Grabado de finales del siglo XIX y propuesta de menú de José Castro Serrano. Ilustración Española.

Un menú de 500.000 pesetas (de hace 130 años)

GASTROHISTORIAS ·

En 1894 el escritor José Castro y Serrano imaginó una comida cuyo coste equivaldría ahora a más de dos millones de euros

Ana Vega Pérez de Arlucea

Viernes, 17 de marzo 2023, 00:53

Hartos estamos ya de oír hablar de inflación, subida de precios e IPC. Según el Instituto Nacional de Estadística, el índice general de precios al consumo ha subido entre febrero de 2022 y el mismo mes de 2023 un 6%, lo que significa que lo ... que hace un año costaba 100 euros ahora se paga a 106. Mucho me temo que el coste de la vida seguirá subiendo y nosotros continuaremos pagándola.

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La pérdida de poder adquisitivo y la subida de precios son fenómenos constantes del mundo moderno que a veces se notan más y de manera más súbita, pero que siempre están al ralentí. Recuerdo cuando los chupachuses costaban cinco pesetas, luego subieron a diez y finalmente a 25 redondas pesetas de aquellas que en los 90 tenían un agujero en el medio.

Luego en 2001 nos explicaron que 25 pesetas equivalían a 15 céntimos del flamante nuevo euro, y díganme qué es lo que se puede comprar ahora en una tienda de chucherías por 15 míseros céntimos. Un chupachús suelto seguro que no.

La economía sería mucho más fácil de entender si el IPC significara «índice de precios de caramelos» o, como defendiera durante años el periodista y dibujante Olmo en el El Correo, «índice de precios al consumo castañero». Cada otoño Olmo contaba cuántas castañas le daban por un euro. Son esos cálculos humildes –como lo que cuesta el kilo de patatas o una barra de pan– los que nos permiten apreciar la dimensión real de la inflación en nuestros bolsillos.

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La calculadora del INE sirve para traducir esa sensación a números y, a veces, para estimar adecuadamente las cifras del pasado. Yo por ejemplo la he usado esta semana para poder entender un menú de hace 130 años, una comida que hubiera costado 500.000 pesetas de entonces.

En teoría 500.000 pesetas son lo mismo que tres 3.000 euros, una cuenta que dividida entre diez o doce comensales bien podría ser el coste actual de una cena en un restaurante estrellado. Pero claro, las pesetas de 2001 no valían lo mismo que las de 1894.

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Hacer el cálculo me ha costado Dios y ayuda, porque no hay una sola regla ni un único indicador fiable pero, a grosso modo, estaríamos hablando de que medio millón a finales del siglo XIX hubiera supuesto cien años después la friolera de 245 millones de pesetas. Convertido a euros y pasado por el filtro de su correspondiente inflación la calculadora nos ofrece una escalofriante cifra: algo más de dos millones de euros.

Ese increíble montante fue el que imaginó en mayo de 1894 el escritor granadino José de Castro y Serrano (1829-1896). Corresponsal de prensa, literato costumbrista y académico de la RAE, don José tuvo también una interesante faceta gastronómica. Bajo la falsa identidad de un chef de la Casa Real y con el pseudónimo de Cocinero de Su Majestad, Castro y Serrano inició en 1876 junto a su amigo Mariano Pardo de Figueroa (alias doctor Thebussem) un movimiento que revolucionaría la cocina española.

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Gastronomías regionales

La revista La Ilustración Española y Americana publicó durante meses las cartas que uno y otro se dirigían sobre diversos temas gastronómicos, como la importancia de las gastronomías regionales o la necesidad de defender nuestros sabores típicos frente a la invasión de la cocina afrancesada. Su intercambio epistolar despertó un gran interés sobre el mundo culinario y el libro en el que se recogieron sus escritos, 'La mesa moderna' (1888), sigue siendo una de las obras cumbre de la gastronomía española.

Castro y Serrano siguió publicando con el nombre de Cocinero de S. M. hasta el final de sus días. Dos años antes de morir escribió un largo artículo para el Almanaque de La Ilustración en el que planificaba la famosa comida de 500.000 pesetas. Titulado como 'Proyecto de un almuerzo', el texto era supuestamente en respuesta a una anónima marquesa que deseaba ofrecer una comida que pasara a la historia por su extravagancia, al estilo de los emperadores romanos.

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Castro le ofrecía un menú a base de ostras, consomé de ave, salmón en salsa, chuletas, marisco, asado, fruta y vino. Sobre el papel, la minuta no tenía nada de extraordinario. El truco estaba en que tras la vulgar apariencia de los platos se esconderían las mejores materias primas del planeta.

Las ostras no serían normales, sino que contendrían cada una de ellas una perla y serían traídas desde Ceilán. El consomé debería hacerse «siguiendo las trazas de los gastrónomos antiguos, con lenguas de ruiseñor cogidos exprofeso en los bosques de la Alhambra». Puestos a epatar, el salmón tendría que ser del Danubio, transportado vivo desde el mar Negro hasta el puerto de Santander para que no perdiera frescura.

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Tirando de ironía para demostrar lo absurdo del caso, Castro y Serrano recomendaba a la marquesa que las chuletas fueran de oso siberiano (»haremos del oso un nuevo manjar para enriquecer las grandes mesas de Madrid») y el marisco, dátiles de mar arrancados en Menorca. El asado sería de pollos engordados exclusivamente a base de trufa y el postre, mangostá del Índico. Para regar aquella comida de reyes haría falta vino hecho con las uvas de la Gran Parra o Great Vine, la vid más grande del mundo, plantada en 1768 en el palacio real de Hampton Court (Londres). Total, ya puestos...

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