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Giros de guion

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JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN

Domingo, 1 de octubre 2023, 01:05

Domingo, 24 de septiembre

Un campo de minas

Para ser feliz necesito pocas cosas. Me basta el cielo azul de los primeros días de otoño, el paseo por el manso bullicio del Fontán, el rebuscar entre los viejos libros, el café en el Dos de Azúcar con mi vaso de agua y el periódico. Pero hacen falta todavía menos cosas para dejar de serlo.

No he pasado de la primera página, todavía dejo que el café se enfríe en la taza antes de dar el primer sorbo, cuando recibo una llamada de Pablo Núñez: «¿Sabes que esta noche ha muerto el director de EL COMERCIO?».

No me lo creo del todo. En la página web del periódico no dan la noticia, tampoco aparece en ningún otro lugar. Durante un tiempo confío en que sea una estúpida 'fake new'. Pero me lo confirma Xuan Bello, con un dato que añade desgarro al desgarro: «La familia ha pedido que no sé la noticia hasta que no lo sepa la hija, que está fuera». Se nubla el día, los ojos se me llenan de lágrimas.

No creo que ningún otro director fuera más paciente y generoso conmigo, salvo Íñigo Noriega, que fue quien me llevó a colaborar todos los domingos en el periódico allá por 2005. «Tienes una página para ti, haz en ella lo que quieras». Y yo hice de todo: autobiografía, ficción, traducciones de versos más o menos apócrifos. De esas páginas dominicales salieron muchos libros míos, entre ellos 'Jardines de bolsillo', luego reeditado como 'Tres mil años de poesía', que es uno de los que yo prefiero.

Cuando Íñigo Noriega pasó a ser director de 'El Diario Montañés', pensé que los buenos tiempos se iban a acabar, que nadie me concedería tanta libertad. Pero me equivocaba. Con Marcelino Gutiérrez, me tocó vivir ciertas turbulencias de la reciente historia de España. Los ciudadanos de Cataluña se empeñaron en decidir su futuro, el PSOE expulsó a su secretario general porque se negaba a apoyar un gobierno del partido al que se había enfrentado en las elecciones y luego llegaron los toques de queda, los cierres perimetrales y otras medidas igualmente ineficaces o dañinas, de las que nos libró la guerra contra Rusia en Ucrania. Mi postura fue, en todos esos casos (ya se nota en la manera de referirme a ellos) contraria a la línea editorial -que era la misma en todos los medios de comunicación- y sin embargo no hubo, no ya censura más o menos disimulada (podían alegar falta de espacio), sino ni siquiera una solicitud de moderación. El periódico abría muchos domingos con una entrevista de cuatro páginas al presidente del Principado, y yo me reía en páginas interiores de quien creía combatir el virus no dejando salir de casa a partir de las ocho de la noche o impidiendo que los avilesinos se acercaran al mar porque, aunque estaba a dos pasos, administrativamente pertenecía a otro concejo.

¿Alguien tuvo esos días de histeria colectiva la libertad que yo tuve? En un diario impreso, creo que no. Los disidentes, los herejes -ahora llamados 'negacionistas' o 'conspiranoicos'-, tenían que refugiarse en las redes sociales o en la internet profunda y ni aún así podían siempre librarse del linchamiento público.

Marcelino Gutiérrez no solo no me censuró, no solo no me pidió siquiera moderación, sino que alguna vez me escribió para felicitarme, como cuando yo defendía el «no es no» de Pedro Sánchez y el periódico aplaudía su defenestración y su sustitución por quien durante un tiempo compartió con Rosa Díez el honor de ser el político mejor valorado de España.

Me entretengo en estas consideraciones para sobrellevar el mal trago. Caminamos por un campo de minas y en cualquier momento podemos saltar por los aires.

Lunes, 25 de septiembre

Qué tiempos

Soy muy mal cliente de las librería de viejo. Quizá por eso no tuvo mayor problema en expulsarme de la suya un librero del que fui cliente habitual durante muchos años. No era yo de los compradores de rarezas bibliográficas, sino de libros que han pasado de moda y han dejado de interesar.

En la librería que tengo al lado de casa, compré varias ediciones de los poetas del 27, pero el libro que leo con más gusto, 'Mis memorias' de Alejandro Lerroux, solo me costó cinco euros.

Qué personaje. Pasó de un extremo a otro, como tantos, pero en la extrema izquierda o en la extrema derecha siempre fue visceralmente opuesto al independentismo catalán, también como tantos españoles a machamartillo. A partir de la política, hizo muchos y buenos negocios. Sin avergonzarse de ellos, por supuesto.

