Domingo, 29 de septiembre 2019, 01:22
Ferreira Gullar pensaba que escribir poesía era traducirse. «Una parte de mí / es todo el mundo. / Otra parte es nadie: / fondo sin fondo». Y concluía el poema -tras alguna incoherencia chocante y unas pocas intuiciones reveladoras- con unos versos esenciales: «Traducirse una parte / en otra parte / -que es una cuestión / de vida o muerte- / ¿será el arte?
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Todos los escritores buenos -sea cual sea la circunstancia de la lengua en la que escriban- se traducen en el acto de escribir a sí mismos. Cuando comencé a escribir en asturiano con quince años y tuve la oportunidad de publicar mis poemas, me preguntaban insistentemente si primero escribía en español, la única lengua de la escuela, y después me traducía al asturiano. Era una pregunta muy recurrente y general. Me lo preguntaban mis compañeros de clase -que algunos hablaban en asturiano pero sólo sabían escribir en castellano-, me lo preguntaba mi profesor de literatura -que no daba un duro por lo que escribía- y me lo preguntaban los cómplices que iba conociendo: «¿Para qué te complicas la vida?» Es decir: cuando escribes en una lengua herida por los tiempos de la Historia, como es mi caso, una lengua interceptada por la sintaxis del poder, te indicaban que estabas cometiendo un error social, que les complicabas la vida. Algunos, los mejor intencionados, hasta te señalaban aciertos pasándote la mano por el hombro del orgullo. «Eres un autista», te confirmaban finalmente, «que sólo habla para sí mismo». Su normalidad te excluye. Tu elección, lo dicen de muchas maneras, es errada.
Han pasado, como si nada, cuarenta años desde aquello. La sociedad ha cambiado mucho. Por supuesto que puedo escribir en español -lo estoy haciendo- y creo que hasta me resulta más fácil hacerlo en esta lengua que en la mía cotidiana. Sé que en esta sociedad es más fácil ser hombre que mujer, pero no se me ocurre recomendar a las mujeres que se cambien de sexo. Lo que hago, en la medida que puedo y sobre todo pensando en mi hija, es luchar por la igualdad entre hombres y mujeres. Cuando escribo en asturiano, es cierto, me encuentro con dificultades que no existen en castellano; en castellano sigo de memoria lo aprendido en los libros, en la escuela y en la universidad; en asturiano soy un explorador, alguien que se adentra en la tierra incógnita y que teme encontrarse con un abismo del que no podrá salir. Sé, sin embargo, que la literatura trasciende a las lenguas (poesía es aquello que queda, mucho o poco, después de traducir un poema) y que la escritura en asturiano y en castellano, compatibilizada desde hace años, me ha ayudado a ser mejor escritor en las dos. Cuando escribo en una por debajo respira la otra.
La mayor parte de las sociedades del mundo, donde se hablan entre 4.000 y 6.000 lenguas diferentes, son bilingües. Hablar bien, en cualquiera de ellas, expresarse con corrección y claridad, es una aspiración humana que expresa, entre otras cosas, un deseo de igualdad que a nadie le puede resultar ajeno. Hay lenguas muy próximas -como el castellano y el asturiano, como el catalán y el español- que conviven perfectamente aunque si no se establecen los equilibrios legales pertinentes las más débiles pueden dejar de tener uso en nuestras sociedades.
Berta Piñán, consejera de Cultura y magnífica poeta, quiere exponer sus planes de actuación en asturiano en el parlamento. Algún grupo de la oposición teatralmente ha levantado la ceja y le ha dicho al Gobierno que eso no se puede hacer pues el asturiano no es lengua oficial. ¿No se puede defender en asturiano en Asturias la política cultural que quiere desarrollar, con toda la legitimidad de los votos ciudadanos, el Gobierno de Asturias?
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Si el problema es la oficialidad, la oposición tiene en su mano la solución del problema: apoye la oficialidad, delimite los espacios legales, diga cuál es su opinión real sobre lo que quiere hacer con una lengua que es un ámbito de sociabilidad, un mercado, un patrimonio del alma y un instrumento de comunicación de lo más efectivo.
Me declaro transnacionalista. Cada lengua que hablo me aporta una identidad que no niega a ninguna otra. Soy asturiano y español, gallego berciano por parte de padre y algo filipino. Y me alegra, y me honra como persona, que el Gobierno de Asturias se dirija a sus ciudadanos y ciudadadas en las lenguas que se hablan en la comunidad. Lenguas absolutamente intercompresibles y absolutamente eficaces a la hora de trasladar una idea. Haría bien la oposición, que dice defender el patrimonio cultural de Asturias, que se tradujese sin eufemismos de sí misma a sí misma. El politiqués, miren ustedes, será oficial pero no se entiende. Tradúzcanse a algo comprensible para que todos tengamos claro por qué a su juicio una de las mejores poetas de Asturias, citada en un discurso famoso por el actual Rey de España cuando era Príncipe de Asturias, no puede dirigirse al parlamento de Asturias en una de las lenguas de la comunidad. Personalmente se lo agradecería mucho.
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