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De Alfons Cervera (1947) había leído la novela 'Maquis', reeditada por Piel de Zapa en 2022, y de ella había destacado su estructura eficiente y ... singular y una forma de narrar esmerada, emotiva y hermosa, y la presentaba en mi artículo como ejemplo de «literatura testimonial». El mismo calificativo merece, a mi juicio, la novela 'El boxeador', de la que casi todo me gusta, menos el título. Alfons Cervera, un escritor experimentado y comprometido, vuelve a aquellos primeros años terribles de la dictadura en los que parecía prolongarse sin fin la «guerra de siempre jamás». Las diferentes maneras de enfrentar el mundo de vencedores y vencidos vuelven a ser asunto principal en la literatura notable de Cervera.
En esta ocasión utiliza el autor la conocida estructura del «coro narrativo». Varios personajes, ya muy mayores, narran en primera persona sus recuerdos ya debilitados por la intemperie despiadada del olvido, sus sentimientos posiblemente alterados y las sólidas relaciones que se establecieron en aquellos años posteriores a la contienda, cuando eran unos niños. Estas voces maduras estrujan su memoria para trasladarse y trasladarnos a un tiempo de torturas y muertes, de secretos y silencios, de exilios geográficos y de exilios interiores. Voces de antes y voces de ahora que parecen salidas de un escondite, voces del pueblo vencido, de los perdedores o de los hijos de aquel silencio que tan penosa y descaradamente sangraba. Román, escritor, exiliado en Francia desde niño, es una de las voces principales. Él nunca volvió a Los Yesares y ahora está a punto de hacerlo cuando ya es un octogenario.
Algunas de las otras voces son la del mejor jugador de pelota a mano en el frontón; la de Angelín, a quien de niño los civiles quemaron los dedos pretendiendo que delatara a su padre, que andaba en el monte con los maquis de Ojos Azules, o la de Sunta, memoria viva y andante del pueblo. El autor describe con emoción y pericia historias de desamparo y de miedo que parecen sacadas del frío del invierno o del fuego del infierno, y lo hace apoyándose en esos amuletos que los personajes utilizan para recordar.
El saco de boxeo colgado del algarrobo con el que Esteban les enseñaba a ahuyentar el miedo, la trompeta del payaso Charly, las fotografías en blanco y negro en la caja de los zapatos o la medalla que el corredor Fausto no quiso recibir son algunos de esos amuletos que parecen llevarlos al convencimiento de que no vale la pena vivir sin dignidad. Como escribe uno de los personajes: «Lo peor no fue la guerra, sino la victoria». No son los mismo los vencedores que los vencidos. No, son lo mismo, y la guerra no la perdimos todos.
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