Funda un periódico, necesita ganar más dinero y esta es la solución que se le ocurre: «La imprenta podría trabajar para más clientela, que me parecía fácil de conquistar, porque en no pocos Ayuntamientos de España tenía mi partido mayoría y buena parte de los impresos que consumen las oficinas municipales podía hacerse en mi casa, con el consiguiente beneficio».

Qué tiempos. Entonces esas cosas -que los políticos han hecho siempre- no se hacían a escondidas y no había por qué ocultarlas en las memorias.

Martes, 26 de septiembre

Nada es lo que era

«Todavía aprendo», como dice el título de uno de los grabados de Goya. Escucho la conferencia de Luis Bagué Quílez sobre Ángel González en el Aula Magna y, aunque he ido anotando continuas discrepancias, cuando al final se da paso al coloquio consigo, buen esfuerzo me cuesta, no decir nada.

Se lo digo a él después, en cuanto salimos al claustro. A Bagué Quílez le tengo un afecto especial. Dedicó su primer trabajo académico a la poesía de Víctor Botas y suyo es el primer libro a él dedicado, aparecido hace ya veinte años. Luego fue poco a poco cambiando las buenas maneras de estudioso que aprendió de su maestro, Prieto de Paula, por cierta vaga retórica, abundante en juegos de palabras, generalizaciones abusivas y comparaciones traídas por los pelos (buenos ejemplos nos dio en «Mantenga limpio el verso», la charla de hoy), que a mí me parece intelectualmente bastante inane, aunque resulte útil para ascender en el burocratizado escalafón universitario. Comenta un poema publicitario de Vázquez Montalbán -lo escribió para la inauguración del Drugstore barcelonés en los años sesenta- como si fuera un alegato contra la sociedad de consumo, y ni siquiera alude a unos versos que en otro tiempo parecía normales y que hoy nos rechinan: «Llos camareros proceden de la Harvard University / las dependientas han triunfado / en casi todos los concursos de belleza». Ellos, qué inteligentes; ellas, qué guapas. Afortunadamente, solo los Alfonso Guerra elogian todavía así.

Miércoles, 27 de septiembre

Sesión continua

Cuando la sangre no llega al río, qué entretenida es la historia de España. No hay mejor folletón. Permanezcan atentos a la pantalla.

Jueves, 28 de septiembre

La novela de historia

La historia, mi novela favorita. Mi último descubrimiento han sido las memorias que Emilio Mola escribió en los años treinta, antes de convertirse en el siniestro personaje posterior. Había leído el segundo tomo, ahora el azar me regala el primero, Lo que yo supe. Ya en las primeras páginas me entero de que Primo de Rivera, «al verse forzado a abandonar el poder, creyó oportuno aconsejar al rey la continuación del sistema dictatorial y hasta se permitió dejarle una nota con varios nombres de personas que juzgaba convenientes para continuar la dictadura». Se lo cuenta el general Berenguer, quien devolvió la nota al rey y le dijo que solo aceptaba formar gobierno si podía nombrar libremente a sus colaboradores. Esa solución «fue tan poco del agrado del marqués de Estella, tan herido quedó en su amor propio, tan se creía árbitro de los destinos de España, que a los pocos días buscaba colaboradores para llevar a efecto otro nuevo golpe de Estado, con ánimo de asaltar el Poder, obligar al rey a abdicar e instituir una regencia bajo su personal tutela».

Pero, además de las mil y una peripecias de Mola en la Dirección General de Seguridad, el libro lleva consigo otra novela: un sello en el que se lee 'Juventud Republicano Liberal Democrática. Biblioteca. Oviedo'. El partido Republicano Liberal Democrático, que en su biblioteca tenía el libro de Mola, era el de Melquiades Álvarez, asesinado en el 36, también el de quien fue ministro, Alfredo Martínez, asesinado en Oviedo unos meses antes del comienzo de la guerra. A su nieto, otro Alfredo Martínez, lo conocí en Sofía cuando era consejero cultural en la embajada y organizó un homenaje a Víctor Botas.

Viernes, 29 de septiembre

Ningún lugar

Nos duele la muerte de los otros, no la propia. A la mía nunca la he temido, si llega a su debido tiempo. ¿Falta mucho para ese tiempo? Ojalá, pero a veces pienso que ya comienzo a estar de más, que ya he hecho todo lo que tenía que hacer, que por muchos libros que siga publicando no va a cambiar mi lugar en la historia de la literatura. Mi ningún lugar, añado (aunque con la esperanza de equivocarme).

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