Borrar
Isabel San Sebastián, parapetada tras su novela.
«Cuantos más años cumplo, menos prejuicios tengo»

«Cuantos más años cumplo, menos prejuicios tengo»

La periodista Isabel San Sebastián, novelista vocacional, presenta hoy su último libro en el Ateneo Jovellanos, con el Aula de Cultura de EL COMERCIO

María De Álvaro

Viernes, 7 de abril 2017, 01:59

Isabel San Sebastián (Chile, 1959), periodista todoterreno, mujer de ideas claras y verbo rápido, tiene clara su vocación: la novela. Con la última llega hoy a Gijón: la historia de un cuadro de El Greco robado a una familia judía por los nazis en Hungría en pleno Holocausto. Sus protagonistas son una sofisticada experta en arte de Madrid y un rudo taxista de Brooklyn, descendiente de aquellos. El libro se presenta esta tarde (19.30 horas) en el Ateneo Jovellanos en colaboración con el Aula de Cultura de EL COMERCIO.

Su primer programa de televisión se titulaba El tercer grado, así que allá vamos. Seguro que le gusta más preguntar que responder...

Me siento más en mi salsa, sí, pero como ya he estado más veces a este lado, trato de no irme por las ramas.

Justo como en el libro, porque ha hecho una de esas novelas que en la tapa le colocan la palabra trepidante. Resulta sumamente entretenido, la verdad. ¿Le cuesta que el peso de la Historia le quite sitio a la intrahistoria, a la anécdota, al querer pasar a la siguiente página?

Para que algo salga natural hay que trabajarlo mucho. Y la verdad es que mi tendencia natural es irme a la Historia con mayúscula, así que para trabajar la trama, la que engancha, me tengo que esforzar. Los editores suelen ayudarme ahí, me tienen que decir «oye, que quiero saber más de tal o cual personaje». A partir de ahí, la cosa fluye y al final me entretengo mucho con esos entresijos.

Narra una parte de la historia de España no especialmente conocida, pese a que hay hasta una película reciente, la del Ángel de Budapest. ¿Fue él el motor de la historia?

Sí, sí, quería rendir homenaje a Ángel Sanz Briz y al resto de diplomáticos que salvaron la vida a millares de judíos. Y lo hicieron, además, a título personal. Porque hay una especie de leyenda que dice que fue el régimen de Franco, pero no es cierto, en algunos casos puso incluso pegas. Esta gente arriesgó su vida y son completamente desconocidos. Eso me parecía muy injusto. Decidí contar su historia en una novela, porque la ficción ayuda. He escrito ensayos, pero al corazón se llega mejor con la novela.

Podría decirse que este es el relato de una venganza, pero también de un perdón. ¿Acaso es el perdón la mejor de las venganzas? ¿La única forma de quedarse verdaderamente en paz?

Sin duda. Esta es la novela de una catarsis, de una recuperación de la memoria, pero es la justicia, por imperfecta que sea, la que permite ese perdón. Lo único que permite a un víctima reconciliarse con su pasado es sentir que se ha hecho justicia.

¿Hemos aprendido esto en España? ¿Colabora a su juicio la ley de la memoria histórica?

Tengo mis dudas, creo que sirve para abrir heridas ya cerradas, salvo rarísimas excepciones. Es evidente que a cada caso hay darle una solución, pero no así en genérico.

¿Y ayuda algo que siga existiendo, por ejemplo, el Valle de los Caídos?

A mí es que, de verdad, me parece que al 99% de los españoles les importa un pito ese lugar, que además es feísimo. Que saquen a Franco o lo dejen ahí me da completamente igual, y tengo la sensación de que a la mayoría de los españoles, también. Son polémicas artificiales.

Hay una frase que marca el libro, una pregunta, en realidad, realizada a un superviviente del Holocausto: «¿Cómo se sobrevive al odio?» ¿Cómo cree usted que se hace?

Nunca he odiado a nadie. Bueno, igual sí, en algún momento, no me voy a poner estupenda. Al odio se sobrevive con humor y con felicidad. Y la felicidad está casi al alcance de cualquiera. Teniendo salud y cariño es suficiente. A veces miramos justo lo que nos falta. Y al odio se sobrevive poniendo el foco en aquello que te hace feliz.

¿Y qué le hace feliz a Isabel San Sebastián?

A mí mis hijos, sin duda. Y Asturias (tiene casa en Cudillero). Por este orden. Siempre digo que le doy gracias a esta tierra por devolverme el hogar que otros me robaron. Desde que puse un pie aquí y por razones casi mágicas me sentí en casa. Yo es que veo el prao y ya soy feliz.

Sus protagonistas, Carolina y Philip, también persiguen la felicidad, como todos, supongo, pero son opuestos, muy Quijote y Sancho.

Es un juego, quería hacer hincapié en la atracción entre personas diferentes como demostración de que las cosas casi nunca son lo que parecen. Esta es una novela contra los prejuicios. Yo es que cuantos más años cumplo, menos prejuicios tengo.

También contraponen bastante el caracter español y el estadounidense. Nosotros mucho más autocríticos, claro. ¿Demasiado, tal vez?

Somos muy dados a autoflagelarlos, a alimentar nuestra leyenda negra hasta el punto de cometer terribles injusticias con nuestros héroes nacionales. Yo siempre intento ir contra eso, por eso he escrito de Don Pelayo, de Alfonso X el Sabio, de Jaime I el Conquistador... Hay que ponderar más lo que hacemos bien.

Los refugiados también están muy presentes en el libro. Contrapone directamente la historia de los judíos del Holocausto con quienes esperan hoy asilo a las puertas de Europa. ¿Tan poco hemos aprendido?

No hemos aprendido nada y es trágico. Nosotros, que hemos sido prófugos de nuestra propia tierra... Resulta increíble la cicatería con la que la Unión Europea está tratando el tema. Y ojo que no estoy haciendo demagogia, que está claro que no es abrir las puertas y ya está, pero no podemos tener ahí esos campamentos, a esas mujereres y niños clamando a las puertas de la próspera Europa donde cada día se tiran toneladas de comida. Es una vergüenza.

Se refiere en la novela en numerosas ocasiones a la religión y al fanatismo. ¿Ningún credo está libre del extremismo?

Siempre ha sido así, todas las religiones tienen una interpretación fanatica. Yo personalmente no soy creyente, pero respeto mucho a la quien sí lo es y creo que la religión ha hecho mucho más bien que mal a lo largo de la historia. Dicho esto, el Islam en sí mismo es más radical que el cristianismo, que ha tenido sus épocas duras, pero están superadas.

También el arte está muy presente en la novela. ¿Comparte esa capacidad sanadora que dice su protagonista que tiene?

A mí me emocionan más la música y la literatura. Me gusta la pintura, pero ni soy entendida ni enamorada.

Pues El Greco a veces parece un personaje...

Sí, pero es eso, un personaje.

También las ciudades. Por momento resulta casi un libro de viajes: Nueva York, Londres, Budapest, Madrid... Me he apuntado alguna dirección.

Confieso que la parte que más disfruto de la novela es la de localizarla. Me relamo. Para envolver al lector, para transportarle, tiene que oler, sentir, si no no hay manera.

Pues le voy a hacer una crítica: no le perdono que a Carolina no le guste Juego de tronos y menos que su película favorita sea Pretty Woman.

(Risas) Vale, confieso que le pillé cierta tirria. Es que da una imagen tan falsa de la Edad Media, una época que me apasiona, y ya sé que no pretende reflejarla, pero... Sí, le cogí manía a Juego de tronos.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcomercio «Cuantos más años cumplo, menos prejuicios tengo»