El banquete de Doñana
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Las marismas del hoy parque nacional fueron escenario en 1624 de una fabulosa cuchipanda campestre para Felipe IVAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 21 de abril 2023, 00:07
La laguna de Santa Olalla se secó el año pasado. Es -o más bien era- la más grande de las lagunas permanentes de Doñana, pero de permanente ya no tiene nada. El rifirrafe que actualmente sostienen las administraciones andaluzas, españolas y europeas en torno a ... la regularización del regadío ha traído a la palestra informativa la importancia medioambiental del parque nacional de Doñana.
Seguramente no sea lo más importante que se pueda contar sobre este paraje natural, pero me he acordado de que allí pasó el mejor rato de su vida un hombre llamado Felipe. El cuarto de su nombre, el Rey Planeta. También he recordado que en el bosque de Doña Ana se dio de comer y beber en su honor de tal manera que pasó a los anales como uno de los festines más extraordinarios de la historia.
Ocurrió hace 400 años, en marzo de 1624. Felipe IV tenía dieciocho años y llevaba reinando apenas tres, período en el que su valido don Gaspar de Guzmán y Pimentel, a su vez conde-duque de Olivares, había emprendido una profunda reforma política y económica para sanear las arcas públicas.
Olivares necesitaba afianzarse en el poder, legitimar su posición como brazo ejecutor del rey, demostrar su autoridad sobre la nobleza y conocer el auténtico estado de algunos territorios del reino. Con todas esas intenciones en mente organizó un largo viaje por Andalucía en el que Felipe IV conocería de cerca parte de sus dominios y, de paso, el conde-duque aprovecharía para restregar por los morros a otros aristócratas su preeminente posición en la corte.
Gaspar de Guzmán pertenecía a una rama menor de la Casa de Medina Sidonia, encabezada en aquel entonces por Juan Manuel Alonso Pérez de Guzmán y Silva (1579-1636), octavo duque de Medina Sidonia, y estaba decidido a eclipsar a su primo en riqueza, títulos y favores reales. La abierta rivalidad entre ambos nobles se desató durante aquel singular viaje de dos meses por tierras andaluzas.
Felipe IV, su hermano el infante don Carlos, el conde-duque y una abundante comitiva salieron de Madrid el 8 de febrero de 1624 para visitar Córdoba, Écija, Sevilla, Gibraltar, Málaga, Granada, Jaén y otras muchas localidades. A pesar de que el rey pidió que no se hicieran dispendios todos aquellos lugares le ofrecieron grandes recibimientos, espectáculos públicos, banquetes, fiestas y otros entretenimientos, pero ninguno tan espectacular como el de Doñana.
El coto o bosque de Doña Ana era propiedad de los Medina Sidonia y orgullo personal del octavo duque, que habiendo sido avisado a finales de febrero de la visita real decidió tirar la casa por la ventana e impresionar al rey (y a su vanidoso primo Olivares) a base de generosidad y magnificencia. Cuanto mayor fuera la ambición o más alta fuese la posición que defendía un noble, mayor esplendidez debía mostrar en su trato con el soberano y sus acompañantes. Y el duque de Medina Sidonia, que además de sus muchos títulos defendía las fronteras del sur como capitán general de las costas de Andalucía y el mar Océano, tenía mucho que demostrar. Aunque sólo fuera por hacer rabiar al conde-duque.
La estancia del rey en Doñana fue recogida en numerosas crónicas. Nos falta la opinión de Francisco de Quevedo, que formó parte del cortejo real pero que debió de estar demasiado ocupado adulando a su protector Olivares o comiendo sin parar. Alternando con mujeres seguro que no estuvo: Medina Sidonia ordenó que no «hubiese mujer de ningún estado ni calidad» en aquella cacería-cuchipanda-festival celebrada entre el 14 y el 19 de marzo de 1624.
El detalle sobre la ausencia de señoras lo dio fray Martín de Céspedes en su 'Relación de la ida de Su Majestad desde su palacio del Aljarafe de Sevilla al bosque de Doña Ana' (1624), crónica que junto a 'Bosque de Doña Ana a la presencia de Felipo Quarto' (Pedro de Espinosa, 1624), la anónima 'Verísima relación de la entrada del Rey nuestro Señor Filipo 4 en Doñana' y otras, aporta jugosos datos. Hubo corridas de toros, monterías, excursiones, fuegos artificiales, teatro y comida para aburrir.
El duque mandó «cubrir de tiendas todo el campo, cosa que daba a aquel bosque la apariencia de una ciudad portátil» y reformar la casa que allí había para poder hospedar al rey y a los cientos de hombres que le acompañaban. Se construyó una caballeriza de 200 plazas, un granero, un pajar, dos hornos de pan, dos guardamangeles o despensas, tres cocinas «con todo lo necesario para guisar la comida», dos enormes comedores y varios corrales para cabras, vacas y gallinas.
Se usaron 1.500 pinos, 8.000 tablas, 100 velas de barco, 60.000 clavos. Se llevaron cuchillos, cucharas, copas de cristal veneciano y porcelanas de China, 20.000 kilos de harina blanca, 5.000 litros de aceite, 80 botas de vino, 200 jamones, 100 tocinos, 5.000 litros de aceite, 3.000 kilos de uvas, orejones y dátiles, 7.000 de pescado escabechado, 400 melones, 300 quesos de Flandes, 1.000 barriles de aceitunas, 8.000 naranjas, 1.000 kilos de azúcar y 500 de miel, una carretada de especias, diez de sal...
Cada día llegaban «seis cargas de nieve de Ronda» además de miles de kilos de pescado fresco traído de los puertos cercanos, cabritos, perdices, conejos, capones, pollos y verduras procedentes de toda Huelva. ¡Se gastaron 100.000 huevos!
Con todo aquello se ofreció el domingo una cena para 12.000 comensales y «todos alcanzaron abundantísimamente». Lo curioso es que el duque de Medina Sidonia se puso enfermo (o al menos eso dijo) y no acudió a la cita. Su fortuna quedó resentida tras gastar la increíble suma de 300.000 ducados en fastidiar a su primo y agasajar al rey y encima no probó bocado.
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