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ALBERTO PIQUERO ALBERTO PIQUERO
Jueves, 14 de junio 2018, 16:43
Amante de los libros desde niño, bibliotecario de la Universidad de Oviedo después y, desde hace algo más de un año, director del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), Ramón Rodríguez Álvarez (Tuernes el Pequeñu, San Cucao de Llanera, 1950) fue esta semana el invitado de las Conversaciones en el Reconquista, subtituladas Futuro imperfecto, organizadas por EL COMERCIO. La evidencia biográfica le sitúa alrededor del mundo de los libros. Y ahí comenzamos el diálogo, solicitándole la evocación de sus primeros contactos infantiles con las palabras escritas. «Recuerdo que a los cuatro años, más o menos, le leía cuentos a mi abuela, a la que como suele suceder con las abuelas, le caía la baba por lo listo que era su nieto», hace memoria entre risas. «Hubo un libro que tengo relacionado con esa época, 'Las aventuras de Tom Sawyer' (Mark Twain). Y sé que ya por entonces soñaba con ser librero».
Un reciente informe muy exhaustivo, de Xavier Mallafré, 'Análisis del mercado editorial en España', da noticia del descalabro que está sufriendo la venta de libros en los últimos años. En 2008, se vendían 240 millones de ejemplares al año. En 2013, 154 millones. Ramón Rodríguez estima que asistimos a una transformación singular. «El cambio de soporte de los libros a lo largo del tiempo, papiros, códices, manuscritos o letra impresa, fue simplemente material. Ahora, el libro ha de convivir con todos los medios audiovisuales». No obstante, consideraba que «se sigue leyendo muchísimo, más que nunca, a través de internet». Otra cuestión, se preguntaría más adelante, es la calidad que pudieran albergar esas lecturas. Aunque a su juicio «lo importante es leer, incluso si se comienza por Marcial Lafuente Estefanía. Lo difícil es pasar de la nada a la lectura».
Ya entrando en el RIDEA, Ramón Rodríguez dejó claro el objetivo de la institución: los estudios asturianos. De humor ágil, apuntó que tal vez se vea a sus miembros como «señores oscuros y mayores», pero hizo hincapié en que se trata de un organismo abierto a la sociedad. Le apoyó el decano de la Facultad de Biológicas y miembro de número del RIDEA, Tomás Díaz: «Se atiende a la oportunidad, calidad e interés de los trabajos, siempre vinculados a estudios asturianos».
Hablando de apertura, no se pasó por alto la escasa representación femenina en el Real Instituto, al que están adscritos treinta miembros de número y veinte más en delegación de diversas entidades y, entre todos ellos, sólo tres son mujeres: Conchita Paredes, Inmaculada Quintanal y María Josefa Sanz. Ramón Rodríguez asumió la obvia desproporción, que aspiran a corregir aunque sin ceñirse a ningún sistema de «cuotas proporcionales».
En lo que se refiere a remuneraciones, alusión que suele chirriar hablando de asuntos del espíritu declaró que «en el RIDEA no se cobra nada».
La lengua asturiana
También se abordó el tratamiento de la lengua asturiana en la institución: «Un tema que no puede dejar de surgir», apostilló para apuntar que «el RIDEA impulsó obras significativas de dialectología en los años 40, de Lorenzo Rodríguez Castellanos, de Josefa Canellada, de Carmen Castañón..., pero nuestro ámbito de estudios es diferente. Para eso está la Academia de la Llingua, con la que mantenemos una relación cordial y algún tipo de colaboraciones, cada cual dentro de sus cometidos». Por lo que respecta a una toma de postura definida en cuanto a la oficialidad o no de la lengua, «el RIDEA no tiene un pronunciamiento oficial», razón que adujo para no expresar la suya personal. Eso sí, dejó constancia de que él sí habla bable: «Lo hago cuando voy a Llanera, a la aldea en la que nací».
