Oskar belategui
Jueves, 5 de diciembre 2019, 04:58
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A los dos meses, la madre de Javier Aguirre (San Sebastián, 1935) le sumergió en la oscuridad de un cine. Y aquel bebé no lloró. A los diez años apuntaba las películas que veía, a los doce escribía críticas para su archivo particular ... y con quince se convirtió en colaborador de la mítica revista 'Film Ideal'. A los diecisiete fundó el primer cineclub de San Sebastián y con diecinueve realizó su primera película amateur en la que dio su primer papel a un tal Alfredo Landa. Su pasión devino en su oficio; su filmografía, que supera los 80 títulos, es un insólito ejemplo de esquizofrenia creativa en el que conviven algunas de las cintas más taquilleras del cine español y producciones experimentales, tan solo exhibidas en circuitos marginales.
La Academia de Cine confirmó ayer la muerte del realizador donostiarra tras una larga enfermedad a los 84 años. La noticia llega pocos días después de que la institución le honrara el 21 de noviembre con la Medalla de Oro a él y a su eterna compañera durante los últimos 45 años, la actriz Esperanza Roy. Juntos rodaron ocho películas, entre ellas 'Carne apaleada', 'Vida perra' y 'La monja alférez'. «En Javier encontré a un hombre que me hablaba de arte, que era honrado y que como director me exigía una barbaridad, nunca me puso de gran estrella», alabó la actriz.
La hija que Aguirre tuvo con la actriz Enriqueta Carballeira, la también directora Arantxa Aguirre, recordó a su padre, ya demasiado enfermo para recoger el galardón de la Academia: «Esta Medalla de Oro me parece un acto de justicia poética en el caso de un hombre que ha amado el cine sobre todas las cosas y le ha dedicado su larga vida como crítico, luego como director, guionista, productor y, siempre, siempre, como espectador».
Javier Aguirre era en los últimos años un habitual en las sesiones de la Filmoteca en el madrileño cine Doré junto a Esperanza Roy. Pocos espectadores reconocían al autor de 'Una vez al año ser hippy no hace daño', 'Soltero y padre en la vida' y 'En busca del huevo perdido', que se despidió de las salas comerciales en 1991 con 'El amor sí tiene cura', una comedia al servicio de Fernando Esteso. Pero Aguirre, que se codeó con Truffaut y grabó a Orson Welles en España, era también el autor de cintas como 'Voz' (2000), un monólogo en el que Fernando Fernán-Gómez recita textos de Samuel Beckett en un plano fijo de 80 minutos, lo que duraba la vela encendida en primer plano.
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El actor le confesó al leer el guion que no había entendido nada. «Cuando hago cualquier película siempre deposito mi alma», contaba Aguirre en la presentación de 'Voz'. «Lo que ocurre es que en unas me pongo en el lugar del espectador medio y en otras pongo algo más visceral. Siempre ruedo como si estuviera ante la mejor película de la historia sabiendo que no lo es».
El director también sabía que el precio por no hacer concesiones artísticas era «endeudarte y no cobrar ningún sueldo». Nada que ver con los millones de espectadores que llenaron las salas donde se proyectaron sus rentables productos a mayor gloria de grupos musicales como Los Bravos, Raphael y Parchís.
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