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M. F. ANTUÑA
GIJÓN.
Lunes, 20 de febrero 2023, 01:49
Le gustaba la fiesta. La vivía como cualquier ciudadano y la disfrutaba muy especialmente como artista. Evaristo Valle amaba el Carnaval y lo llevó a su obra en más de un centenar de ocasiones. Gretel Piquer, la mayor experta en la peripecia del pintor gijonés ... de cuyo nacimiento se cumplirán en julio 150 años, tiene en su tesis contabilizadas, entre dibujos y pinturas, cien, pero seguramente alguna más habrá desconocida.
«Es un tema que cultivó en muchísimas ocasiones a lo largo de toda su vida», introduce Piquer, que considera su primera inmersión en el universo del disfraz una viñeta que realizó para la publicación 'Madrid cómico' en 1901. Aparecen en ella los llamados novios de La Coruña, dos personajes equívocos que Piquer identifica como Marcela y Elisa, una pareja a la que el disfraz permite engañar a un cura gallego y, de esa forma, logran casarse. Llegarían los años venideros sus Pierrot, como el de 1909 que ilustra esta página. Pero la primera ocasión en la que aparece la carnavalada con ese nombre acontece en torno a 1909, 1910, en un cuadro ahora desaparecido que se tituló 'Carnaval en Tiñana'. «Por descripciones de prensa, era una comitiva de Carnaval rural con paisaje de montaña al fondo y los típicos mascarones», relata la doctora en Historia del Arte.
El Carnaval urbano tomaría el lienzo después, con entierros de la sardina o bailes festivos. Eduardo Vigil Argüelles, el propietario de la galería Atalaya que precedió a Cornión y que era gran amigo del pintor, dejó un escrito en el que explicaba a las claras la pasión de Valle y recordaba sus charlas con él al respecto de cómo eran las fiestas en aquella primera década del siglo XX. «Ellos hablan en los años 40 y Valle plantea el Carnaval como la gran fiesta de la ciudad», revela Piquer. Participaban sus amigos, los Alvargonzález y los Cienfuegos-Jovellanos, y él vivía el festejo oculto tras su propio disfraz: «Valle le cuenta a Vigil que, para disfrutar del espectáculo y poder observar bien, lo que hacía era cubrirse con una sábana para poder ver esas escenas».
Lo pintaba, lo disfrutaba y era parte activa. En torno a 1916, Valle adornó un coche en tonos azules para un desfile de carrozas. Se bautizó como 'Mefistófeles'. Cuentan que hasta los caballos iban disfrazados y llevaban una especie de diablo en la capota. «Él participaba activamente en las fiestas», revela Piquer, que recuerda que fue jurado junto a otros artistas, como Medina o Piñole, de los concursos que se convocaban.
En materia de carnavaladas, hay varias especialmente significativas en la trayectoria de Valle. Lo son para Piquer cualquiera de los dos bailes que se conservan en su museo de Gijón. Porque, además de belleza, tienen ese gusto por contar del que Valle siempre impregnó su pintura y que remite a una época en concreto. Uno de ellos es un baile de la Asociación de la Prensa en el Jovellanos de 1917. Esa cita social burguesa nos permite conocer el pasado, como lo hace, igualmente, otra mascarada urbana en Cimadevilla, en torno a ese mismo año o 1918.
Eran al principio las suyas estampas de bailes y desfiles con aglomeraciones, pero luego la cosa cambia y el concepto de carnavalada se sintetiza y se encamina hacia pocas figuras en primer plano. En los años veinte es cuanto pinta a 'Cipriano el hojalatero' y, en los treinta, llegan otras carnavaladas rurales en un momento en que comienzan a aparecer estudios etnográficos sobre la fiesta. Le pone su filtro personal como artista a esas escenas de una realidad con disfraces zoomórficos que gustaba de observar y recrear. En los años cuarenta, se prohibió la fiesta y era en los núcleos rurales donde se recluía el disfraz para todos y también para Valle, un pintor que lo retrataba tanto en este febrero que ahora vivimos 150 años después de su nacimiento como al final y el principio del año, en esas fiestas de cambio de ciclo herederas de las saturnales romanas en las que también se imponen las máscaras.
El viaje del pintor por el Carnaval llega al final con su propio final. Valle moría en 1951 y en 1950 pinta un óleo sobre lienzo de título 'La proposición', en el que aparece un viejo verde persiguiendo a una chica joven. Remite la obra a un cierto travestismo y a una estética que cultivaría Rambal, remite al ambiente que pudo ver en Cimadevilla entonces. Remite a la vida real que se oculta tras la máscara, al ansia documental como inspiración.
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