Mañas vuelve a la historia tras su novela '¡Pelayo!'. El siglo IX, los territorios castellanos, las luchas con Abderramán III, el hombre que dijo que no había sido feliz más que 14 días en su vida. Las guerras y conspiraciones, las alianzas matrimoniales, la frontera ... más salvaje. La Córdoba califal, León, Medina Azahara, Castilla… Y la aventura de una lengua, el español, que se va desgajando de las formas antiguas y, como el protagonista de '¡Fernán González!' -título que el jueves presentará a las 19 horas el Aula de Cultura de EL COMERCIO, en colaboración con el Ateneo Jovellanos, en la Escuela de Comercio- y sus territorios castellanos, se hace un lugar en la historia.
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-Lo primero: situemos históricamente a Fernán González.
-Fernán González gobernó Castilla desde principios de la década de los 30, en el siglo IX, hasta el 970, momento de su muerte. Es por lo tanto un mandatario que estuvo cuarenta años al frente de lo que entonces era un condado dependiente del reino asturleonés, y dejó su impronta. Aunque no llegó a ser independiente, como piensa alguna gente, sí unificó y dio personalidad a un territorio que, muy pronto, se convertirá en la locomotora de lo que primero será la Corona de Castilla (a partir de 1230) y, en algún momento, aquello que llamamos España.
-La gente ve 'La Casa del Dragón' y se sorprende a veces de los matrimonios concertados. Pero esa ha sido la práctica usual a lo largo de la historia.
-Los matrimonios concertados eran una herramienta básica de la política de Estado, y las mujeres eran la principal moneda de cambio. Las alianzas entre familias gobernantes han sido constantes y muy globales desde siempre. Por poner un ejemplo, en el siglo XIII Alfonso VIII matrimonió con Leonor de Plantaget, hermana de Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra e hija de Enrique II y Leonor de Aquitania. En el siglo X tenemos una gran casamentera, que es la reina Toda de Pamplona. Ella estaba empeñada en colocar a sus hijas en el trono de León y, de sus tres hijas, casó a Oneca con Alfonso IV, el cual luchó en una guerra civil con Ramiro II de León, y cuando ganó este último (que acabó capturando a su hermano y le arrancó los ojos antes de encerrarlo de por vida), casó a su otra hija, Urraca, con Ramiro II. A Fernán González, como conde de Castilla y de Álava, lo debió de considerar un personaje lo suficientemente importante como para entregarle la mano de su tercera hija, Sancha de Pamplona.
-Ahora que la menciona, ¿quién era la reina Toda de Pamplona? Es uno de los personajes más interesantes de la novela.
-Toda fue la regente del reino de Pamplona, el futuro reino de Navarra, cuya capital, a lo largo del siglo X, estuvo en Nájera. Durante la minoría de edad de su hijo Garci Sánchez, rigió los destinos de aquel reino con mano hábil y diplomática. Es uno de los personajes más fascinantes de la época, una mujer potente que no tiene nada que envidiar a otras grandes reinas posteriores.
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-Hay una moda ahora de inyectar el feminismo en las novelas históricas que chirría. Cómo era la situación real de una mujer en la corte.
-Hombre, había diferencias muy claras entre la clase alta y las bajas. Por lo alto, la mujer podía influir. Pero por lo bajo estaba claro que era una situación complicada. Aurora o Subh, Sancha y Urraca son mujeres de clase alta, que pudieron influir en la política desde su posición. No obstante, la importancia de la mujer en aquella época en la que la principal actividad de sociedades como la castellana era la guerra no deja de ser secundaria.
-Toda historia necesita un malo, y Abderramán podría ser nuestro Darth Vader. Aunque todo es más complejo, eso indican las retorcidas alianzas de todos con todos.
-(Risas) Sí, dentro del esquema nacional español, la parte mala la llevan los musulmanes. Son los que pierden al final. En este siglo X, en concreto, quien tiene el poder en Córdoba es Abderramán III, un personaje, efectivamente, muy complejo. Ya sabes que era hijo de cristiana -su madre era hermana de la reina Toda- y que tenía una barba pelirroja que se teñía de negro para parecer más árabe. La Córdoba que gobierna, y que ocupa la mitad de la Península, va a ser la principal vecina, al sur del Duero, de la Castilla de Fernán González. Como era de prever, una vecindad complicada.
