Darío Villanueva, exdirector de la RAE dAMIÁN aRIENZA

«Una cosa es la gramática y otra el machismo; no hay que confundirlos»

Darío Villanueva, exdirector de la Real Academia Española ·

El filólogo se adentra con 'Morderse la lengua' en las turbias aguas de la posverdad y lo políticamente correcto

Sábado, 19 de junio 2021

Presume Darío Villanueva (Villalba, 1950) de origen asturiano y nunca olvida su infancia en Luarca. Quien fuera director de la RAE desde 2014 a 2018, rostro habitual de los jurados de los Premios Princesa, se mete sin miedo en todos los jardines lingüísticos y políticos. ' ... Morderse la lengua' es el título del libro que acaba de publicar, que aborda la corrección política y la posverdad sin tapujos.

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-Hablemos del carácter inclusivo del género gramatical masculino. ¿La semántica y la pragmática pesan menos que la política?

-Sin duda, desafortunadamente. Una cosa es la gramática y otra el machismo: no hay que confundirlos. El problema mayor viene de cierto fundamentalismo ideológico. Y lo que son las cosas: Stalin cortó de raíz el intento de un lingüista marxista, Nicolai Marr, que reclamaba la sustitución de la lengua rusa por considerarla propia del antiguo régimen zarista, por un ruso nuevo, conforme con la revolución. Para Stalin el ruso no era fruto ni propiedad de nadie, sino del pueblo que lo fue construyendo siglo a siglo. Intocable.

-'The French Theory', es decir, Derrida, Deleuze, pero, sobre todo, Foucault, han hecho mucho daño: son en parte los responsables de la posverdad. Resulta estremecedor eso de que la verdad no tiene entidad en sí misma, de que el discurso está al servicio del significante, no del significado. ¿Cuál fue el proceso que llevó a la destrucción de la solvencia del lenguaje?

-El triunfo, sobre todo en el mundo anglosajón, de la llamada 'deconstrucción', dinamitadora de los vínculos entre las palabras y las realidades, idea perversa que viene de lo que Heidegger denominaba lisa y llanamente 'destrucción'. El lenguaje según Derrida viene a ser algo así como una algarabía onanista de ecos detrás de la cual no hay voces genuinas. Por eso negaba el 'hors texte', lo que está fuera del texto. Es decir, la realidad de las cosas. Y una de las funciones básicas de la lengua es designarlas: la llamada función referencial. Para Derrida y Foucault el discurso verbal no sustenta ya la evidencia del referente, sino que no es más que una especie de divertimento de enunciación, escritura y lectura, un intercambio en el que no está en juego más que la cadena, la combinación de los signos.

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-¿Las palabras crean la realidad o no? Yahvé tenía claro que, si decía que se hiciera la luz, la luz se hacía, y algunos funcionarios del BOE, también.

-El Génesis obedece a la «era teológica», que diría Augusto Comte. En nuestra «era positiva», resulta evidente que es la realidad la que crea las cosas y no al revés. Al principio de 'Cien años de soledad' se lee: «El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». De otro modo, ¡qué fácil sería arreglar el mundo! Erradicando las palabras que las designan, desaparecían realidades terribles como el crimen, la maldad, la violencia machista, la miseria, el cáncer, la covid, el terrorismo…

-La RAE tiene que sufrir una matraca regular por aludidos y ofendidos: la petición de retirada de palabras. La RAE siempre se niega amablemente a guillotinar perrería, gitanada, kamikaze, judiada, madrastra, jesuítico... ¿Por qué?

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-Porque la Academia no es dueña de las palabras; no las ha inventado, ni las jalea, promueve o promociona. Simplemente las registra. Otra cosa sería censurar el diccionario, y en consecuencia censurar a quienes lo han creado a lo largo de los siglos. Habida cuenta, además, de que como el propio Aristóteles advertía en su tratado sobre la política, las palabras sirven para lo justo y para lo injusto; para lo conveniente y para lo que no lo es. El lenguaje nos proporciona recursos para ser amables, civilizados y razonables, pero también para ser canallas, machistas o hideputas.

-Las 'fake news' ya estaban inventadas, ¿no? Joseph Roth ya hace alusión a ellas en La marcha Radetzky. Y Baltasar Gracián seguro que tiene que decir algo al respecto.

