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José Sacristán y Javier Godino, durante la representación de anoche en Gijón.

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José Sacristán y Javier Godino, durante la representación de anoche en Gijón. ARNALDO GARCÍA

Todo un gigante en el Teatro Jovellanos

Hasta cinco veces tuvo que salir a saludar entre aplausos y vítores José Sacristán en 'Muñeca de porcelana'

DIEGO MEDRANO

GIJÓN.

Sábado, 9 de junio 2018, 00:47

El Teatro Jovellanos acogió ayer la aplaudidísima representación de 'Muñeca de porcelana', obra de David Mamet protagonizada sobre las tablas por José Sacristán y Javier Godino, bajo la dirección de Juan Carlos Rubio, que hoy además podrá verse de nuevo en el Palacio Valdés de Avilés (20.15 horas). Los interrogantes del texto son muchos: ¿Están los poderosos libres de rendir cuentas por sus actos? ¿Existe una élite que maneja los hilos con capacidad para variar el rumbo de los acontecimientos con tan solo una llamada telefónica? La obra de Mamet no solo vibra por su contemporaneidad, sino por su ritmo. Es el Mamet de sus viejas obsesiones (el poder de la política, la economía y los medios de comunicación...) con otros nuevos y que al mismo tiempo son clásicos (la lealtad, las dificultades del ser humano para romper con su pasado...). Y la propuesta convención en Gijón. Hasta cinco veces tuvo que salir a saludar entre aplausos y vítores José Sacristán, que ofreció una gigante interpretación, como también lo fue la de su compañero, Javier Godino.

La dirección de Juan Carlos Rubio es limpia y natural; el duelo interpretativo entre los dos actores, pirotécnica incandescente donde, en un lapso narrativo de veinticuatro horas, asistimos a la cara oculta de los dueños del mundo. Mamet está donde ha estado siempre: en la crónica de su tiempo, en la moralidad o no del poder económico y social, en esa sociedad americana auditada por esa impunidad e insolencia en permanente conflicto, a la vez que aplaudida en todo en el planeta.

Imagen. El patio de butacas, lleno, antes del inicio de la obra.

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Imagen. El patio de butacas, lleno, antes del inicio de la obra. Arnaldo García

José Sacristán asegura buscar personajes «de una sola pieza», y aunque su papel es malvado, está abierto a la ternura y a la empatía. El poder político en la encrucijada, tantas veces también poder moral, donde el dramaturgo no quiere convencer ni el prestigio de los actores merma o edulcora una historia en minúsculas (el conflicto de un avión inmovilizado por problemas de matrícula y fiscalidad como regalo para la novia del magnate) a velocidad de vértigo, tantas veces entre el deseo y la sentencia.

La escenografía es simple: el mobiliario del despacho, escaso, y toma importancia el armario, que se va abriendo por bloques. La iluminación, parca. El convite máximo es la palabra, fuerza de una obra hecha para los diálogos. El gotero de la información suministrada no cesa, la ceremonia de la confusión se despeja con sentencias lapidarias, retrato del poderoso hecho a sí mismo cuya verborrea y mapa se vuelven en su contra. El tono grave, acusador, autoritario es erizante; conciliador y cariñoso solo hacia su bicho, su figura, un avión de porcelana. Se mastican las palabras. Teatro/teatro, teatro literario (el de texto) y actores enormes, sin florituras y portentosos.

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