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-En España, como en el Wild West, también tuvimos una frontera.
-Castilla en el siglo X era un territorio de frontera, con una sicología parangonable con la que más tarde tendrán los pioneros del Lejano Oeste. Era una zona más peligrosa que las montañas. En Oviedo, ya a estas alturas, la población estaba razonablemente tranquila. Pero en cuanto bajabas de las montañas, la cosa cambiaba. El ritmo cotidiano de los castellanos estaba regulado por las 'aceifas', es decir, las campañas veraniegas de los cordobeses. A veces se enfrentaban a los musulmanes, y a veces tocaba meterse todos en los castillos y esperar a que aquello pasase. Los ejércitos de Abderramán destruían cosechas y casas, cogían el botín que podían, muy especialmente mujeres y niños, y volvían a Córdoba. Entonces a los cristianos les tocaba salir de los castillos y reconstruir todo de nuevo. Así era la vida en la frontera del reino asturleonés. Como recompensa, en Castilla se tenía mayor libertad que en otros lugares. Sánchez Albornoz habla de un islote de gentes libres en medio de un mar feudal. Los municipios tenían unos fueros muy favorables, con mucha autonomía, y las leyes eran más ágiles. Riesgo y libertad iban de la mano.
-En León se reían de cómo hablaban los castellanos (Castilla por Castiella), pero al final resulta que esos vulgarismos devinieron en el 'español'.
-Además de mayor autonomía política, en Castilla empezaba a haber mayor autonomía lingüística. Menéndez Pidal y Rafael Lapesa inciden mucho en esto. Los diptongos castellanos eran originales y dinámicos, y se simplifica la fonética ('hijo' en vez de 'fillo'), etcétera. En definitiva, el romance castellano, lo que en algún momento será el español, empieza a no tener tanto la referencia del latín y a volar por cuenta propia.
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-Las relaciones de Fernán González con los diferentes reyes de León no eran cordiales.
-Fernán González tuvo que lidiar con una situación muy compleja. No olvidemos que es vasallo del reino de León, y que como vecinos tiene a dos personajes tan maquiavélicos y ambiciosos como Toda de Pamplona y Abderramán III. Con Ramiro II, el rey de León -y León es la prolongación del reino de Asturias, deberíamos hablar de reino asturleonés- yo entiendo que tuvo una relación, de entrada, buena. No olvidemos que Ramiro II fue quien lo colocó como conde de Castilla. Ramiro ya se daba cuenta de que aquel condado necesitaba una capital, que pronto sería Burgos, y un hombre fuerte que va a ser Fernán González. Entiendo que existió buena sintonía entre ambos. El problema fue que tras el reparto de tierras que siguió a la batalla de Simancas (939) Ramiro favoreció a Ansur Fernández, rival de Fernán González, bloqueando la expansión natural de Castilla hacia el suroeste. Como resultado, Fernán González se dedicó a repoblar por su cuenta y sin autorización real, y rompiendo encima una tregua pactada con Abderramán, Sepúlveda. Ramiro va a apresarlo y durante casi dos años Ansur Fernández aparecerá en los documentos como conde de Castilla y de Álava, pero luego vuelve a aparecer Fernán González, con lo cual debió de ser una crisis pasajera. Ellos dos se respetaban. En cambio, a raíz de la muerte de Ramiro en 951, Fernán González, que ya lleva veinte años al frente de Castilla, se va a encontrar en León con una serie de reyes efímeros y más jóvenes, y su política será cada vez más levantisca.
-Últimamente ha viajado mucho a Asturias por actos relacionados con su anterior novela.
-Mi madre es asturiana y mi padre madrileño (que, para mí, es una manera de ser castellano). Por vía materna me llega el cariño por el norte. Mis abuelos maternos se casaron en Covadonga, acabaron viviendo en León, pero todavía veraneaban en Gijón. Para mí fue un gustazo repasar los escenarios pelayescos e imaginar lo que debió de ser aquel turbulento siglo VIII en el que nació el reino de Asturias, germen de lo que más tarde será España. Ahora, me he pasado al siglo X, y me gustaría cerrar mi particular trilogía sobre la Reconquista con un personaje cercano a las Navas de Tolosa. En definitiva, tanto ¡Pelayo! como ¡Fernán González! me han permitido hurgar en mis raíces culturales y familiares.
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