-En 'El Político don Fernando el Católico' la verdad es definida como una doncella tan vergonzosa cuanto hermosa, y que por eso «anda siempre atapada». De manera que, como «son muchos más los necios que los entendidos» prevalece el engaño y «estímanse las cosas por de fuera». Porque para distinguir lo falso de lo verdadero es imprescindible la «critiquez de inteligente», es decir, el sentido crítico que mana del juicio racional. El jesuita aragonés volverá sobre lo mismo en el 'Oráculo manual y arte de prudencia': «Son muchos más los engañados que los advertidos: prevalece el engaño y júzganse las cosas por fuera». Por tal razón, «la mentira es siempre la primera en todo», mientras que «la verdad siempre llega la última, y tarde, cojeando con el tiempo».

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-¿Qué es el sesgo confirmatorio?

-Según los psicólogos sociales, una pulsión muy profunda en el ser humano por la que renunciamos al razonamiento inductivo a favor de una tendencia cognitiva que favorece la interpretación de los hechos conforme a nuestras informaciones y suposiciones previas, imbuidas de nuestra emocionalidad. Una forma de pensamiento ilusorio que nosotros mismos nos hemos dado y que concede prioridad absoluta a nuestras creencias y prejuicios personales frente a evidencias contrarias. Es lo del viejo refrán: sostenella e non enmendalla.

-Y volvemos a Foucault, el sospechoso habitual: cultura de la cancelación, 'safe spaces' en las universidades, victimismo… Usted tuvo problemas con el 'Lazarillo' dando clase en la universidad de Colorado.

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-Más bien fue con 'El Buscón', obra de un escritor manifiestamente antisemita como Quevedo. Era al comienzo del dominio en los campus norteamericano de la corrección política, y dos alumnos judíos de mi curso de máster sobre la novela picaresca española me denunciaron ante el decano por incluir en el sílabo un libro, escrito hacia 1600, con este sesgo. Los convencieron de que yo no era culpable de nada y que la picaresca, en las antípodas de lo políticamente correcto, no se podía estudiar sin esta obra. Cuando les expliqué finalmente el Estebanillo González, cuyo protagonista indigno es de Salvaterra do Miño, dije a mis alumnos: en la picaresca, ninguna minoría se salva, y aquí le ha tocado la china a la minoría a la que yo pertenezco: los gallegos.

-Robert Hughes hablaba de la «falsa piedad del eufemismo». ¿La queja da poder?

-Sin duda. Hay que manifestarse y reivindicarse víctima de alguien o de algo. Como persona, como perteneciente a un grupo, incluso como país. Y todo sin renunciar a ciertas formas de histrionismo, en virtud de lo que con acierto Theodore Dalrymple denominó «sentimentalismo tóxico».

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-Trump no lee filosofía, pero Mario Bunge escribe que «los políticos no triunfan por el tamaño de sus mentiras, sino por su habilidad para hacerlas pasar por verdades». ¿Cómo lo ve?

-Como tradujeron nuestros sefardíes en la Biblia de Ferrara, «y no nada nuevo debaxo del sol». Tampoco creo que Trump haya leído a Maquiavelo; sí lo hizo Napoleón, y dejó sus apostillas totalmente coincidentes con el florentino en el sentido de que el gobernante prudente no debe ni puede mantener la palabra dada cuando tal cumplimiento redunda en perjuicio propio y cuando han desaparecido ya los motivos que le obligaron a darla. Porque, además, para ambos, Maquiavelo y el Emperador, los ciudadanos somos tan crédulos y estamos tan condicionados por las urgencias cotidianas que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.

-¿El nacionalismo es, en realidad, una lucha de las élites por el poder? Javier Cercas, en su novela 'Independencia', sostenía también esta idea.

-Así lo creo. Y en el caso catalán, también es la lucha de los ricos para serlo todavía más. Estrategia que ha funcionado muy bien históricamente. Incluido el periodo del franquismo. Y no digamos ahora. De Javier Cercas admiro no solo su literatura, sino también su valentía de intelectual que no se muerde la lengua.

