Gustavo Dudamel, al frente de la orquesta Encuentros, en el Auditorio Príncipe Felipe. FOTOS: JOSÉ VALLINA

Dudamel hace magia con los jóvenes

El venezolano triunfa en el Auditorio Príncipe Felipe con un concierto lleno de vitalidad y sutileza al frente de la orquesta Encuentros

RAMÓN AVELLO

OVIEDO.

Sábado, 26 de junio 2021, 02:32

A Gustavo Dudamel le hemos visto dirigir en Oviedo varias veces y con diferentes orquestas -Orquesta Nacional Simón de Bolívar, Orquesta Juvenil de Venezuela, Sinfónica ... de Gotemburgo y Orquesta Sinfónica de la Radio Baviera, entre otras- en el Auditorio Príncipe Felipe. La relación del director venezolano con Asturias se afianzó cuando a El Sistema, programa de educación musical y acción social fundado por José Antonio Abreu, le dieron el Premio Príncipe de Asturias, en el año 2008. Sin embargo, el concierto de ayer, en el que se presentó en Europa la Orquesta Encuentros, tenía un aspecto singular. No es una orquesta al uso, sino un proyecto musical y ético auspiciado por Dudamel y su esposa María Valverde. Encuentros es por una parte una orquesta juvenil, formada por 60 músicos de cuerda iberoamericanos, portugueses y españoles de cuerda, entre los que hay tres asturianos. Pero también, como se recoge en el programa de mano, un ideal para «explorar la unidad cultural y celebrar la armonía, la igualdad, la belleza y el respeto a través de la música».

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Encuentros es una orquesta efímera, en el sentido en el que sus integrantes irán cambiando, pero su intención como idea, fundación y proyecto es el de perpetuarse a través de diferentes generaciones musicales. La colocación de los intérpretes es la característica colocación vienesa, con los contrabajos (ocho) cerrando un semicírculo, los violas y violinas enfrentados a derecha e izquierda y, en el centro, los violonchelos. Esto da a la cuerda una profundidad muy bien utilizada por Dudamel para compactar el sonido.

El programa que dirigió en Oviedo está escrito para orquesta de cuerdas, pero con voluntad sinfónica. En la primera parte, se interpretó la 'Noche transfigurada', de Arnold Schönberg, composición inspirada, a la manera de un poema sinfónico, en un texto de Richard Dehmel, en la que describe una pareja de amantes que caminan por la noche y, tras un momento de tensión, el amor y el perdón los transfigura a la luz de la luna. Fue una interpretación muy dialogante, con sutilezas de matiz exquisitas y una idea de tensión, especialmente en el centro, de raíz claramente expresionista. La obra es muy compleja, tanto por la armonía, que sigue siendo tonal, pero muy postwagneriana, como por las oposiciones entre las cuerdas. Fue una versión, como el propio Dudamel dijo, «de la oscuridad a la luz». Yo diría que de la tensión a la paz.

En el intermedio, Dudamel se dirigió al público. «En un concierto las palabras sobran, pero quiero destacar que este es un encuentro muy especial. Como en el poema de Dehmel, en esta obra, al final, prevalecen la esperanza y el optimismo». Comentó que llevaban solo una semana ensayando, lo que prueba que «la música y el deseo se pueden encontrar». Recordó a José Antonio Abreu y la versión que dirigió en la ciudad «con motivo de los Premios Príncipe» de la 'Segunda Sinfonía Resurrección', de Mahler. Dijo que estaba encantado de «estar de nuevo en Oviedo aunando sensibilidades diferentes».

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Frente al expresionismo tortuoso de Schönberg, la 'Serenata para cuerda en do mayor', de Chaikovski, presenta un lirismo galante, mucho más amable, pero en las manos de Dudamel, cobra una gran intensidad y fuerza. Llevó los tiempos de una manera muy atractiva y extremada. La elegía muy lenta, pero sin caerse el movimiento, y los tiempos rápidos muy vivos, pero sin perder afinación ni contundencia. El vals tuvo una gracia encantadora, que hizo que varias personas del público aplaudiesen al final del movimiento. Me gustó más cómo hizo esta pieza que los que dirigió en el concierto de Año Nuevo en Viena.

Indudablemente, Dudamel tiene una magia muy especial para aunar voluntades juveniles. Y lo hace con obras complejas, pero que no pierden ni frescura ni espontaneidad. Lleva al extremo los recursos técnicos de los instrumentistas, pero siempre le sale redondo, bien y, sobre todo, con una claridad musical prodigiosas. El público aplaudió durante varios minutos, pero no hubo propina, lo que no quitó encanto a un concierto excepcional con el que se cerró la temporada del Auditorio de Oviedo.

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