Ramón Rodríguez también es el máximo responsable de la Biblioteca de la Universidad de Oviedo, cargo que desempeña desde 1986. Es por tanto un gran conocedor de los fondos bibliográficos de la insitución, de una muy notable riqueza. Tras «la desgracia del 34», apuntó, cuando se destruyeron gran cantidad de volúmenes, hubo dos aportaciones fundamentales: la de Roque Pidal, nieto del primer marqués de Pidal, «que vendió a la Universidad veintidós mil libros», y la del conde de Toreno, «quien donó gratuitamente ocho mil libros». Puesto a destacar piezas señeras, mencionó 'El baladro del sabio Merlín'. Eso y «la colección cervantina más importante de las universidades españolas», solo igualada «por la Biblioteca Nacional, la Biblioteca de Catalunya y la Spanish Society de Nueva York».
En cuanto a manuscritos, la Universidad de Oviedo contabiliza «quinientos volúmenes», entre ellos joyas como la de San Isidoro, del siglo XIII.
¿Ha sufrido grandes modificaciones la labor de un bibliotecario en esta era de nuevas tecnologías? A su juicio, «desde la Biblioteca de Alejandría, hasta hoy, seguimos siendo intermediarios, gestores de la información. La plantilla de Google, por ejemplo, está nutrida de un amplísimo número de bibliotecarios. Lo que no quiere decir que la figura del nuevo bibliotecario sea la de un programador informático, sino la de un usuario muy especializado que puede hacer de interlocutor con los informáticos».
¿Eso significa que, de algún modo, el nuevo bibliotecario ha de duplicar su tarea, desdoblarse en experto digital? Hasta cierto punto. De una parte, estaría la criba, el filtro, y en la otra orilla, «la formación de usuarios, porque consultar cosas no es tan sencillo como pudiera parecer. Hay un aprendizaje que exige ir dando los pasos oportunos, por lo que nosotros realizamos cursos de formación, tanto para alumnos como para profesores».
Volviendo al papel, ¿la conservación del libro convencional demanda una atención técnica específica? Por lo que Ramón Rodríguez explicó en ese sentido, podemos estar relativamente tranquilos: «Es verdad que tenemos esa asignatura pendiente, pero las condiciones de humedad de nuestro clima son favorables. No diría que idóneas, pero sí buenas. El libro sufre mucho más en climas como el caribeño, donde si no se cuidan de forma exquisita, se deshacen. O ante los cambios bruscos de temperatura».
Rodríguez tuvo igualmente tiempo de repasar la historia de la Biblioteca de la Universidad de Oviedo desde su fundación en 1608: «El primer espacio del que se dispuso fue un piso que estaba situado encima del actual Paraninfo, muy pequeño. En 1759, se instó una biblioteca para los jesuitas, abierta a todo el mundo, en la onda ilustrada, que no se llevó a cabo porque los jesuitas no eran muy receptivos y, además, ya estaban en el punto de mira crítico del poder de la época. Sería Campomanes, en la segunda mitad del siglo XVIII, quien agregara dos pisos altos más en el recinto universitario. Luego vino la Guerra de la Independencia, que propició la desaparición de muchos libros, unos hurtados por los franceses y otros perdidos por negligencia. En 1911, Alejandro Mon y Martínez sumó dos mil obras. Y dos décadas despues, estallaría la Revolución del 34. El resto ya es más conocido por próximo, con la sucesiva dispersión de bibliotecas en las diferentes facultades, hasta catorce, que es lo que sucede en las universidades históricas». ¿Es muy inconveniente esa dispersión? «Yo envidio universidades como la de La Rioja, pequeñita y manejable. Aunque también es cierto que existen universidades americanas e inglesas en las que hay una gran dispersión, y allí no es mala porque están dotadas de grandes medios».
¿Y hay libros peligrosos, tal como podría deducirse de las muchas persecuciones que han sufrido durante siglos? Respuesta sumaria y con una brizna de sorna: «No hay libros ni lecturas peligrosas, sino mentes peligrosas». En cuanto a la censura en etapas como la del régimen franquista, dejó claro que «eso ocurría en las bibliotecas públicas, no en las universitarias con unos usuarios concretos».
¿Cuál es su percepción sobre las últimas generaciones universitarias en relación con la lectura? «Una opinión mejor basada la tendría un bibliotecario público, hablando de lectura en general. Aventurándome, yo creo que se lee más que antes. Otra cosa es la calidad. Y lo que también intuyo es que el libro ha perdido parte del prestigio que tuvo tradicionalmente, salvo entre las clases cultas. Particularmente, es así para los jóvenes, que tienen acceso al conocimiento por otras vías».
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