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«Tengo recuerdos imborrables de Luarca, es un enclave mágico»

-Recuerdos imborrables: los primeros de mi vida en un enclave mágico cual es el de la villa blanca de la costa verde. Nunca paso por Luarca sin detenerme allí el máximo de tiempo de que disponga, y bañarme en su playa de arena pizarrosa es para mí como renacer. Por otra parte, están los veranos en la casa de mi abuelo, Gías, y las travesías por la ría desde a Veiga para recalar en Arnao o Peñarronda. Mi familia paterna era muy numerosa, y aún conservo por suerte tíos que viven allí, así como primos con los que sigo en contacto. Cuando mi padre fue trasladado como juez a Lugo, en el colegio, por el acento, mis compañeros me llamaban «el asturianín». Todo amable, nada de acoso escolar.

-Por supuesto. Un preceptista francés clásico definía la literatura como el arte de mentir agradablemente. Pero sin engaño, pues los lectores aceptamos de buen grado lo que otro poeta, el inglés Coleridge, llamaba «la voluntaria suspensión del descreimiento». Aceptamos la lógica de la ficcionalidad y dejamos en suspenso provisionalmente la exigencia de que las palabras del escritor se correspondan con realidades factuales. Pero sus mentiras, como escribió mi admirado y recordado Ángel González, nos hacen caer en cuenta de muchas verdades.

-El declive de los periódicos deja un vacío que cubren las redes sociales. ¿Cuál es el resultado?

-Principalmente, todo lo relacionado con la posverdad: los bulos, las patrañas, la difusión de las teorías conspiratorias, el negacionismo de las evidencias científicas, el asalto al Capitolio el día de Reyes… La ausencia de toda deontología, de toda responsabilidad que los medios de comunicación profesionales mantenían como uno de los fundamentos primordiales de su actividad como servicio público.

-En la televisión hay un antes y un después de 'Big Brother'. Pasamos de «vivir» a «fingir vivir», a la realidad guionizada. Y esa tremenda frase de Arnold Becker, vicepresidente de CBS: «No me interesa la cultura. No me interesan los valores que sirvan para construir una sociedad mejor. Solo me interesa una cosa: si el público mira el programa. Esa es mi definición de lo que es bueno. Y esa es, también, mi definición de lo que es malo».

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-Ya lo denunció el sociólogo Pierre Bourdieu al distinguir dos etapas completamente distintas. Inicialmente, cuando después de la segunda guerra mundial se generaliza su implantación, la TV tenía pretensiones culturales. En Europa las emisoras eran de titularidad pública y pretendían contribuir a conformar la sensibilidad y completar la formación del auditorio. Pero a partir de 1990 los directivos de las cadenas, incluso públicas, optan por explorar y halagar los gustos populares más primarios para captar máximos índices de audiencia ofreciendo lo que Bourdieu califica de «productos embrutecedores». Corremos el gran peligro de que la televisión se consolide como plataforma definitiva para el empoderamiento de la estulticia y la ignorancia humanas.

-Zamiatin, Huxley, Orwell, Bradbury… 'El cuento de la criada', 'Black Mirror', 'Snowpiercer'… ¿Cómo de cerca ve usted la distopía?

-En mi libro dedico todo un capítulo a responder a esta pregunta. La posverdad y lo que yo llamo poslengua estaban ya en esos autores, si bien Orwell habla por su parte de neolengua. Una lengua empobrecida, eufemística, y manipulada desde el poder para trabucar la verdad, no para designarla. Por otra parte, Huxley, mejor que Orwell o Zamiatin, adelantó lo que está empezando a consolidarse como posdemocracia (término puesto en circulación por el politólogo Colin Crouch): una dictadura amable, un mundo feliz, donde se conserva tan solo la carcasa, que no el fundamento, del gobierno del pueblo para el pueblo. Y donde la actitud del príncipe hacia la verdad es puntualmente la que describió Maquiavelo, y Napoleón aplaudió.

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-Tras 'Morderse la lengua', ¿qué proyectos tiene en perspectiva?

-El más inmediato, la publicación en la Revista de las Cortes Generales de un artículo, secuela de 'Morderse la lengua', en el que intento advertir de un peligro serio: en el momento en que los principios de la corrección política nacida en instancias de la sociedad civil sean asumidos por los poderes constituidos (el ejecutivo y el legislativo, sobre todo) en forma de leyes, decretos o incluso constituciones, estaremos resucitando la censura de siempre; sería algo así como la censura posmoderna en el seno de la posdemocracia. Y luego está la traducción de mi libro al inglés, francés e italiano, pues los asuntos de que trata y los ejemplos de que me he servido trascienden el ámbito exclusivo de España.

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