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RAMÓN AVELLO
OVIEDO.
Viernes, 9 de diciembre 2022, 01:01
'Hamlet', la inmortal tragedia de Shakespeare, es una 'rara avis' en el campo de la lírica. De hecho, ayer fue la primera vez que ... esta ópera, compuesta por Ambroise Thomas con libreto de Barbier y Carré en 1867, se representó en las temporadas operísticas ovetenses. Lo curioso es que, en la segunda mitad del siglo XIX y prácticamente hasta el final de la Primera Guerra Mundial, 'Hamlet' fue uno de los éxitos más internacionales de la ópera francesa. Sin duda, la Ópera de Oviedo asumió un arriesgado reto al producir y presentar una obra actualmente poco conocida, aunque, por la universalidad del drama, nos resulta familiar. En algunos pasajes, la ópera nos recuerda a Gounod, en otros anticipa a Bizet y en las coloraturas de las arias percibimos las huellas del belcantismo italiano. 'Hamlet' es una ópera atractiva, sugerente, con dos papeles inmensos para soprano (Ofelia) y barítono (Hamlet), y varios roles secundarios. Por la reacción del público se puede constatar que, en esta ocasión, la producción ovetense dio en el clavo. Sin duda, fue un gran Hamlet, muy bien cantado, especialmente por Sara Blanch, formidable en los coros y la orquesta guiados por la batuta de Audrey Saint-Gil, e inteligente y elegantemente planteado bajo la dirección escénica de Susana Gómez.
Hace años, en una producción de saldo de 'Norma', la escenógrafa ovetense hizo de la necesidad virtud, demostrando que la economía de medios se puede enriquecer con el talento. En 'Hamlet', Susana Gómez no intenta remedar los oropeles y el efectismo de la Grand Opera, sino trasladar con sobriedad de medios el drama shakesperiano. En la escena todos los elementos y cambios tienen un sentido funcional. Las cortinas para recrear conceptualmente un espacio interno. La inclinación de la tarima central no solo sugiere cierta inestabilidad psicológica, sino que se utiliza para dar realce y cabida al mundo funerario donde habitan los espectros, o al lago oscuro en donde desaparece Ofelia en el cuarto acto. Por otra parte, el movimiento escénico, especialmente en sencillas coreografías destinadas a los coros, palia con naturalidad la ausencia del ballet. Finalmente, el vestuario, diseñado por Gabriela Salaverri, en el que se combinan elementos de la era isabelina con vestidos actuales, además de dar a la obra cierta luminosidad, posee una elegancia adecuada a un drama real.
'Hamlet' posee una orquestación densa, con especial relieve en instrumentos de viento, tanto en metal como en madera, que tienen un claro sentido concertante con las voces, o la novedosa inclusión del saxofón. La OSPA, bajo la dirección de Audrey Saint-Gil, especialmente cuidadosa con los coros y las voces, hizo gala de una sonoridad compacta y brillante, arropando, sin tapar, el canto. Saint-Gil llevó con fluidez, delicadeza en los matices y riqueza en el timbre una partitura de gran atractivo sinfónico.
Sobresaliente el Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo), tanto en su faceta teatral, con coreografías coloristas y sencillas, como en la sonoridad compacta, firme, potente y afinada. Como momentos esenciales, recordemos el coral a boca cerrada, en la escena de la muerte de Ofelia, o los momentos culminantes al final de cada acto.
Otra de las peculiaridades del 'Hamlet' de Thomas es el relieve que confiere al personaje de Ofelia, que recorre los hilos de toda la ópera y se erige como protagonista absoluta en el cuarto acto, con la escena de su locura y desaparición en el lago. La soprano Sara Blanch es una Ofelia dulce, conmovedora y con una línea vocal tersa, brillante, ágil y expresiva.
Todos los matices de sentimientos se proyectan en la actuación de Sara Blanch, que va pasando de la inocencia a los síntomas de desequilibrio, la profunda melancolía y la locura. Esta sublime versión tiene su epicentro en la escena de la locura del cuarto acto, el punto culminante de toda la ópera.
El barítono de Castrillón David Menéndez afronta con Hamlet uno de los grandes papeles de su carrera. Dibuja un Hamlet resentido, irónico y que no refuerza los aspectos líricos y sentimentales del personaje. Adolece de cierta heterogeneidad en la emisión, pero posee un fiato y una proyección de sonido muy atractivos. La escena del cementerio fue sobrecogedora por su expresión.
Simón Orfila es un rey Claudio firme, rotundo. Lo más sobresaliente, sin duda, el monólogo del arrepentimiento o la culpa del tercer acto. Graves poderosos y una tesitura homogénea y firme en todos sus registros.
Béatrice Uria Monzon dio a su papel de la reina Gertrudis un dramatismo comedido, como conviene a las personas de alta alcurnia, bien cantado y representado. Especialmente brillante fue el dúo con Hamlet en el tercer acto, de un intenso dramatismo.
Finalmente, destacamos el papel del bajo Javier Castañeda, como el espectro, con una voz metálica y muy resonante, especialmente cuando canta desde el palco pidiendo a su hijo que no mate a la reina. Correcto el resto del elenco y, además de las ovaciones y bravos a Sara Blanch, hubo una ovación generalizada a todos los protagonistas, a la directora musical y a la directora escénica. La Ópera de Oviedo acertó.
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