A. VILLACORTA / AGENCIAS
GIJÓN / MADRID.
Jueves, 30 de agosto 2018, 00:11
Woody Allen es uno de los directores más prolíficos y reconocidos de Hollywood. Un pope. El cineasta, de 82 años y galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2002, toda una máquina creativa, acostumbraba a lanzar una película por año ... desde la década de los ochenta. Pero todo cambió tras ser acusado por su hija adoptiva, Dylan Farrow, de abusos sexuales. Un escándalo que ha marcado un punto de inflexión en su carrera, porque, desde entonces, Allen ha tenido problemas para encontrar financiación para sus proyectos cinematográficos y ahora se ha visto obligado a hacer una pausa laboral forzado por la falta de patrocinadores. Uno de los pocos descansos en las últimas cuatro décadas de un apasionado de su trabajo.
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Según varios medios, el hecho de que Woody Allen no encuentre a nadie que respalde sus nuevas películas es una consecuencia directa del movimiento #MeToo, que sacude Hollywood desde que los abusos perpetrados por el productor Harvey Weinstein saliesen a la luz. Una iniciativa que está siendo encabezada precisamente por uno de los hermanos de Dylan: Ronan Farrow.
El cineasta, por su parte, siempre ha negado estas acusaciones y nunca fue imputado en Estados Unidos, a pesar de que la hija de la actriz Mia Farrow -exmujer de Allen, con quien mantuvo una dura batalla por la custodia- ha sostenido en varias entrevistas en los últimos años que el realizador había abusado de ella cuando tenía siete años.
Los hechos que Dylan relata tuvieron lugar, supuestamente, el 4 de agosto de 1992 en Frog Hollow, la casa de campo de Farrow en Bridgewater (Connecticut). Esto es: casi cuatro meses después de que Mia Farrow descubriera la relación de Woody Allen con su hija adoptiva Soon-Yi, a la que echó de casa, pero el caso nunca llegó a juicio. La Policía de Connecticut abrió entonces una investigación criminal que duró seis meses y en la que participaron expertos del Hospital de Yale-New Haven que habían examinado a Dylan Farrow, pero el juez Elliot Wilk decidió que las pruebas presentadas por el examen médico no eran concluyentes y el caso se cerró sin llegar a los tribunales. Lo que sí ha afectado a Allen es la reiteración de las acusaciones de su hija, que, en los últimos cinco años, ha concedido varias entrevistas en las que insiste en los abusos.
Así las cosas, 'A rainy day in New York', la última cinta de Allen, que eleva el número de largometrajes que ha dirigido a 48, se terminó de rodar el pasado noviembre y será presentada antes de final de este año por Amazon, compañía con la que firmó un acuerdo en 2016 para filmar varias películas. Sin embargo, 'Hollywood Reporter' asegura que es posible que Amazon decida romper este acuerdo con el cineasta pese al pago sustancial que tendría que realizar.
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'PageSix' señala además que el director no tiene ninguna cinta lista para ser estrenada en 2019 y el portal especialista en el séptimo arte IMDb apunta a que Allen cuenta con un proyecto que se encuentra en la fase de pre-producción para presentarse en 2020, pero todavía no ha encontrado financiador.
Los medios estadounidenses informan también de que el director de 'Vicky Cristina Barcelona' -rodada parcialmente en Asturias- está considerado como tóxico a ojos de los profesionales de Hollywood. Y es que, desde que el escándalo ha vuelto a la escena pública, ha visto cómo actores como Timothee Chalamet, Rebecca Hall y Griffin Newman han donado sus salarios por películas de Allen a organizaciones benéficas contra el abuso. Incluso actores de la talla de Michael Caine, ganador de un Oscar por 'Hannah y sus hermanas', han dicho que no volverán a trabajar nunca con él.
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«Woody Allen siempre consiguió fantásticos actores. Las estrellas trabajaban por un salario mínimo porque les daba prestigio, pero, con el movimiento #MeToo, ahora él es tóxico», aseveró un productor de cine de Hollywood, según 'PageSix', que también afirma que el estadounidense tenía problemas para encontrar financiación para sus cintas incluso antes de #MeToo, ya que, según una de sus fuentes, «sus películas no hacen dinero».
«Durante años, ha estado pasando de un patrocinador a otro. Incluso ha ido a Europa, pero ya se ha quedado sin opciones», agregó.
El rechazo se extiende también por el viejo continente. Tanto es así que la estatua del realizador situada en el centro de Oviedo, una ciudad de la que dijo que es «como un cuento de hadas», corrió serio peligro después de que la Plataforma Feminista de Asturias pidiese su retirada. Una propuesta que el Consistorio rechazó con argumentos como que un ayuntamiento tiene que ser «garantista» y evitar decisiones que no se basen «en el Estado de derecho».
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