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IGNACIO DEL VALLE
MADRID.
Lunes, 14 de enero 2019, 16:29
Antonio Garrigues Walker (Madrid, 1934) sumó en 2013 a su nómina de méritos en los ámbitos jurídico y social el Premio Jovellanos de Ensayo con su obra 'España, las otras transiciones'. Ahora tiene nuevo libro, con el descriptivo título de 'Manual para vivir en la ... era de la incertidumbre' (Deusto).
-Es el síntoma en el sentido de que el populismo ha ocupado los huecos políticos, económicos y culturales que les hemos dejado los no populistas. El populismo ha ocupado prácticamente todo el mundo occidental, con mensajes muy simples, y a veces cómicos, pero nosotros no hemos sabido ofrecer soluciones alternativas. Por lo tanto, o asumimos esa responsabilidad o la situación se mantendrá durante largo tiempo.
-Así es. Hay una clave que es la resiliencia del ser humano, que ha aguantado todos los cambios que le han echado encima, todos los problemas, incluso los más dramáticos que ha tenido que vivir, y lo ha hecho muy bien. Y no hemos resuelto todos los problemas, pero aquí estamos. Como decía Ortega: «Al final, lo que todos queremos es la continuidad».
-Todos los seres humanos tienen un vínculo que no puede ser eliminado, una relación, y hay que saber buscar esa relación. Ese es un poco el misterio de la humanidad: buscar los vínculos.
-No, al contrario: el liberalismo no sacraliza el mercado. El liberalismo opina que el libre mercado es el sistema que, en principio, genera más riqueza y que ayuda a distribuir la riqueza. Eso a veces ha sido verdad y a veces, no. Cuando se crea riqueza y no se distribuye justamente, el liberalismo y el liberal protestan. Yo siempre añado que el liberalismo es mucho más que una teoría económica, es una teoría de vida, y se aplica a todos los aspectos de la vida humana. Y de ahí concluyo que lo que no se puede hacer es reduccionismo liberal. Una persona, para ser liberal, tiene que ser liberal en todo.
-Pues en todos los temas, resquicios y entrañas. En el sistema educativo europeo, y en concreto en el español, se viene cometiendo el error de separar ciencias y letras: en el mundo anglosajón esa distinción no existe. Allí la gente es consciente de que estamos en un mundo en el que hay que ser de ciencias y de letras: hay que estudiar temas tecnológicos, humanismo, derecho romano, democracia griega. Tenemos que empezar a conectar el humanismo con la ciencia: intentar separar al ser humano de cualquier manifestación de la vida me parece que es un maltrato gratuito.
-El tema en China es serio. China está demostrando que restringiendo las libertades políticas y admitiendo libertades económicas se pueden alcanzar objetivos importantes. Nadie duda de que China ya es un poder económico equivalente al norteamericano y que le puede superar, pero lo que la gente olvida es que China ha establecido como prioridad la digitalización y se ha convertido en una potencia digital admirable. Y eso lo digo porque está conectado con el modelo liberal y democrático en la política: comienza a verse a muchos occidentales que empiezan a pensar que este modelo no es estrictamente necesario. Se argumenta que China ha reducido la desigualdad, ha convertido a una parte del campesinado en una clase media urbana, desarrollado la tecnología... poniendo en tela de juicio el propio modelo democrático occidental. Y eso es grave. No podemos renunciar a los valores democráticos, pero que habrá que hacer ajustes en esos valores a mí me parece que está fuera de duda. Hay que hacer lo necesario para no caer en fórmulas de autoritarismo o de negación de libertades.
-Tenemos el Coeficiente de Gini, que calibra la igualdad y desigualdad de los países. Y en lo que todo el mundo está conforme es en que la desigualdad económica no se está reduciendo y está aumentando, tanto en Estados Unidos como en Europa, y también en España. Esa acentuación de la desigualdad es un factor clarísimo de insostenibilidad del sistema, y no es imposible tomar medidas para corregir esto. Hay países, sobre todo en el norte, que las han tomado, y se atribuye a que utilizan de una manera seria el mecanismo fiscal. Pero bueno, la desigualdad, y las fórmulas para reducirla, es el gran tema del mundo occidental, y hay que atenderlo con cuidado.
-Estamos en una época en la que han desaparecido muchas cosas que creíamos que no podían desaparecer, y que la prensa clásica, tradicional, está siendo aventajada por la prensa digital es un hecho. Que sea bueno o malo es una pregunta que hay que formularse con cierto cuidado. Es decir: lo digital lo acelera todo, y la prensa tradicional tendrá que repensar su modelo con sinceridad y con valor. Tendrá que valorar también riesgos con ganas de encontrar soluciones, es un problema global. Es lo que se llama destrucción creadora.
-Es el único país en que el populismo no ha tenido un impacto importante. La gente lo conecta con el hecho de ser una isla, con la importancia de la tradición y con un sistema social en donde se acepta perfectamente que lo común prevalezca sobre lo individual. El japonés sabe supeditarse al interés general.
-No se puede eliminar esa posibilidad, y ya hay ciertas ideas de democracia global que se aplican, por ejemplo, en el medio ambiente. También veo que los medios de comunicación están generando una sociedad civil global, eso empieza a producirse. La forma de pensar de los jóvenes españoles y los de Alaska empieza a ser muy parecida, y sus comportamientos, reacciones y hábitos son muy similares. ¿Esa sociedad civil global puede dar una democracia global? La respuesta para mí es sí, porque, si hay una intercomunicación de valores y actitudes -y me refiero a los nativos digitales-, acabará generando formas o apetitos de democracia global.
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