retornaría a España cada uno o dos veranos. Alicia y Ángel Gutiérrez Avín (concejal de Cultura de Llanes entre 1979 y 1987) coincidieron en revivir su último viaje a casa: «Trajo sus cenizas desde Moscú una funcionaria de la Agencia Novosti, para la que trabajaba como corrector de español». Su sobrina visitó luego la ciudad en la que vivió Celso Amieva desde 1969 hasta su fallecimiento y percibió la soledad dolorosa del expatriado: «No hablaba ruso y en aquella ciudad inmensa, prácticamente no salió de la agencia: allí estaban las únicas personas con las que podía comunicarse en francés», señaló.
Como poeta, lo glosó el alcalde de Rivadedeva: «Fue capaz de decir mucho con pocas palabras» y todas verdaderas. Tal vez la última de todas fuese aquella 'Cadexana' que condensaba su amor por la tierra que ayer le recordaba con emoción.
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