Elementos gráficos de la marca Mantecados Felipe II, radicada en Bilbao entre 1918 y 1994. Fidel Díez

Cuando la historia sirve para vender polvorones

No hay ninguno de ellos que se remonte a la Reconquista o que fuese degustado por Felipe II, pero el lustre legendario es reclamo comercial

Ana Vega Pérez de Arlucea

Viernes, 22 de diciembre 2023, 00:22

Que la verdad nunca te estropee una buena historia. Ése es el mantra de los creadores de bulos, de los guionistas de películas ligeramente «basadas en hechos reales» y también de algunos fabricantes poco escrupulosos con los hechos históricos. Yo lo entiendo: vincular tu producto ... a una tradición ancestral o a una figura importante del pasado aporta a tu marca lustre y esplendor, brillantina centenaria que siempre viene bien para diferenciarse de los competidores y llamar la atención del consumidor. Lo malo es venirse demasiado arriba y cambiar la leve pátina historicista por un relato repleto de datos incorrectos. Eso ya no es darse importancia con relativa inocencia, sino adentrarse en el terreno de la propia desinformación.

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Habrá quien, como El Fary, diga eso de «déjalos que caminen como ellos camelen». Yo les dejo camelar y contar todo lo que ellos quieran, pero creo que es innecesario inventarse fábulas en este asunto. Sobre todo cuando el género en sí es buenísimo –que lo es– y no necesita de ningún falso mito para promocionarse.

Las historias verdaderas pueden ser tan interesantes como las inventadas. Vean si no ustedes ésta: a finales del siglo XIX un hombre llamado Juan Álvarez Fernández abrió una fábrica de mantecados en Sevilla. Trabajaba tan bien que en 1903 sus dulces ganaron un diploma de honor y una medalla de oro en la Exposición Internacional Villa de Madrid, celebrada en el Retiro entre mayo y junio de ese año.

Su fama se dispara y en noviembre de 1903 cuando el periódico El Liberal le pone por las nubes. «Hay predestinados, y el sr. Álvarez lo estaba seguramente para elevar el nivel moral de los mantecados», dice el artículo, «pues en los ocho o diez años que lleva dedicado a ello no solo ha llegado a ser el mayor fabricante, sino también a darles una popularidad y aceptación a que jamás habían llegado, consiguiendo que la exportación se extienda no sólo a toda España sino al extranjero y ultramar, sobre todo de las dos exquisitas marcas de su inventiva, las denominadas Regente y Escorial».

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Para facilitar a sus lectores la identificación del famoso polvorón el redactor les recuerda que la marca Escorial «ostenta en sus etiquetas el retrato de Felipe II».

Efectivamente, Juan Álvarez había registrado en 1900 la marca de fábrica número 7739, un sello que distinguía sus mantecados con un círculo rodeado de las palabras «exquisitos mantecados Escorial - Felipe II». En el centro, con tinta roja, un retrato del segundo rey de los Austrias. Les sonará a ustedes seguro porque esa marca aún existe y en los últimos años ha ampliado su red comercial, llegando casi hasta el último rincón de España y siendo considerada una de las más prestigiosas.

Cesión de marca

Pero no nos adelantemos. El señor Álvarez vuelve a registrar la marca, con ligeras modificaciones en 1902 (nº 9.649) y 1909 (17.047), y sus mantecados adquieren tal tirón que para cubrir la demanda en 1911 cede el derecho de usar su marca a otros fabricantes. Entre ellos figuran los hermanos Fidel y Domingo Díez Pérez, oriundos de Vallejimeno (Burgos) pero residentes en Bilbao, donde regentan una confitería.

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Domingo Díez viaja a Sevilla, aprende los misterios del mantecado Felipe II y vuelve a la capital vizcaína para poner en marcha los «felipesegundos» del norte. Alrededor de 1917 los hermanos se separan: Domingo se queda con el distintivo de «fábrica de polvorones El Escorial» y Fidel se convierte en depositario de la marca Felipe II para explotarla en el País Vasco, La Rioja, Castilla y León, Cantabria, Asturias y Galicia. A todo esto, el sevillano Álvarez desaparece de la ecuación y los mantecados del rey se fabrican exclusivamente en Bilbao hasta 1994, cuando los descendientes de Díez se jubilan y traspasan la marca. En 1999 ésta es adquirida por una empresa confitera de Vitoria y desde entonces se elaboran allí. Fin.

Esta magnífica historia prueba del ir y venir de gentes y recetas por nuestro país, no aparece en la web de los mantecados Felipe II ni en los artículos que hablan de ellos. Lo que sí se dice, erróneamente, es que son los mantecados más antiguos de España (mal: hubo otros muy anteriores) o que su origen «se remonta posiblemente a los tiempos de la Reconquista, antes del descubrimiento de las Américas en el año 1492». Ay. Aquí ya les he contado que no hay rastro de mantecados y polvorones anterior al siglo XVIII.

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Felipe II no se cruzó jamás con ninguno y tampoco fueron el postre favorito del escritor José María Pemán, que en sus 'Narraciones y ensayos' (1947) se limitó a recalcar la ironía de acabar estampado en el papel de un polvorón. La última tuerca de la fama era, según él, lo que podría llamarse «la apoteosis de la confitería» y ocurría cuando la industria dedicaba un dulce a un personaje ilustre.

«Yemas de Santa Teresa, polvorones de Felipe II. Es el último grado en la decadencia de la inmortalidad [...] La augusta figura del rey, estampada en un papel de seda con flecos [...] espera en el mostrador a que llegue un goloso y después de comérselo, arroje a la calle a don Felipe II». Seguro que Pemán también pensaba que la verdad es siempre preferible a la fábula.

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