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CÉSAR COCA
Domingo, 18 de agosto 2019, 01:49
«El problema es valorar con las normas de hoy hechos del pasado». Adela Asúa, catedrática de Derecho Penal de la Universidad del País Vasco y exvicepresidenta del Tribunal Constitucional, advierte sobre los peligros de juzgar y condenar socialmente -con frecuencia no hay demanda judicial ... alguna- en casos como las acusaciones de acoso sexual lanzadas esta semana contra el tenor Plácido Domingo. Un texto de AP difundido el martes recogía las acusaciones de nueve mujeres -ocho cantantes y una bailarina-, referidas a hechos ocurridos hace tres décadas. Solo una de ellas daba su nombre, la mezzo Patricia Wulf, quien asegura que Domingo no llegó a tocarla pero que su insistencia y sus proposiciones «han afectado» a su forma de tratar a los hombres el resto de su vida. Paradójicamente, la cantante presumía hasta el jueves en una red profesional de haber tenido «la suerte de cantar ópera como solista con algunos de los más famosos artistas, incluyendo a Plácido Domingo».
El escándalo golpea a un sector, el de la música, que ya ha vivido episodios semejantes con los directores de orquesta James Levine, Charles Dutoit y Daniele Gati. Y, sobre todo, con Robert King, condenado a tres años y nueve meses de cárcel por abusar de cinco jóvenes, tres de ellos menores de edad. La gravedad de este último caso no tiene relación alguna con los restantes.
En las horas posteriores a la denuncia, mientras algunas orquestas y teatros líricos, sobre todo estadounidenses, anunciaban la cancelación de las actuaciones de Domingo, numerosas cantantes y un puñado de agentes salieron en su defensa. Ainhoa Arteta («es una canallada»), Pilar Jurado, Davinia Rodríguez y María José Suárez («siempre ha sido un caballero») y Ángeles Brancas («es educado y respetuoso») fueron tajantes. Nancy Fabiola Herrera va un poco más lejos y asegura que «todo huele a venganza solapada» a partir de una denuncia en la que las acusaciones más graves son anónimas. Y ahí está una de las claves que convierte lo que debería ser una demanda judicial en un juicio social, con los problemas que supone. Porque en los casos citados con anterioridad, los denunciantes se identificaron y avalaron así sus testimonios.
«Por supuesto, las denuncias anónimas no son tolerables en una justicia democrática», recuerda Asúa. «Ni se puede dar por bueno algo que no esté mínimamente documentado», añade. Desde el punto de vista penal, además, algo ocurrido hace treinta años habría prescrito, con independencia de que las leyes sobre acoso sexual que hoy existen no habían sido promulgadas en aquella época en la mayoría de los países. «Es cierto, no obstante, que en esta clase de delitos, las denuncias aparecen mucho después, cuando han pasado las turbulencias». No siempre ha sido así: hace unos años, un cantante español, haciendo caso omiso de quienes justifican el anonimato de las denuncias -siempre se alude al riesgo de poner en peligro la carrera artística- demandó judicialmente al directivo de un teatro por acoso sexual.
Hoy por hoy, el 'caso Domingo' no es un asunto de la justicia ni parece, a tenor de lo visto hasta ahora, que vaya a serlo. Es lo que ha sucedido en buena parte de los escándalos que salpicaron primero Hollywood y luego se han extendido a otros ámbitos de la cultura y el espectáculo. El problema es que en el ámbito social no existen las garantías que caracterizan a los procedimientos judiciales. No solo eso: en el mundo de las redes sociales, Domingo ya ha sido condenado.
¿Tienen hoy más credibilidad las denuncias de mujeres respecto de casos de acoso sexual aunque sean anónimas que las hechas por hombres o referidas a otros asuntos? La profesora Asúa cree que sí, seguramente porque han sido víctimas a lo largo de la historia. «Esa marcha de mujeres que ponen de relieve lo ocurrido en el pasado es positiva; es una verdadera cruzada moral, pero tiene sus peligros». Y no son pocos. El primero, juzgar con los ojos de hoy, de una sociedad más justa y equitativa, comportamientos que en el pasado «ni eran delictivos ni la mayoría de la sociedad los reprobaba». «Nuestros parámetros no son los de entonces; antes no había una relación de igualdad entre hombres y mujeres. Hoy somos mucho más sensibles y hemos desarrollado un mayor respeto a la libertad. Pero antes, de Marx a Einstein, la lista de hombres que han hecho cosas reprobables con la perspectiva actual es enorme».
Esa asimetría en las relaciones juega a favor de los hombres, pero en ocasiones también ha sido usada en sentido contrario. Una conocida cantante española aseguraba a este periódico, con un toque de humor que no ocultaba su indignación por lo sucedido, que podría dar «unos cuantos nombres de colegas» que hacían cola para «entrar en el camerino de Domingo». «¿Para qué necesitaba más mujeres si las ha tenido de sobra, antes y ahora?», se preguntaba.
El segundo peligro de las denuncias no judiciales es que el tribunal popular no se atiene a normas. Nadie entre quienes juzgan siente el menor remordimiento ante los daños al honor causados. A ellos se refirió, cargando contra el movimiento #MeToo, la mezzosoprano sueca Anne Sofie von Otter. Su marido, Benny Fredriksson, era el director del teatro municipal de Estocolmo y fue acusado de acoso y abuso sexual. Lo negó, pero renunció a su puesto, sufrió una depresión y finalmente se suicidó. Nunca hubo demanda alguna contra él.
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