Secciones
Servicios
Destacamos
Es una extraña familia. Amplia, multicultural, multirracial, políglota, es un mundo propio, abierto pero cerrado, organizadísimo, con poco hueco para el punto caótico que siempre tiene todo lo que tiene que ver con el arte. El Cirque du Soleil se mueve en una veintena de camiones de aquí para allá, hace su lugar y hogar en palacios de deportes de uno y otro país, nace y renace cada varios días, cada vez que se alza el telón y el idioma de quien aplaude es el mismo a la hora de juntar las manos y sonreír, pero otro a la hora de articular palabras con las que ponerle calificativos a 'Ovo', ese mundo de insectos y del más difícil todavía que el 26 de julio llegará a Gijón para quedarse durante dos semanas.
Es tiempo de vida y vivido por una troupe formada por un centenar de personas de 25 nacionalidades distintas que obran ese milagro de que cada día se haga la magia del circo. Y no es fácil, porque tras la luz y el color que se esconden tras los impresionantes números y el fastuoso colorido del vestuario hay seis lavadoras y secadoras que viajan con ellos, un equipo de cinco chefs que elaboran la comida que a todos alimenta, un equipo de cuatro sastras que cada vez que los artistas se quitan sus ropajes se ocupan de que todo esté en su sitio, un equipo administrativo que se encarga de gestionar hoteles, de contratar al personal local que acompaña en la electricidad, cosiendo los textiles o acomodando al público. Es un mundo más complejo de lo que parece que gira y gira y sigue girando y disfruta de una vida nómada que tiene siempre sus luces y sus sombras.
Cuando el día 26 se alce en Gijón el telón de 'Ovo', el público verá a 52 artistas perfectamente ataviados, entrenados, preparados para hacer equilibrios, para bailar, para hacer sonar la música, volar, ejercitar su fuerza y poner sus cuerpos al servicio de la belleza, pero no verá la alfombra azul que se oculta tras el inmensio escenario, lugar de entrenamiento, de estiramiento, de volar en la soledad antes de hacerlo ante la mirada del público, el lugar en el que una pantalla de vídeo recoge todo lo que cada noche sucede, para advertir errores y buscar la manera de ser mejores, un lugar de encuentro de artistas y técnicos.
Un montón de gente que viaja junta y que antes de cada estreno ve cómo se ponen en marcha 46 cargas de lavadora para tener en perfecto estado de revista las ochocientas piezas de vestuario que van saliendo a escena, que convierten en una amplia gama de insectos a artistas como Danira Quintanar, una mexicana de 36 años que sostiene que el Circo del Sol es un «hotel de cinco estrellas» para artistas como ella, que siempre han querido acaparar las miradas de otros con su flexibilidad, sus vuelos, sus formas y maneras de crear arte, en este caso bailando en el aire sostenida solo por su cabello. Ella es el perfecto ejemplo de que un espectáculo ya veterano como este nunca deja de crecer, de evolucionar. Hace no mucho que su número se incorporó al show y para ella se creo un vestuario particular, una música ad hoc, un maquillaje especial, como el que cada artista tiene para sí y ha de aprender a ejecutar sobre su propio rostro. Ella, que cuando no trabaja vive en Cancún, sabe que esta forma de vida es cansada, pero enriquecedora y feliz. No hay queja, porque además sale a escena cada día y sigue avanzando, sigue creando nuevas formas de sorprender con su cuerpo en movimiento y yendo un poquito más allá.
Ella habla castellano e inglés, que es el lenguaje común del Cirque du Soleil, en este caso no bajo carpa, pero que exige una coordinación infinita para que los camiones llegen en tiempo y forma a cada lugar y montar el espectáculo en doce horas y desmontarlo en cuatro, siempre con el concurso, claro está, del personal de cada plaza a la que arriban. Cada uno a lo suyo, y cada cosa en su sitio. Si no es así, no funciona. En la zona donde se guarda el vestuario, además de máquinas de coser, hilos y agujas, hay un orden total. Y allí está Mary Kate, una estadounidense que lleva veinte años trabajando para la compañía. No sabe cuántos países ha visitado pero sí que la organización es la clave, que hay que revisar cada vez que pasan por la lavadora todas la prendas que han de lucir los artistas, siempre adaptadas al número que han de ejecutar en el escenario. No es lo mismo un payaso, que puede vestir prendas pesadas, que un trapecista o una persona que hace un número aéreo, que exige telas livianas y flexibles.
Hay prendas, hay cascos, antenas, hay zapatos... Y todo requiere su mantenimiento, como el que hace Carolina, una mexicana que tiene en su mesa pinturas para retocar todos esas piezas y en sus manos una paciencia infinita para cuidar la organza que tanto se estropea en las alas de uno de los personajes. «Tenemos un itinerario del mantemiento de los vestuarios: los lunes tenemos las cucarachas, que son los músicos; los viernes, los escarabajos, cada semana se va cambiando, todo el tiempo tenemos que estar pendientes», señala. Será para ella su segundo cumpleaños en Gijón, una ciudad que ya conoce y a la que anda con ganas de volver.
En esta troupe tan especial y única hay un solo español, un técnico de sonido, y, como la nacionalidad de la compañía obliga, hay notable presencia canadiense. Es el caso de Janie Mallet, la publicista en gira, o dos de los artistas más jovenes del show, los trapecistas Maxime Charron y Corentine Lemaitre Auger. Ambos proceden de la escuela de circo, ambos son unos enamorados de este mundo, ambos eligieron estar donde están. Y, casualidades de la vida, Corentine se enamoró del circo viendo precisamente 'Ovo'. «Esta vida es complicada, pero también muy divertida, somos como una gran familia», dice él, mientras Maxime explica cómo cambiar de lugar cada semana o cada dos tiene su lado bueno y su lado malo, que la añoranza de la almohada de casa siempre está ahí, pero que en todo caso es tremendamente enriquecedor estar en su pellejo, conociendo mundo y creciendo al lado de otros artistas.
El ecosistema de 'Ovo' es tan múltiple como hermoso, tan sencillo como complejo para quienes lo habitan que, por supuesto, han de cuidarse muy mucho. Tras el escenario, hay también hueco para el gimnasio, para los fisioterapeutas que viajan en gira, para los masajistas, para que los cuerpos llevados al límite se mantengan en forma. «Al final nosotros hacemos todos los días el mismo número, es como el trabajo en una cadena de montaje, y eso exige cuidar mucho el cuerpo para que no sufra», explica Maxime justo después de, recién llegado a Riga, en Letonia, haber hecho la prueba de escenario.
Porque si lo habitual es que los artistas lleguen un par de horas antes del show para calentar, maquillarse -son unos 45 minutos- y estar listos para salir a escena, en cada estreno el ritual es más complejo y exige mayores controles, en aras sobre todo de garantizar la seguridad de los artistas, que no dejan de ser en realidad deportistas de élite. Tal cual. No hay que olvidar que entre su elenco hay dos olímpicas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.