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Ana Ranera
Lunes, 15 de mayo 2023, 21:54
«Este edificio es un canto a la creatividad del hombre», decía ayer el presidente de la Fundación Docomomo Ibérico, Celestino García, desde dentro de ... la central hidráulica de Proaza. Y, precisamente por esa magia que esconde, esta construcción de Joaquín Vaquero Palacios acaba de ser incluida dentro del catálogo de la institución que García dirige y que tiene como objetivo «poner en valor la arquitectura surgida al amparo de lo que se conoció como revolución industrial».
Este inmueble, que data de 1968, «pone en valor las nuevas materialidades como el hierro, el hormigón y el vidrio», destacaba. «Explora las posibilidades constructivas y expresivas que tienen estos nuevos productos», proseguía, convencido de que este edificio «es un canto al hormigón, un material que hace 55 años era nuevo» y del que Vaquero Palacios echó mano con pericia y con un «sentido poético muy profundo».
Porque este arquitecto asturiano dio rienda suelta, sobre todo, a la belleza, al diseñar esta central que está ubicada «en un lugar en el que domina la naturaleza», que no está reñida con esa idea de industria «que da confianza en el progreso», aseguraba. «Igual que Santa Cristina de Lena, Santa María del Naranco y la Catedral de Oviedo, esta construcción debería formar parte del circuito cultural y turístico de Asturias».
Estas palabras suyas las apoyaba también Miguel Casariego, el decano del Colegio de Arquitectos de nuestra región, quien prometía que esta central fue, para él, «muy inspiradora», lo que lo hacía animar a todos los presentes a «sentirse satisfechos y orgullosos de esta distinción que le concede la Fundación Docomomo».
Y es verdad que ese reconocimiento lograba la felicidad de muchos. Por ejemplo, de Luis Álvarez, el director de Relaciones Institucionales de EdP. «Esta central de Vaquero Palacios es una auténtica obra de arte», aseguraba. «Dentro de nuestra empresa, tenemos varias obras de este autor, pero esta central quizá sea la que integre de una forma más clara arquitectura, ingeniería, escultura y pintura».
Y, además de ser bonita, cumple su cometido, porque, «desde el punto de vista técnico, ha producido energía eléctrica para abastecer a un millón de hogares durante un año». Con esas, este espacio es, para Proaza, «un emblema y un impulso económico», tal y como presumía el alcalde del concejo, Jesús García. Y su inclusión en el catálogo de la Fundación Docomomo era «una gran noticia» para la zona, porque «la central va a estar en muy buenas manos en cuanto a divulgación y a proyección».
A partir de ahora, una placa colocada en la puerta acredita esta distinción, que también poseen otros lugares como el poblado de Ribera de Arriba, la bodega del Tío Pepe y el hangar y los talleres del madrileño Aeropuerto de Barajas. Son construcciones dispares, pero todas dejan ver el trabajo que hay detrás de edificios industriales como este de Proaza que tiene tras de sí «cuatro años de trabajo constructivo», que dieron lugar a una estructura tan sencilla como espectacular. «Desde el silencio y casi desde el anonimato, posibilita la vida de más de un millón de personas», recordaba Celestino García, mientras recorría cada una de las plantas en las que se divide y en las que se mezclan las artes con el trabajo, hasta convertir el edificio en una auténtica catedral industrial.
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